Por Mónica E. López
Ya llegó el verano, tiempo de airear los pulmones y la cabeza, de bañarnos en el mar y también época ideal para reflexionar un momento sobre nuestra forma de ser padres y madres. Resulta importante que los papás y las mamás reconozcan los esfuerzos que hacen, alejen los sentimientos de culpa y comprendan la importancia de la calidad de la relación con sus hijos, ese tejido tan fino que se va dando con nuestros chicos desde el primer momento y que resultará fundamental toda la vida.
Hoy quiero hablar del tiempo que le dedicamos a esa práctica ancestral, fundante de la vida en comunidad que es la conversación. ¿Conversamos con nuestros hijos e hijas? ¿Qué tipo de conversación predomina en nuestra casa?
Por razones de organización y por la forma de vida que llevamos, la conversación instructiva ocupa un espacio importante en las familias. En la conversación instructiva predominan las órdenes directas o indirectas: “¿te lavaste los dientes?”, “ponéte el pijama”, “ordená los juguetes”. Para el funcionamiento de la casa resulta práctico pero en ocasiones predomina y no deja espacio para otro tipo de conversaciones.
Desde muy temprano nuestros hijos necesitarán además de consuelo, humor y seguridad, explicaciones. Decidir si queremos básicamente niños obedientes o no está muy ligado al rol que le daremos a las explicaciones.
Si decidimos educar chicos y chicas que hagan lo correcto porque quieren hacerlo y comprenden, el intercambio nos llevará mucho tiempo mientras sean pequeños porque tendremos que ser sutiles y eficaces para dar el ejemplo, relacionar y comunicar.
Pero las explicaciones ocuparán poco tiempo cuando crezcan y ya tomen las decisiones por su cuenta. Dijo Chesterton con su genial ironía que los mayores perjudicados por una educación deficiente no son ni los maestros ni los niños, ni la sociedad; sino los padres que padecerán a sus hijos toda la vida.
La conversación va de la mano de la observación y la escucha. Cuando nuestros hijos nos preguntan “por qué” están abriendo una puerta, nos preguntan en confianza para que con valor les ofrezcamos algunas respuestas que puedan ser aceptadas como posibles.
Desde esta perspectiva las respuestas mentirosas, exageradas, distraídas o autoritarias resultan inadecuadas porque no servirán de cimientos para más adelante, porque engañamos su confianza. Aunque sabemos que en toda crianza se cometen errores y que como todo desafío valioso nos exigirá replanteos continuos.
Quisiera mencionar también las conversaciones difíciles, explicar a nuestros hijos cualquier tipo de injusticia nos hace sentir mal: por qué no podemos llevarlos a un lugar por problemas económicos, por qué un compañero o compañera del colegio sufre bullying, por qué la violencia.
En esos casos un poco de paz y una atención enfocada son muy útiles. ¿Por qué? Porque entonces toma valor el sentimiento familiar, el valor de estar juntos y el reconocimiento de que la dignidad humana y el respeto de los derechos mejora la vida de todos.
Esa amorosa seguridad permitirá el florecimiento emocional y cognitivo de nuestros chicos que está muy lejos del éxito externo dado por el estatus económico y social y que a los niños y niñas les resulta incomprensible, sobre todo cuando son chiquitos y todavía su natural sensibilidad no ha sido tergiversada.