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Río 2016 17 de agosto de 2016

Los Juegos de Lula

Por Vito Amalfitano

Desde Río de Janeiro

“Ha llegado nuestro momento”, afirmó el presidente Lula. “Esta candidatura no sólo es nuestra, es la de América del Sur, un continente de 400 millones y que nunca ha tenido los Juegos. Ha llegado el momento de poner fin a ese desequilibrio”, agregó el primer mandatario brasileño en el momento de la exposición final de la candidatura en la reunión del COA de Copenhague, Dinamarca, del 1 de octubre de 2009. Minutos después Río de Janeiro se impondría en “la final” sobre la candidatura de Madrid por 66 votos contra 32. Atrás, en un primer corte, habían quedado descartadas Chicago y Tokio, que finalmente hará los Juegos de 2020.

El Comité Olímpico Internacional no le dio la sede a Río, de todos modos, por mero altruismo, ni pensando saldar una deuda con Sudamérica, como había dicho Lula en su discurso. Río ganó por una candidatura sólida y porque la presentó un país que el líder del Partido de los Trabajadores metió en el verdadero “Primer Mundo”, que entró en los Brics, que se consolidó en el G20, que tuvo niveles de crecimiento inéditos en sus presidencias y las de Dilma Rousseff y que, entre ambas administraciones del PT y aliados, logró sacar a 50 millones de brasileños de la pobreza.

Y Brasil tuvo sus Juegos gracias a Lula, y a las políticas de un gobierno populista. Ese modelo populista fue el que gestó un país capaz de albergar tan magno acontecimiento. Ese modelo populista posibilitó presentar en Copenhague un Brasil con mucha infraestructura nueva y con capacidad para prometer lo que finalmente se concretó en estos Juegos, por ejemplo un Corredor Olímpico que tiene una impecable y moderna y flamante línea de subte que “acercó” mucho más a Barra de Tijuca. “Una obra que estábamos esperando hace 30 años”, dicen los habitantes del lugar. Hoy esa línea nueva, que llega hasta el Jardín Oceánico, solo la puede utilizar la “familia olímpica”, periodistas, voluntarios, espectadores, pero después de los Juegos le quedará a todos los brasileños. Ese es solo un ejemplo concreto de muchas más obras que significan un legado palpable, que está, que queda, y que dejó, vale reiterarlo, el modelo populista.

Los Juegos están, los estadios también, la infraestructura de transporte queda. También las discusiones sobre cómo se distribuirán las viviendas de la Villa Olímpica, ahora cuando se apoderó del gobierno una administración que es esencialmente “privatista”. Se dice que se crearán condominios con departamentos a valor de 500.000 dólares cada uno. Y en la calle quedaron los antiguos habitantes del lugar.

También es responsabilidad de esta administración lo que es logística y las cuestiones organizativas que se tienen que resolver en el presente, y que, según quienes asistieron a los anteriores Juegos Olímpicos, dejan muy abajo a estos con respecto a los de Londres, Beijing, Sydney. Por la seguridad, la organización del transporte, las dificultades que se le presentaron a la prensa.
Pero aquel legado de Lula, que continuó Dilma hasta hace pocos días para dejar a un Río de Janeiro capaz de albergar unos Juegos de esta magnitud, es algo que está a la vista. Otra pesada herencia.

En la inauguración de los Panamericanos de Mar del Plata fue estruendosamente silbado en el Minella el intendente de ese 1995, el ex comisionado de la dictadura, Mario Roberto Roussak. Los Juegos, en realidad, los había conseguido el recordado Angel Roig, con el histórico “renunciamiento de Barbados”.

Aquí, en la ceremonia de inauguración, fue estruendosamente silbado Michael de Temer. También se escucha el #ForaTemer en los estadios (y también se lo reprime) y días atrás, en un subte repleto de aficionados con la camiseta y la bandera de Brasil que venían de un partido de su equipo de fútbol femenino, uno se animó y todos empezaron a gritar #ForaTemer.

La revista Veja, en su última edición, en portada, se jacta de como Brasil se presenta al mundo y que se dieron por tierra “pronósticos apocalípticos”. Es uno de los tantos medios que adhirió y promovió el “golpe” de Temer.
Algunos ahora se quieren colgar las medallas que no les corresponden, aquí y más allá. Pero estos serán por siempre, desde Copenhague para acá, y por como Brasil llegó a Copenhague, los Juegos de Lula.



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