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Opinión 23 de julio de 2023

Las tormentas de Santa Fe, las brisas de Córdoba

Por Jorge Raventos   

La elección de hoy en la que se juega el próximo gobierno de la capital cordobesa es una oportunidad  para ver si el peronismo  cordobesista que encarna Juan Schiaretti  confirma su victoria provincial de un mes atrás o si la oposición se toma la revancha.

En el comicio por la gobernación se impuso Martín Llaryora, representante de una nueva generación cordobesista que hasta diciembre ejerce la intendencia de la capital cordobesa, un distrito donde él salió victorioso sobre Luis Juez. El candidato peronista a reemplazarlo es Daniel Passerini, que ha sido su viceintendente y tiene una amplia experiencia política iniciada junto a Schiaretti y Juan Manuel De la Sota.

El postulante opositor es Rodrigo de Loredo, de la escudería radical que orienta Martín Lousteau, presidente del bloque Evolución en la Cámara de Diputados y, hasta hace tres meses, aspirante a la candidatura a gobernador. En esa categoría comprendió que iba a perder frente a Juez y, en cambio de aceptar ser compañero de fórmula de éste, decidió jugar por la intendencia de la capital. Algunos analistas estiman que esa opción que tomó De Loredo perjudicó a Juez, porque no  lo ayudó a superar la renuencia radical a votarlo.

De Loredo va a contar con  un respaldo sin fisuras de su coalición. Los radicales que quedaron heridos por las negociaciones previas a la confección de listas (por caso, Mario Negri y sus amigos) puede que no apoyen con entusiasmo, pero jamás se animarían a boicotear su campaña. Fuera de eso, De Loredo se ha asegurado el apoyo de todos los grandes accionistas de Juntos por el Cambio, desde Gerardo Moirales y Lousteau a Horacio Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich y Mauricio Macri.

  Si hoy triunfa, el festejo reunirá a toda la  no siempre funcional familia opositora. Y si pierde no podrá apelar a las excusas que en su momento esgrimió Juez. Más allá de lo que puedan vaticinar las encuestas, el olfato político indica en este caso que la elección será muy pareja. Y que, suponiendo que los resultados dictaminen la cohabitación entre un ejecutivo provincial de un signo y una alcaldía opositora, prevalecerán la civilización política  y la convivencia.

Por su lado, las primarias santafesinas del domingo  16 dejaron mucha tela para cortar. Como en otros distritos que ya han pasado por las urnas, el prometido fenómeno Milei tampoco se corporizó en Santa Fe, por lo cual la abrumadora mayoría de los votos positivos emitidos allí (la abstención y el voto en blanco sumaron 37 de cada 100 empadronados) fueron a respaldar a lo que el líder libertario define como “la casta”, las dos grandes coaliciones que protagonizan la polarización.

Por otra parte, esa polarización se manifestó allí de modo particularmente desequilibrado: el oficialismo cayó de modo escandaloso  ante la principal  oposición, que lo superó en una proporción de casi 3 a 1 (63,7%  a 25,6%). Todos los estudios demoscópicos destacaban el debilitamiento del gobierno que encabeza Omar Perotti y anticipaban que la oposición superaría cómodamente al oficialismo, pero nadie (y menos que nadie el oficialismo) imaginaba  la dimensión del revés.

Aunque el gobernador  Omar Perotti, que competía en la categoría diputados, fue el candidato  individualmente más votado, la ínfima respuesta electoral  que recibió su fuerza entraña una nota reprobatoria para su gestión. También –quizás principalmente-  fue una señal de disgusto con el gobierno central y con el kirchnerismo.  Si bien se trataba de una elección primaria, que combinaba muchos componentes locales, el resultado no es precisamente un buen augurio para el oficialismo ante el desafío de la elección general de octubre. La diferencia en favor de la coalición opositora que sugiere el cómputo de la primaria parece, en principio, irremontable.

Carolina Losada: de todo a nada

El otro aspecto significativo de la PASO del domingo 15  ha sido la rotunda victoria  de Maximiliano Pullaro  en la interna opositora por la candidatura a la gobernación.

Las de la oposición se presentaban como las elecciones primarias más enardecidas  de este ciclo. En Santa Fé la coalición opositora no abarca sólo a socios de Juntos por el Cambio, sino que está recargada con el aporte del socialismo y el progresismo, tendencias  arraigadas en el electorado santafesino, que confluyeron en un “frente de frentes”.

La  fuerte presunción  de triunfo  fue probablemente uno de los motores principales de la virulencia de la interna opositora, donde la presentadora y panelista televisiva Carolina  Losada (alineada con Patricia Bullrich) chocó “a todo o nada” con el ex ministro de Seguridad de la provincia y radical (de la línea de Martín Lousteau)  Maximiliano Pullaro.

Ambos contendientes estaban convencidos de  que se estaban jugando la gobernación lo que subió desmedidamente la temperatura de la discusión, a tal punto que Losada declaró que ella no acompañarñia a Pullaro si éste ganaba la interna y que tampoco admitiría su compañía si la victoriosa fuera ella. El último viernes, en principio, no se presentó en el plenario  del frente de frentes en el que se buscaba  empezar a pacificar los espíritus.

En una Santa Fe que luce como un  foco principal de la actividad delictiva ligada  al comercio de drogas y en la que la inseguridad  pública  es un tema prioritario, el debate revoleó acusaciones de vínculo con  las redes de narcotráfico. Elisa Carrió, socia de la coalición opositora a nivel nacional tomó distancia  de su versión santafesina, levantó su propio candidato a gobernador y cuestionó muy acentuadamente las campañas de ambos postulantes principales. “Esa campaña es pornográfica. Cada cartel sale 1.800.000 pesos y en Rosario hay cinco por cuadra, me descompuse, sentí asco (…) la Justicia Electoral tiene que investigar de dónde sacaron el dinero. el nudo de corrupción y vinculación con el narcotráfico en Santa Fe”.

 Los resultados fueron definitorios. Pullaro recibió el 54 por ciento de los votos del frente de frentes opositor, mientras Carolina Losada, su crítica contrincante, llegó a un 34 por ciento y la socialista Mónica Fein, tercera en discordia, superó por unas décimas el 13 por ciento.

Pullaro, adscripto a la línea radical que orienta Martín Lousteau,  sostiene un modo moderado y dialoguista que sintoniza con el que predica Horacio Rodríguez Larreta. Razonablemente, el jefe de gobierno porteño celebró su victoria como un peldaño más de su propia trayectoria y la colocó en la misma línea que las del puntano Claudio Poggi y el sanjuanino Marcelo Orrego, dirigentes que comparten la idea de  ir más allá de la confrontación estéril y tratar de construir una nueva mayoría.

Dado que Losada se había encolumnado tras la candidatura presidencial de Patricia Bullrich, con la que parece compartir  el ánimo intransigente e impetuoso, su derrota golpeó  a la  rival de Larreta, que prefirió no compartir con ella el reconocimiento  de la caída en las urnas.

Encuestas: ¿se equivocaron?

La dimensión de la victoria de Pullaro  lució particularmente sorpresiva habida cuenta de que las encuestas anticipaban una  puja  muy cerrada con Losada, a quien en definitiva le sacó 20 puntos de diferencia en la interna. Si  bien los fallos de los analistas demoscópicos son muy reiterados y últimamente  se incrementan tanto por la resistencia del público a responder encuestas como por  el sesgo que introducen los interrogatorios telefónicos  que, por motivos de costo, tienden a reemplazar a los presenciales, vale la pena preguntarse si  los errores de cálculo no tienen otro motivo, que pueda esconder  consecuencias  sobre la elección general.

Algunos analistas sospechan que, dado que la de la oposición es la única interna competitiva , muchos votantes de otras fuerzas  pueden tentarse con participar e incidir en ella. En esa hipótesis, Pullaro podría haberse beneficiado con un voto independiente (o, incluso, peronista), que en la elección presidencial  (y hasta en la elección general de la provincia) no necesariamente apoyará a la oposición, pero que en esta instancia decidió  respaldar a un candidato moderado para la etapa próxima.

El desafío para Pullaro ya no es neutralizar la agresividad  de sus opositores internos, que han sufrido el correctivo democrático del voto, sino trabajar para garantizar la gobernabilidad en el próximo período. Lo que implica, en términos caros a Larreta, ampliar las bases de su gobierno, construir una “nueva mayoría”. Pullaro obtuvo 54 de cada 100 votos entre los que participaron  en la interna, pero eso representa, en rigor, apenas un tercio del padrón electoral.

La lucha contra el narcotráfico, que es un desafío prioritario en la provincia, solo puede librarse con un gobierno fuerte y una articulación eficaz entre la autoridad local y la autoridad nacional.

Los dilemas del candidato-ministro

Entretanto, la interna oficialista procura mostrarse disciplinada, aunque la procesión va por dentro. Massa consolida los apoyos a su candidatura. Su conexión con los gremios se suma a lo que parece la resignación de la señora de Kirchner a aportar electoralmente al triunfo del candidato, sumando su presencia en la tarea proselitista.

El ala izquierda  kirchnerista masculla  sus objeciones y se propone  dañar a Massa (a quien caracterizan como candidato del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional) sosteniendo la boleta de Juan Grabois. Se disponen así, voluntariamente, a que, cuando se escruten los votos de la PASO,  el peronismo  les cuente las costillas y les atribuya muy estrictamente lo que Grabois coseche (un capital que además, en alguna proporción, deberán compartir con el candidato).

El problema de Massa es el ministerio de Economía: ese es un espacio en el que debe dar respuestas prácticas, donde la repentización declarativa y la creatividad táctica tienen  períodos de vencimiento muy breves.

Sería una ilusión imaginar (y un exceso reclamar) que en los tramos que restan hasta el cambio de gobierno se encuentre  alguna solución mágica a los problemas de la inflación, la brecha cambiaria o la sequía de reservas, si hasta aquí no se ha querido o podido.. Massa  no tiene esa ilusión y los principales actores de la economía tampoco. Se espera de él que siga maniobrando y emparchando para que el tránsito de un  ciclo gubernamental a otro no incluya  ningún estallido.

El candidato Massa desea que el ministro Massa pueda cumplir esa plomería de emergencia que todos le agradecen (inclusive la oposición, aunque no lo admita públicamente en medio de la campaña) sin perjudicar (y hasta estimulando) a los sectores que componen el electorado real y potencial  sobre el que el candidato construye, contra todo pronóstico, su esperanza  presidencial. Si la negociación con el FMI –todavía  en el umbral de un acuerdo- se ha demorado más de lo que se creía es, en gran medida, porque Massa ha tratado de que la resultante no sofoque algún margen  de maniobra para eludir las fórmulas del  ajuste puro y duro.

Algunos de los estrategas que rodean a Massa parecen convencidos de que, más allá de la suerte económica, las expectativas del candidato  crecen si el opositor a vencer es Patricia Bullrich. Especulan que llegar a un balotage con ella le permitiría a Massa  engrosar su capital, principalmente aportado por el peronismo, y atraer parte de un electorado de centro que, en otro caso, podría ser absorbido por Rodríguez Larreta.

Puede ser que, en el pizarrón  electoral  se confirmen esos movimientos. Pero lo cierto es que, en una perspectiva política de más extensión, el riesgo sería una reconstrucción de la grieta que ha inmovilizado al país tanto tiempo. Si en un sector prevalece un liderazgo intransigente, es muy probable que en el otro  crezcan las presiones para una intransigencia de sentido contrario.

Massa, más allá su candidatura (o, si se quiere, a través de ella y, sobre todo, a partir de haber tomado el hierro hirviente de la economía en medio de las dificultades) está erigiendo un protagonismo  decisivo en un instante en que el peronismo  se topa con los riesgos de desarticulación que acompañan el ocaso del ciclo kirchnerista. Si el país recayera en la lógica de la grieta estéril  ese protagonismo en ciernes se vería empujado a la radicalización  confrontativa. Sería un mal negocio para un político capaz que  ha mostrado gran capacidad para adaptarse a distintas circunstancias sin dejarse arrastrar a los extremos.