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Opinión 4 de mayo de 2018

La vigencia de Marx

por Hugo Lewin

Que le pidan al director de la Carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Aires una columna motivada por el cumpleaños número 200 de Karl Marx es total responsabilidad del propio pensador alemán. Porque a pesar de que no estudió sociología (no existía tal licenciatura en la Universidad de Jena a fines de los años ’30 del siglo XIX), se convirtió en uno de los principales afluentes de esa disciplina. En efecto, supo articular su formación filosófica con la economía clásica y con el pensamiento socialista de aquel entonces, y así configurar la perspectiva teórica más explosiva después de Cristo. Y la sociología es heredera, en buena medida, de aquel estertor, más allá de que otros -como Durkheim, Weber, Parsons o Bourdieu, por caso- le hayan enseñado posteriormente a caminar y otras habilidades. Es heredera en, al menos, dos sentidos: por un lado, porque Marx es el primer pensador -de una serie en la que pueden ingresar Nietzche y Freud al menos- que sospechan del orden social moderno y nos muestran sus fallas: si aquellos nos dijeron que Dios había muerto y que mientras creemos que nos gobierna la Conciencia, nos hace zancadillas el Inconsciente, el señor que hoy cumpliría dos siglos nos enseñó a reconocer a partir de qué estructuras objetivas se crea (y se nos expropia) el valor -en términos económicos- en la sociedad capitalista: la célebre plusvalía.

Antes, desde sus escritos de juventud, nos había enseñado de qué manera nos alienamos en los procesos productivos en los que interviene la división del trabajo. Y junto con esto, que no debemos limitarnos a interpretar al mundo sino comprometernos con la transformación de una sociedad estructuralmente desigual. Y en esa tarea intelectual y política se embarcó, dedicándose a construir la primera organización internacional de trabajadores. Otra herencia, menos reconocida y que no es independiente de la toma de posición crítica recién reivindicada, es la voluntad (inter)disciplinaria, que se adivina cuando se repasan las tres fuentes de su pensamiento y se las coloca junto con el esfuerzo sistematizador de su obra más importante: El Capital. Esa conjunción de miradas filosófica, económica y política alimenta las mejores tradiciones de la sociología en particular y de las ciencias sociales y humanas en general. Porque habitamos un mundo cada vez más complejo y difícil de comprender, y más aún, de transformar, es que se vuelve ineludible una perspectiva totalizadora para interrogar lo social. Pero esa perspectiva debe poseer la suficiente plasticidad para poder enfocar, con especificidad y desde múltiples puntos de vista, todos los fenómenos sociales relevantes. No sólo el Imperio tiene una versión caricaturesca del marxismo -caricatura eficaz para reducir su potencia transformadora-.

Contra la voluntad del propio Marx, su pensamiento en muchas ocasiones y geografías fue, o es, vulgarizado, pretendiendo convertirlo en un dogma del cual sería posible deducir todas las respuestas a los interrogantes que nos hacemos sobre el orden social. El trabajo -el centro de gravedad de las preocupaciones de Marx- se ha transformado profundamente desde la publicación de El Capital. En consecuencia, la clase trabajadora también. ¿Se comporta ésta realmente como una clase ordenada y organizada de individuos, como sí lo hace una manada de animales? ¿Debemos pensar en otro tipo de categorización de los actores sociales por fuera de las posiciones que ocupan en el sistema económico, o esto sería una herejía? ¿Pudieron las sociedades que detentaron el control de los medios de producción -construir mejores formas de vida sostenibles en el tiempo? Hay en Marx una pretensión -muy en línea con el espíritu positivista- de organizar un pensamiento de carácter científico. Por eso, de algo podemos estar seguros: si Marx no pudiera explicar el tiempo contemporáneo, no dejaría que sus ideas fueran convertidas en religión. Hecho dogma, el marxismo se vuelve prescriptivo y pierde capacidad analítica, y, por lo tanto, potencia crítica y trasformadora. Compromiso crítico, como toma de posición ético política, y compromiso analítico, como reconocimiento de la complejidad de lo social, son parte fundamental de la herencia que nos deja Marx. Son marcas indelebles que hoy deben ser honradas en las ciencias sociales y humanas.

(*): Director de la carrera de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA). Sociólogo (UBA). Miembro del Instituto de Investigaciones Gino Germani.



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