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Opinión 21 de febrero de 2017

Los faros ya no sirven

Esas torres iluminadas que guiaron a los marineros en sus aventuras por el mar están quedando fuera de uso. Reciben cada vez menos presupuesto y sólo subsisten por su valor cultural.

por Agustín Marangoni

Primero lo primero: la culpa es de la tecnología. Los barcos dejaron de ser cascos enormes de madera, tampoco navegan a la deriva por los siete mares guiados únicamente por las coordenadas de una brújula. Hacerse a la mar en el siglo XXI es menos romántico. Y un poco menos peligroso. Los barcos están equipados con gps –sistema de geoposicionamiento global–, conocen milimétricamente qué rutas tomar y avanzan comunicados en tiempo real con tierra. Las cosas cambiaron y entre tantos cambios los faros salieron perjudicados. La verdad es que ya no tienen uso. Ahí están, atractivos, espectaculares, de pie en las costas de todo el mundo. Hermosísimos. Pero inútiles.

Es un fenómeno irreversible. Se calcula que en el mundo existen cerca de 12 mil faros, el 75% sigue encendido y ninguno –ni uno solo– cumple la función que cumplía cincuenta o sesenta años atrás. También está desapareciendo la figura del farero. La mayoría de los faros están equipados con tecnología remota, se operan a distancia. Algunos, incluso, están programados para que cambien los focos automáticamente. Los faros son una ayuda internacional, las rutas navegables están trazadas en base a su posición. Eso significa que siguen siendo puntos clave de referencia, pero por su ubicación geográfica, ya no por su luz. Lógicamente, hay pequeñas excepciones: embarcaciones simples y botes desprovistos de gps, especialmente en días de niebla o tormenta.

El problema principal que afrontan los faros es el recorte de presupuesto. La tendencia mundial apunta a convertirlos en atractivos turísticos. Por ejemplo, en uno de los faros de New Hampshire, en Estados Unidos, se promocionan cacerías de brujas y fantasmas. La torre abre sus puertas por las noches, un equipo de guías cuenta historias e invita a los turistas a recorrer cada una de las salas. No llegan a cubrir los gastos al ciento por ciento pero, al menos, mantienen el lugar en actividad. Otros, como el faro West Usk, en Gales, se convirtieron en hoteles boutique. Bastante más difícil es la situación de los faros que están en el medio del mar, donde el acceso es complicado. El caso más conocido es el del faro Minot’s Ledge, en Boston. Fue inaugurado en 1850 y está ubicado a una milla de la costa. Los obreros, unos sesenta en total, trabajaron durante dos décadas, una hora y media por día: el tiempo exacto de marea baja en esas aguas. El resto del día, el faro está azotado por olas que superan los veinte metros de altura. En fin, es un lugar legendario, pero tan peligroso que no hay posibilidad de aprovecharlo para ningún emprendimiento. Al menos por ahora.

En la Argentina se encuentra el Faro del Fin del Mundo, lugar célebre que inspiró al novelista francés Julio Verne. Originalmente, este faro nunca tuvo un funcionamiento óptimo. Fue construido en 1884, al noreste de la Isla de los Estados, en la provincia de Tierra del Fuego. Tenía apenas seis metros de alto y su luz se alimentaba con aceite. El resplandor era tan débil que los barcos no lo veían. Decenas de embarcaciones naufragaron por intentar seguir su ubicación, a tal punto que en 1902 fue apagado y posteriormente abandonado. Recién en febrero de 1998 volvió a encenderse, pero simbólicamente. Las tareas estuvieron a cargo de los gobiernos de Argentina y Francia. El espíritu fue recuperar un lugar histórico para la literatura fantástica. El Faro del Fin del Mundo se promociona en los catálogos turísticos de todo el mundo, por su interés cultural y, principalmente, por su ubicación. Es uno de los más australes que existen.

En Mar del Plata, el Faro Punta Mogotes es un lugar emblemático, está ubicado en la zona sur y es un punto clave en la Costa Atlántica. Su haz de luz, hace poco más de treinta años, tenía un alcance de cuarenta millas. Actualmente, no supera las veinticinco. Se le redujo la potencia para abaratar costos. Este año cumple 126 años. La inauguración, para ser exactos, tuvo lugar el 5 de agosto de 1891, es una de las obras más antiguas e imponentes de la ciudad. Fue ideado por la firma francesa Barbier, Bérnard & Turenne, pionera en levantar construcciones monumentales, una de las empresas que intervino, por ejemplo, en el desarrollo de la torre Eiffel.

faro punta mogotes II

El faro podría ser utilizado para recorridos culturales, guarda historias increíbles, como la del Capitán Müller, el célebre farero que trabajó en la torre desde 1894 hasta que falleció en 1916. Dicen las crónicas de época que nació en Austria, en 1845, y que había sido teniente de la armada del imperio austrohúngaro. Por su trabajo a bordo de las embarcaciones de guerra había dado cinco vueltas al mundo y, según él mismo contaba, había sobrevivido a cuatro naufragios. Llegó a Mar del Plata en busca de tranquilidad, le gustaban las costas ventosas y solitarias. Solía vestir un sobretodo gris largo hasta el piso, incluso en verano. Se dice que dominaba quince idiomas. En una entrevista que dio a la revista Fray Mocho, en enero de 1914, también aseguró que sabía cantar todos los himnos, hasta los de las islas más remotas de Oceanía. Era un personaje particular, se movía en un carro tirado por caballos que también utilizaba para pasear con turistas y cazadores. Desde arriba del coche, escopeta en mano, le disparaban a los zorros y a los patos que en aquel entonces andaban por esa zona.

Era una persona tranquila, su lema era Hombre no te enojes. El escritorio que se encuentra en una de las oficinas del faro todavía conserva la frase que él mismo escribió cuando comenzó a trabajar. Nunca nadie supo si tenía familia. Por las noches iba a los clubes y se quedaba hasta el amanecer recordando sus aventuras a bordo. Jamás hablaba sobre su país, ni siquiera sobre sus padres. Hubo quienes llegaron a desconfiar de su origen austriaco, se llegó a decir que era un norteamericano de mala vida que se había cansado de prestar servicio en la marina. Falleció una tarde, en pleno horario de trabajo. Sus restos fueron llevados recién en 1954 a la bóveda de su compañero Ernesto Milani, en el Cementerio Parque. Habían desaparecido, literalmente. Todavía nadie puede explicar dónde estuvieron durante casi cuarenta años.

El Faro Punta Mogotes se enciende todas las noches. Una célula fotoeléctrica lo activa cuando cae el sol y lo apaga con los primeros destellos del amanecer. La farola está integrada por 3 paneles lumínicos, cada panel tiene 10 lámparas de 230 watts de potencia que brillan a una altura de 35 metros y emiten un haz de luz que se ve cada 10 segundos. La energía que utiliza llega en su totalidad desde la red urbana.

Desde el Servicio de Hidrografía Naval explican que el faro todavía es necesario para orientar algunos barcos pesqueros que trabajan por la noche y para las embarcaciones deportivas. También es una forma de brindar ayuda en el caso de que falle la tecnología satelital. Eso y no mucho más. Hace más de quince años que está cerrado al público. Sólo puede acceder personal autorizado. Para visitas, la única posibilidad es llamar al SHN, en Capital Federal, y solicitar un turno. No es difícil conseguirlo, simplemente hay que tener algún motivo especial, por ejemplo la visita de algún establecimiento educativo. Aunque casi no admiten a nadie, de tanto en tanto hacen una excepción.

Cuesta creer que los faros estén perdiendo su función. Fueron más de dos mil años guiando a los marineros, anunciando el peligro de rocas, peñascos y zonas bajas. Eran la luz de la aventura. El avance tecnológico los convirtió, de un plumazo, en señales del pasado.