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Opinión 8 de abril de 2019

Libia, petróleo y guerra

por Raquel Pozzi

Nuevamente el Estado de Libia en la escena internacional por la posibilidad de desatarse una guerra civil en el cuál dos gobiernos en un país libran una “proxy war” (guerra subsidiaria) una guerra no convencional dónde se utilizan otros actores como milicias, mercenarios, espías, grupos terroristas u otros para no llegar a un enfrentamientos directo entre potencias extra-regionales que posan su atención por intereses geo estratégicos.

En Libia co-gobiernan por un lado el GNA (Gobierno Libio de Acuerdo Nacional) liderado por Fayez Serraj en Trípoli (oeste) respaldado por la ONU con reconocimiento internacional pero con escasa legitimidad y por el otro en Tobruk (este) el ex coronel de Muamar Gadafi, Jalifa Haftar. El legado de la cuestionada primavera árabe ofrece un nuevo escenario que provoca tensión internacional al resonar las alarmas en el Estado Libio dónde la ONU como organismo mediador ha perdido capacidad como tal y los nuevos protagonistas resultan ser el producto de una nueva fase en la política interna de Libia.

La capital, Trípoli se transformó en el escenario del caos sembrado por el cogobierno de dos poderes, uno político y el otro militar.

Las redes sociales una vez más son utilizadas como armas publicitarias, en su página de Facebook Jalifa Haftar anunció que “llegó la hora de limpiar el oeste, de terroristas y mercenarios”, si bien el militar logró avanzar a través de la ciudad situada al noroeste, Gharyan, la resistencia de las milicias de Misurata contuvieron el avance en las costas del mediterráneo en la ciudad de Zawiya, aunque ya se están gestando combates en Trípoli lo cual está gestando una nueva oleada de desplazamiento de población muy significativo.

La singularidad en Libia es que se enfrenta el poder político contra el poder militar cuya obsesión es llegar a la capital en Trípoli. El secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres insiste que “no existe una solución militar sino un diálogo interlibio”. Estas declaraciones son el reflejo de la pérdida de capacidad de mediación de la ONU que retumbó en las redes cuando Guterres comunicó que dejaba Libia “con el corazón encogido y profundamente preocupado”.

El mariscal Jalifa Haftar prometió el inicio de la “marcha de la victoria” con el apoyo internacional de países como los Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí y Egipto, no obstante existe cierta confusión desde dónde se está gestando la tempestad en Libia.

Ocho años de caos

Dos gobiernos paralelos en un país petrolero exhiben el fracaso político en torno al derrocamiento y asesinado de Muamar Gadafi después de 42 años de autocracia. La incursión de la alianza Estados Unidos, Reino Unido y Francia en apoyo a la insurrección contra el líder libio provocó la huida del mismo quien fue capturado y asesinado en Sirte (Surt, ciudad en el desierto Libio).

La noticia que consternó al mundo tenía su razón, se percibían vientos de desgobierno por las tensiones históricas entre las tribus que controlaba a sangre y muerte el coronel Gadafi. La memoria histórica de la descolonización pos-segunda guerra mundial generó un dejá vú, la única columna institucional que provocaba confianza contra las guerras tribales eran las Fuerzas Armadas Nacionales entrenadas y supervisadas por las potencias colonizadoras.

Al factor militar y étnico se debe agregar la división territorial histórica en tres regiones importantes: Tripolitania, Cirenaica (Tobruk y Bengasi) y Fezán (zona desértica) reunidas todas en 1934 bajo el mandato italiano. La cohabitación entre tribus y clanes con diferentes dialectos árabes como también la heterogeneidad de etnias tales como: taregs, tubus, bereberes y árabes, fue sometida bajo las fuerzas de Gadafi, pero al desaparecer el líder, vuelven a resurgir los odios históricos para vengar las alianzas que algunas tribus realizaron con los poderosos de turno.

En ese contexto en el año 2014 aparece la figura del excoronel Jalifa Haftar quien consideró oportuno inclinarse hacia Occidente, específicamente Estados Unidos, siendo el instigador de la “Operación Dignidad” y gestionando elecciones en un órgano legislativo creado para la nueva causa: La Cámara de Representantes.

Las Fajr Libia (amanecer libio) milicias islamistas que tienen fuerte presencia en Tripolí, expulsaron a Haftar y éste se trasladó a la ciudad de Tobruk donde formó un gobierno paralelo gestando así un país con dos gobiernos y dos parlamentos.

Por el oro negro

El yacimiento Al Shahara ubicado en la cuenca Murzuq, el mayor del país, a menudo sujeto a bloqueos y saqueos de las diferentes milicias, es administrado por el gobierno del Jalifa Haftar y rivaliza con la Compañía Nacional de Libia de Petróleo (NOC) controlada por el gobierno de Fayez al Serraj. No sólo dos gobiernos y dos parlamentos sino también dos compañías de petróleo se enfrentan en Libia.

En este laberinto político, económico y militar grupos paramilitares multinacionales como el Grupo Wagner (paramilitares rusos, separados del Kremlin) suministran artillería, tanques, aviones no tripulados y todo lo que fuere necesario para controlar los puertos de Tobruk y Derna por dónde se exportan más de 300.000 barriles de petróleo diarios. Allí donde los estados débiles considerados fallidos por Occidente proliferan, el hampa de los negocios espurios demuestra preciso olfato para aliarse con gobiernos corruptos y anárquicos con profunda pereza de resolver los problemas sociales.

Periodistas rusos que han investigado la trama delictiva del Grupo Wagner con gobiernos africanos como es el ejemplo de Libia, han sido asesinados en circunstancias dudosas.

El estado de Libia es el noveno país de mayor reserva de petróleo del mundo miembro de la OPEP y los yacimientos de petróleo son considerados actualmente como objetivos militares, sin embargo subyace el interés internacional de cuidar los recursos libios: Petróleo, gas de petróleo y refinado de petróleo por Italia, Alemania, España, Francia, China, Turquía, Túnez y Estados Unidos hacia dónde se dirigen las exportaciones de los productos libios mencionados.

El otro drama lo constituye la emigración de personas hacia Europa por el Mediterráneo y Libia es uno de los puntos fronterizos por donde parten los emigrantes que son presas fáciles de mafias y grupos que se dedican al tráfico de personas.

El Estado de Libia por su geopolítica suscita interés, por sus recursos genera atracción y por su complicada estratificación social y la heterogeneidad étnica es un estado atrápalo-todo de grupos delictivos que acuerdan con grupos facciosos cuyo único interés es el control del Estado hasta aquellas etnias que por fuerza dominan a las demás y pactan con los poderes de turno sólo por el control de una porción de un Estado que está inmerso en una “proxy war” lo cual transforma al país en complejo e impredecible.

Desde Trípoli se ha lanzado la operación militar denominada “Volcán de ira” contra las fuerzas de Haftar luego que el primer ministro libio Fayez Serraj reconocido por la ONU considerara las acciones militares del excoronel como “una puñalada trapera” contra el proceso de paz.

Serraj ha lanzado una caza de brujas contra sospechosos dentro del propio Ejecutivo por apoyar al militar y ha dado la orden de avanzar por todos los frentes, destruyendo las esperanzas de los libios hacia un futuro democrático.

Nuevamente el ala militar de un estado en el Magreb árabe capitaliza la atención internacional ya que otro volcán eruptivo de conflictos después de Siria consolida la idea que algunas potencias apoyan férreamente “el caos constructivo”. La lista es extensa, pero Libia es visible por su potencial petrolífero… Una vez más el interés por el oro negro aún en el Siglo XXI es uno de los factores detonantes de una guerra.

(*): Analista en Política Internacional, Profesora en Historia.



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