Opinión

Las palabras y las balas

Por Jorge Raventos

Afortunadamente, la pistola gatillada el último jueves a 15 centímetros de la cabeza de Cristina Kirchner, frente a su domicilio y en medio de un gentío en el que se mezclaban simpatizantes, curiosos y miembros de la custodia vicepresidencial, no disparó un proyectil que hubiera sido letal. Gracias a que falló un arma el país no lamenta hoy un magnicidio.

Tal vez el hecho de que el episodio tuviera un, digamos, final feliz (no hubo una muerte, el agresor fue capturado y la pistola, secuestrada por las autoridades) aligeró la capacidad de juicio de algunos actores políticos. En un canal de cable porteño, por caso, durante el programa por el que se difundió la información del hecho (incluyendo las imágenes que mostraban a la señora de Kirchner y al puño armado que producía el disparo frustrado), las dos periodistas que conducían tuvieron que hacer callar y despedir del piso a dos invitados, políticos opositores, que comentaban la situación facciosamente, desdeñando la densidad dramática del momento y refutando con hipótesis conspirativas los datos fácticos que las conductoras recababan entre los investigadores policiales y judiciales.

Simultáneamente, en Santa Fé, una legisladora provincial sostenía apenas una hora después del hecho, que el atentado era “un montaje, una pantomima”. Evidentemente, para algunos que ciertas personas salgan con vida de un intento de asesinato es sumamente sospechoso.

Para otras, del lado opuesto del dial ideológico, estuvo claro, también desde el primer momento, a quién había que culpar por la agresión: era cosa de “la derecha”, un combo en el que se mezcla en proporciones desparejas a políticos opositores, jueces, fiscales y comunicadores.

Esas voces extremas y contrapuestas buscaban -cuando el país no salía aún de la angustia, la perplejidad y el desconcierto- sacar rédito para sus respectivos bandos ratificando y ahondando la dialéctica de la grieta. Una semana atrás, escribíamos en este espacio: “Enfrentados en todo, esos grupos intransigentes coinciden sin embargo en un punto: la única paz posible reside en la eliminación, la erradicación del otro sector: “el neoliberalismo” para unos, el “kirchnerismo” (eufemismo que remite, en rigor, a la herencia cultural que dejó el movimiento creado por Juan Perón), para los otros. En última instancia, la lógica que los mueve es una lógica de guerra civil, aunque ellos mismos no se atrevan a mencionarla”.

El intento de magnicidio -así se trate del acto solitario de un lunático- no puede disociarse de la atmósfera que determina aquella lógica de eliminación del otro.

El sistema político, tensado por la dialéctica confrontativa, no consiguió convertir el episodio en una oportunidad para consolidar gestos de unión. Trabajosamente se consiguió una declaración común legislativa, menguada por la reticencia de algunos dirigentes (Patricia Bullrich, por caso, militó para restringir la participación del Pro en el documento que acompañaban los otros partidos de Juntos por el Cambio, y su bloque de diputados, que finalmente suscribió el texto, se retiró de la sesión de inmediato).

El presidente, que decretó un feriado para que la ciudadanía reflexionara sobre la agresión a la vicepresidenta y convocó a los credos y organizaciones comunitarias, sindicales, empresarias y de derechos humanos para participar en un documento común referido a ese hecho, no invitó a ese acto a la oposición, evidenciando un sesgo de facción inoportuno (que, sin desearlo, le ahorró a la oposición el desgaste que hubiera supuesto adoptar una postura unificada sobre el envite).

Que se podía lograr amplias coincidencias lo muestra, por ejemplo, las declaraciones suscriptas, una por la Conferencia Episcopal Argentina, el Centro Islámico Argentino, el Instituto Diálogo Interreligioso y la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas, y otra por decenas de organizaciones civiles, entre las cuales la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa, la AMIA, el CELS, la Asociación Conciencia y el Cippec. En ambos casos, junto con el repudio al intento de magnicidio y el reclamo de esclarecimiento se llama “a toda la dirigencia y a la sociedad en su conjunto para frenar el avance de la violencia política y los discursos de odio que atentan contra la convivencia pacífica”, “todos los discursos que nos enfrentan e impiden aquellos debates imprescindibles en los que discutamos ideas”.

Esos objetivos siguen estando en la agenda de la ciudadanía, aunque el sistema político demore en asumirlos, concentrado en las aún lejanas elecciones de 2023.

En ese sentido, tanto el fracasado magnicidio del último jueves como la ayuda inestimable de algunos de sus enemigos, otorgan a la señora una revalidada centralidad en el Frente de Todos. Esos hechos ya habían logrado antes del intento de asesinato que buena parte del peronismo -con más resignación que entusiasmo- firmara al pie de sus cuestionamientos a la Justicia en general y a los fiscales que pidieron para ella 12 años de prisión, en particular.

Acción y reacción

El activismo mediático que expusieron los fiscales en su alegato había espoleado el entusiasmo de los sectores más fervientemente anti-K pero también azuzó la reacción de los fieles de la vicepresidente y la pulsión por la réplica que suele invadirla a ella misma. Conviene no olvidar la ley física de acción y reacción.

Tras los alegatos acusadores, la señora de Kirchner ofreció su extensa y vehemente respuesta off tribunales a través de sus propias redes electrónicas (sin cortes publicitarios). El aparato residual de La Cámpora y sus satélites promovió una demostración frente al Senado, que la vice acompañó saludando ritualmente desde los balcones en un movimiento más de mimetización con el peronismo, cuya sombra, que más de una vez desdeñó, busca ahora para guarecerse de la tormenta. No se trata de “entrismo”, sino más bien de precipitada irrupción.

Es singular: tanto la vice como sus pelotones confunden la acusación de los fiscales con una sentencia (ella sostiene que “la sentencia ya está escrita”) y en eso coinciden con la gama más furibunda de la oposición, que se muestra persuadida de que los jueces no pueden sino dar por demostrada la acusación de la fiscalía y condenar como ella reclama.

Ni mansa ni tranquila

Esa certeza en modo alguno abarca a todos los opositores. Miguel Ángel Pichetto, por caso, apuntó que “va a ser muy complejo y difícil cerrar el esquema probatorio en orden de la asociación ilícita, una figura muy compleja y difícil de acreditar”. El ex candidato a vicepresidente de Mauricio Macri no observa “elementos contundentes que puedan cerrar la figura”. Se queja, además de que “extender toda la responsabilidad de cada accionar al ejercicio de la presidencia es temerario e irregular. Todo presidente terminaría con 100 causas judiciales. Hay personas que apenas se ocupan de leer el diario y van a Comodoro Py”. De hecho, Mariana Zuvic, pupila de Elisa Carrió, amenazó con acusarlo al propio Pichetto por ser “funcional al kirchnerismo”.

Ahora bien, la asociación ilícita que Pichetto pone en duda es la figura con la cual los fiscales procuran sostener jurídicamente la otra acusación contra la señora de Kirchner -administración fraudulenta-, ya que en ese punto, más allá de la verosimilitud de las imputaciones y de las apelaciones al “sentido común” de los acusadores y sus voceros, el plexo probatorio flaquea.

El lunes se reinician las sesiones del juicio y empiezan a hablar las defensas. En cualquier caso, la vice parece convencida de que no debe aguardar mansa y paciente que los jueces eventualmente descubran fisuras en las acusaciones, sino que le conviene una espera activa, movilizando sus escuadras, reconstruyendo su liderazgo, desafiando simultáneamente a la Justicia y a la oposición así como condicionando a sus socios y aliados. El atentado del jueves vigoriza seguramente esas intenciones.

Los agitados episodios ocurridos la semana última en los alrededores del domicilio de la vice forman parte de esa lógica. En un escenario acotado a unas cuadras de Recoleta, las movilizaciones favorables -apenas un poco más numerosas de las que CFK conseguía en el Patio de las Palmeras de la Casa Rosada en el eclipse de su presidencia- lucen masivas (y hasta temibles, si consiguen asustar a ese vecindario que el doctor José Claudio Escribano pintó el martes con elegancia y tono elegíaco en una nota del diario La Nación).

Larreta y el equilibrio

El gobierno de la ciudad se encontró acorralado: la batucada kirchnerista, que amenazaba eternizarse en la zona acompañada por pirotecnia, venta ambulante y humeantes parrillas de cancha, constituía una anomalía en una zona habitada en abrumadora proporción por votantes de Juntos por el Cambio, exigía una reacción del gobierno de la ciudad; los sectores más duros de su coalición (y de su propio partido), con el influyente eco de los comunicadores adictos, le reclamaban que ejerciera la autoridad con firmeza. Pero Horacio Rodríguez Larreta, a quien no le falta ánimo para actuar con energía, se resistía a que las fuerzas policiales porteñas quedaran involucradas en una escalada de violencia. Buscó combinar firmeza y equilibrio. Por un momento las cosas parecieron salir de cauce, las vallas dispuestas por la policía de la ciudad fueron volteadas por un grupo de manifestantes, hubo choques pero finalmente prevaleció la sensatez.

En ese instante el gobierno nacional y el porteño encontraron un espacio para parlamentar, un hecho inusual. Desde la Ciudad se aseguró que se permitirían las demostraciones pero no las permanencias, ni los petardos, ni las parrillas, ni la ocupación de calles. Desde el gobierno nacional hubo el compromiso de alentar la desconcentración esa misma noche. La que se ocupó de cumplir esa cláusula fue la propia señora de Kirchner: le armaron un tinglado y, tras un discurso naturalmente reivindicatorio, pidió a los manifestantes que se fueran: “Ya es tarde, ahora vayan a descansar”. El miércoles, en una entrevista de TN, Rodríguez Larreta destacó esas palabras como las más importantes de la noche. Parecían madurar condiciones de diálogo sensato.

Ahí vienen los tanques

Entretanto, Patricia Bullrich había vuelto a estremecer la paz interna de Juntos por el Cambio y del partido que ella misma preside, el Pro. Atacó con dureza a Rodríguez Larreta, imputándole “debilidad y miedo”, el pecado de dejarse copar la calle por el kirchnerismo y de sacar las vallas que “había que mantenerlas aunque estuvieran mal puestas. Cuando vos tomás la decisión la tenés que mantener”.

Bullrich no es una política ingenua. Sus ataques suponen, en primer lugar, competir con el jefe porteño -aspirante a la candidatura presidencial, como ella- por la simpatía del núcleo duro electoral de JxC en la ciudad de Buenos Aires.

Pero, además, ella aspira a cerrarle a Rodríguez Larreta el camino a cualquier búsqueda de acuerdos con el peronismo (Bullrich teme que, en alguna coyuntura inesperada, Larreta y Sergio Massa puedan urdir alguna coincidencia trascendente. La negativa del jefe de gobierno no la tranquiliza demasiado: él dice -se lo dijo el último miércoles a Marcelo Bonelli- que no podría acordar con un Massa “que es parte del gobierno kirchnerista”. ¿Y si por alguna circunstancia dejara de serlo?) En fin, Bullrich está atenta a lo que ocurre con el electorado. Según una encuesta reciente hay una gran porción de futuros votantes (38 por ciento) que dice preferir que el próximo gobierno sea de un partido nuevo, no del Frente de Todos ni de Juntos por el Cambio. Ante la eventualidad de una diáspora de las actuales coaliciones (muchos radicales negocian con Juan Schiaretti, por caso) ella se prepara para negociar con Javier Milei la construcción de un frente de centroderecha “sin pelos en la lengua”. Su terco silencio frente al intento de agresión contra CFK se inscribe en esa estrategia.

Cristina y el “pirronismo”

Convendría, a esta altura, analizar en qué consistirían los avances logrados por la señora de Kirchner y que perspectiva abren. Indudablemente, ella gana por ahora en el universo peronista en el que el kirchnerismo se ha sumergido. Sucede, sin embargo, que ese predominio interno viene acompañado de un debilitamiento general del oficialismo. El presidente elegido por la señora de Kirchner navega con la brújula averiada, ella está concentrada en su agenda judicial y conduce desde ese mirador. La figura más activa es Sergio Massa, que aunque no ha marcado ningún gran gol desde que asumió, es responsable de un cambio de clima económico y de una mejora de las expectativas, pese a lidiar con una situación dramática de las reservas del Banco Central. La próxima semana viaja a Estados Unidos.

El rumbo en el que navega Massa no necesariamente coincide con el que la señora de Kirchner preferiría. El último domingo, un calificado operador cercano a ella -Horacio Verbitsky- apuntó los cañones contra el ministro de Economía y, posteriormente, disparó contra la estabilidad de su equipo y sus planes difundiendo que se avecinaba una devaluación. Aunque no ocurrió nada (ese tiro tampoco hizo daño), noticias como esa pueden desatar un vendaval en el mercado.

La señora de Kirchner entretanto no ocultó su simpatía por Juan Grabois en el momento en el que el líder de UTEP también atacaba a Massa. ¿Preparativos de divorcio?

En fin, en ese paisaje no es probable que el alineamiento forzado que hoy aún persiste, sobreviva. Inclusive a pesar del estímulo épico producto del hecho del jueves: el peronismo sabe que la batalla contra la Justicia que la señora impulsa es muy resistida por el amplio electorado independiente. A ese hecho se suman los antecedentes que cargan en la cuenta del kirchnerismo y una situación económica que es complicada para la mayoría, pero especialmente para los sectores que habitualmente votan al peronismo. En ese contexto, la hegemonía de la señora lleva al peronismo no solo a una derrota electoral, sino a un posicionamiento muy marginal. Los gobernadores por ahora piensan en preservar su territorio de esa catástrofe. Los sindicalistas tienen menos capacidad de refugio.

Es probable, pues, que el ascenso de estos días tenga naturaleza pírrica. Y que se observen realineamientos, algunos originados en el Frente de Todos, otros con un punto de partida independiente.

Lo que está en crisis es el sistema político. La solución implica reconstruirlo.

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