Opinión

Lo prometido es deuda

Bajo el resguardo de los principales medios de comunicación, la única acción a largo plazo que puso en marcha el gobierno en casi tres años de gestión fue dejar intereses para pagar.

por Agustín Marangoni

Allá lejos, a finales de 2001, año de crisis y quiebre político en Argentina, los medios de comunicación más importantes hicieron palanca para devaluar el peso. Eran épocas de convertibilidad, es decir, el peso por ley valía un dólar. El resultado sacudió con la renuncia del presidente y un borrón y cuenta nueva para la política monetaria. Los empresarios más fuertes necesitaban devaluar. Se devaluó. A cualquier costo y con la complicidad del gobierno. Perdió el trabajador, perdió el ahorrista, perdieron las pymes. Y perdieron feo: fue una jugada a favor de los bancos. Lo lógico.

Eran otras épocas, donde el humor de las mayorías se construía con algunas tapas de diario, dos o tres programas de televisión y dos o tres emisiones de radio. Los cacerolazos de aquel entonces no fueron espontáneos, la clase media argentina salió a la calle cuando los medios lo habilitaron. La situación social estaba incendiada desde mucho antes. El corralito se anunció el 3 de diciembre, recién el 20 explotó todo. Y ni hablar de los índices de desocupación y pobreza. Aunque son parecidos, los mecanismos políticos actuales necesitan de una estrategia más sofisticada para cumplir con objetivos ásperos. La comunicación y el público hoy están fragmentados.

Según datos actuales del IVC (Instituto verificador de circulaciones), Clarín perdió el 50% de sus lectores en los últimos 15 años y La Nación el 35%. Es real que hay una fuga generalizada de lectores del soporte papel, pero en estos dos casos la pérdida está muy por encima de sus competidores. Y aunque en el plano digital el podio de los más leídos sigue repartiéndose entre Clarín, La Nación e Infobae, está estudiado que el comportamiento del lector digital es más escéptico y variado. El recorrido de lectura de un usuario promedio pasa en un 40% por distintos medios y enfoques editoriales.    

A partir de ese escenario, el gobierno necesitaba una estrategia sólida para disfrazar el terremoto cambiario que puso en marcha hace diez días. El objetivo estaba identificado desde el inicio de la gestión macrista: regresar al fmi. Había llegado el momento y para eso necesitaba una devaluación fuerte e inmediata. Era la primera exigencia, lo sabía desde fines de 2017. Así fue que desató ese 23% que marcó un récord histórico. Cuando llegó al número que necesitaba, 25 pesos, los mercados se calmaron. La estrategia fue fabricar una crisis que se iba a enfriar a su debido tiempo. El gobierno jugó a ser víctima y héroe. Lastimarse para mostrarse fortalecido. Eso sí, quemó capital político. Pero el objetivo se cumplió. La política es cosa menor frente a la efectividad de los números para el neoliberalismo.

Mientras este cimbronazo masticaba créditos y salarios, aumentaba el índice de inflación y reducía la expectativas de crecimiento, los medios más fuertes del país ubicaban el título del dólar por debajo de una boda inglesa y disparaban con análisis superficiales. Vendieron que el problema era el gabinete. Como si la crisis fuera una cuestión de nombres y no de modelo económico. Vendieron como un éxito la receta que se aplicó. Como si hubiese sido beneficioso para la Argentina destruir el poder adquisitivo de los trabajadores. Y, como frutilla del postre, desde el último día de la corrida cambiaria no hacen otra cosa que sacudir con notas acerca de si es conveniente invertir en el dólar o en lebacs. Usan el verbo invertir en lugar de arriesgar: entrenan a los lectores en la gramática de la especulación como modelo viable. No hablan de producción. No hablan de las empresas y los comercios que están bajando la persiana por el aumento de las tarifas, los alquileres y la caída del consumo. La línea editorial de los medios mainstream es la línea del gobierno: ganar plata sin producir, sin dar trabajo, sin generar movilidad social. Una economía para enriquecer a los ricos.

El periodista polaco Ryszard Kapuściński reflexionaba sobre los tiempos del poder. Decía que el pueblo siempre está en inferioridad de condiciones porque los gobiernos tienen tiempo de pensar cómo llevar adelante sus objetivos. Recién cuando tienen bien estudiadas las posibles consecuencias y su estrategia para comunicarlas salen a la cancha. Explican poco, entonces la gente entiende lo que pasa cuando el juego ya está empezado. Los medios –sigue Kapuściński– tienen que alertar a la población de estas maniobras. El verdadero periodismo, entonces, es el periodismo de anticipación. Bien, ese periodismo no existe en el escenario masivo. Por el contrario, juega con la misma camiseta que el gobierno. Porque se enriquece con los mismos métodos.

Las últimas decisiones de Mauricio Macri dejaron en evidencia que los intereses del gobierno no están en la Argentina. Aumentar la deuda externa un 45% en dos años y medio es sólo una buena noticia para los ciclistas financieros. Se le cayó de la boca al ministro de Energía, Juan José Aranguren, hace un mes, cuando dijo que no regresará el dinero que tiene depositado en el exterior. Y se le cayó de la boca al ministro de Finanzas, Luis Caputo, cuando hace quince días aseguró que con el ingreso al fmi “Macri tendrá financiamiento hasta el fin de su mandato”. Frase que va en la misma línea que la tristemente célebre “Después de mí, el diluvio”, pronunciada por Luis XV, el impopular rey que aniquiló la economía francesa a mediados del siglo dieciocho. Técnicamente, le generó un déficit fiscal a Francia que se extendió durante un siglo. Cien años. Deuda. Déficit. La historia da pasos de comedia de vez en cuando con sus coincidencias.

La información verídica está en esos fallidos: lo que los funcionarios dicen sin querer decir. Porque todas las promesas que se escucharon en la campaña de Cambiemos fueron mentiras. No se cumplió ni una. Los empresarios que integran el gobierno pensaron un proyecto político donde lo único que escapa del corto plazo es el endeudamiento. La verdadera y más potente arma de dominación social del sistema financiero.

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