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Policiales 26 de enero de 2020

Las formas de los “dealer” de decir “droga” e intentar que nadie lo note

En las causas por venta de estupefacientes en Mar del Plata se utiliza como herramienta útil la intervención de teléfonos o el monitoreo de aplicaciones de mensajes. Y los “punteros” suelen creer que enmascaran bien sus palabras. Pero…

Por Fernando del Rio

-¿Me podés vender dos bolsas de cocaína?
-Mirá, tengo toda la droga en mi casa. Si te parece, te alcanzo un ladrillo de marihuana con la cocaína. Pero recién a la tarde. ¿Sí?

Ni en el peor de los guiones del cine clase Z o en las deficientes novelas policiales, de las que abundan, alguien podría colisionar contra un diálogo telefónico así. Menos aún en la realidad urbana, donde los que venden, revenden y compran drogas optan por la encriptación, en un papel de hacedores de jergas que apenas perdurarán lo suficiente para pretender una distracción que no siempre se produce.

Son los “punteros” -también sus clientes- edificadores de significados y significantes. De signos y conceptos, aunque estos últimos siempre son uno mismo: droga en general y las sustancias en particular.

Las intervenciones telefónicas resultan una de las herramientas con las que cuenta la Justicia para descubrir las maniobras de venta de estupefacientes y luego son parte fundamental de la prueba incriminatoria.

Farafa, falopa, camerusa, papota, mogra, maría, blanca, frula, perico, merluza, gilada, mandanga, faso, churro, verde, yuyo y porro fueron retiradas por recurrentes y obvias. Es que el juego del gato y del ratón (o, sin tanta analogía, del policía y el delincuente) requiere de una dinámica tal que cada una de las partes se esfuerza por desplegar armas discretas día a día. El vendedor de drogas hablando en código y el investigador agudizando su oído.

El universo léxico se ensancha pero no demasiado, más bien se reordena y el reemplazo funciona más que cualquier otro recurso. Porque los “dealers” modernos se vuelcan a sustituir “eso” por algo relacionado con la actividad que usan de pantalla o simplemente con artificios algunas veces llamativos.

El pollo y la lechuga

Dos mujeres peruanas decían que iban a “cocinar pollo” o que ya tenían “veinte de pollo para cocinar” pero lo que en realidad estaban diciendo es que tenían cocaína para vender en la zona roja de la ciudad. Cuando la policía realizó el procedimiento que terminó con la detención de las dos investigadas, se bautizó aquello como “Operativo Chaufa”, ya que chaufa es una comida típica peruana compuesta de una parte de pollo y otra de arroz.

En una causa del año 2018 se detectó que un hombre vendía drogas sintéticas y también marihuana en la zona céntrica. Su forma de contactarse con los clientes era por Whatsapp aunque también frecuentaba plataformas encriptadas de mensajería. Y cuando se descuidaba usaba la clásica llamada telefónica. Según con quien hablara la forma en la que se mencionaba a la droga variaba: “Yo te voy a dar muy buenas milanesas, vendelas rápido y pagámelas lo antes posible”, “Nos vamos juntos para tu casa… vemos la lechuguita esa que tenés…” o “el otro día hablando con Facu me contó que vos tenías unos caramelos ¿puede ser?”.

La lechuga, noble vegetal que acompaña la mesa de los argentinos, reaparece con frecuencia por su clorofílica asociación con la marihuana. En una causa en la que se secuestraron más de 50 kilos y por la que terminaron presos los integrantes de tres familias se recuperó este diálogo:

-Escuchame, necesito lechuga, que me bajes diez o quince kilos.
-A la pelota, aguantá, aguantá, que yo no estoy ahí…

Usos y costumbres

Mar del Plata es un universo aparte en cuestiones de narcotráfico. Puerto vulnerable, vía terrestre directa y sin control a la capital del país, industria pesquera inmensa con algún que otro desleal que ve espacios a llenar en sus containers, posibilidades incalculables para proyectos inmobiliarios o un gran parque automotor que permita agencias lavadoras de dinero. Es una ciudad con gravitación en el Producto Bruto Interno de la droga a nivel nacional. Pero es en el narcomenudeo en el que cada plaza se potencia y caracteriza, porque el narcotráfico reconoce en él la pieza que le da sentido.

La venta de droga es casera, en ocasiones algo más sofisticada, con un perfil de organización familiar muy marcada. Y tan precaria como efectiva. Sin embargo, en su afán por sobrevivir la misma actividad es la que evoluciona, creando estrategias para eludir el accionar de la policía. Y en la construcción de la jerga hay un esfuerzo permanente. “Pechugas”, “leña”, “remeras” “perfume” o “entradas” son eufemismos para hablar de la droga incluso hasta el llamativo “treinta pares de zapatos”.

Semanas atrás un vendedor de éxtasis acordó la venta tras aclarar que tenía “rueda nomás, cristales no” y algunos años antes, en una de las causas más resonantes, se acuñó el término “milonga”, en referencia a la cocaína.

-¿Tenés milonga vos?”, preguntaba uno de los distribuidores a otro.
-No me hablés por teléfono, boludo.

Pese a la advertencia, ya había hablado y la policía llamó a ese operativo “Milonguita”.

En ese mismo expediente unos preguntaban “¿Caucho o almendra?” y otros podían contestar “almendra”. Esto significaba, cocaína de buena calidad.

La lengua como entidad viva. Eso.



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