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Opinión 17 de enero de 2021

Lecciones de pandemia: necesitamos “maestros”

Por Juan Alberto Yaria (*)

“…las personas, hoy, son para usar y las cosas para amar”. Frase del monumento al saber en psicosomática. Doctor Luis Chiozza.

No me refiero a las escuelas a abrirse sino a las lecciones que nos deja a los que tengan “oídos para oír” acerca de los déficits que nos deja esta pandemia como secuela de temores, angustias y muertes todos los días.

Me impresionó este comentario de este maestro del psicoanálisis: “…las personas, hoy, son para usar y las cosas para amar”. El distanciamiento social quizás nos pueda acercar más a las personas.

Son los encuentros los que nos definen y definen nuestra vida. Encuentros significativos de un padre que nos ama, una madre que nos reconoce, un tío, un abuelo, un maestro, un amigo, un libro, la escuela, la universidad, un profesor, etcétera. Los encuentros nos abren al sentido de la vida y nos conectan con el amor que es lo que vence al odio.

Caín y Abel nos dejan la enseñanza del fratricidio como primera escena en la historia siguiendo el viejo apotegma analítico que “el odio está antes que el amor”, pero es en el amor que nos rescatamos.

El odio en el mito del nacimiento del hombre; pero es en el amor que resume Agustín de Hipona (San Agustín) donde se juega el destino del hombre: “… ama y haz lo que quieras”.

Historias de vida

Juan me escribe después de un tratamiento que hicimos hace 38 años con su hijo de 18 en ese momento en la comunidad terapéutica.

Me asombra el recuerdo después de haber leído el artículo en La Prensa. Hoy el hijo es ingeniero y tiene 56 años. Pasó el tiempo, pero el encuentro lo “salvó” en el sentido de la salud; recuperó un hijo y seguramente se rescató como padre.

Es en los encuentros amorosos donde se define todo. Me recuerda una escena donde en un grupo multifamiliar (donde participan varias familias en tratamiento) y también el personal y como vio a mi esposa (parte del equipo terapéutico) llorando ante su testimonio ante centenares de personas. El llanto lo acerco con nosotros; alguien  reconoció su dolor.

En tiempos en que la tecnología, en donde el click del teléfono marca los ritmos de nuestro corazón y las citas de WhatsApp o Facebook nos inundan, este padre nos recuerda que la vida pasa por otro lado.

Un encuentro hace 38 años lo “marcó” tanto a él como al hijo. Había quedado en el olvido para mi pero no para ellos. Recuperaron el valor de la vida. El corazón reacciona ante vivencias, encuentros.

Estos encuentros dejan una “traza”, una huella imborrable. Son tiempos en donde se da lo que dice Agustín de Hipona: “… ama y haz lo que quieras”.

Recuerdo ahora a Robert Walsen, poeta suizo: “… quédate aquí, cultiva un poco más la nostalgia, no puedes imaginarte que felicidad, que grandeza hay en la nostalgia …es decir en la espera”. O al gran Hölderlin: “…quien piensa lo más hondo piensa lo más vivo”.

Apertura al sentido

Cuando queda una “huella” imborrable, un encuentro significativo se abre una persona al sentido, todo cambia; lo puede hacer un maestro, un padre amoroso aún colocando un límite. En suma, alguien que se transforma en figura significativa. Lo hizo, como ejemplo, en su genial película “One million baby” de Clint Eastwood, en donde como entrenador le da un valor como padre sustituto a una boxeadora que no creía en ella.

En esta etapa tecnológica con pocos encuentros afectivos lograr encuentros significativos que aviven la vida es quizás lo más importante.

Cuando se da el encuentro surge un deseo que no es un capricho del ego, sino que surge la fuerza para “encender” la vida. Una vida viva…no una vida solo biológica pero muerta que es el drama de la melancolía tan presente hoy. La vida adquiere otro movimiento, asciende. No es solo vida biológica. Da frutos. Genera como en la Biblia cuando surge la metáfora de la “multiplicación de los panes y los peces”. La vida que no da frutos no es vida. Seremos juzgados por nuestros talentos, también enseñanza bíblica, pero en realidad tomada de la propia vida diaria. Vemos miles de personas que pierden su vida y derrochan sus potencialidades.

Transmisión generacional

Este “encendido” positivo de la vida a través del deseo de vivir necesita ser transmitido (gran falencia de hoy) entre generaciones; transmisión del deseo de una generación a otra. Acá recuerdo “La Vida es Bella (Roberto Benigni-1999)” donde el padre le ofrece un mundo a su hijo distinto al campo de concentración en el cual viven. Al final muere, pero el niño recuerda a ese padre que al final lo reencuentra con su madre.

La transmisión no es por órdenes imperativas; se necesitan testimonios. No el padre patriarca (tan criticado hoy) sino el que testimonia en su propia vida un sentido de vida. De él surgen palabras que iluminan, que portan luz.

Ese testimonio surge en encuentros y estos unen el sentido, el amor, la ley y de los frutos. De lo contrario estamos más cerca de la perversión, la transgresión y del ego (egoísmo) en donde no reconocemos al otro y a los otros como diferentes. Hoy el sujeto contemporáneo está disociado del deseo como fruto amoroso y se hunde en un goce que se ve claramente entre otros casos en la violación, el femicidio, en muchos casos, como clara manifestación del odio.

La escuela puede ser fundamental para fomentar el virus de la ignorancia y el fanatismo o para abrir a la luz del conocimiento y de la vida verdadera.

Creo que la pandemia puede ayudar aún en el confinamiento a rescatar los valores de la vida. Lo vemos en nuestros pacientes. A veces hay discontinuidades que mueven una luz, un cambio. La vida nuestra desde marzo del 2020 ha cambiado.

También puede cambiar para bien. Las conmociones pueden ayudar. Ilya Prigogine (premio Nobel) decía que a veces “el caos puede conducir al orden”. O amar más a las personas que a las cosas como decía el doctor Chiozza. Pero necesitamos transmisores.

(*) Director general de GRADIVA – Rehabilitación en adicciones