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Opinión 23 de octubre de 2022

Los meses de Messi y Massa

Por Jorge Raventos

Para Andrés Larroque, secretario general de La Cámpora, el núcleo militante del kirchnerismo, el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional “es evidente que no funcionó” y “está caído de hecho”. Juan Manzur, todavía jefe de Gabinete y acreditado vocero de los gobernadores del Norte Grande, tiene otro punto de vista: para él, el acuerdo “no está caído para nada”.
Esa divergencia es apenas una señal visible de la fragmentación que afecta íntimamente al oficialismo, una fractura que emerge a pesar de los recurrentes llamados a mantener la unidad para evitar una catástrofe. Y más allá, inclusive, de la cautela que exhibe la máxima referente de La Cámpora, la señora de Kirchner, que refrena los juicios negativos sobre la situación que algunos le atribuyen, para no serruchar la rama que también a ella la sustenta.

El aislamiento de La Cámpora

Aunque por ahora no hay cuestionamientos explícitos a Sergio Massa, piloto inequívoco del actual rumbo económico que se asienta sobre el acuerdo con el FMI, el camporismo se mueve en otra dirección. El documento que el contingente juvenil K suscribió con otras organizaciones y fue difundido en el módico acto que protagonizaron el 17 de octubre en Plaza de Mayo, manifiesta eso sin tapujos. Ese texto reclama “restaurar el rol del Estado en el control y planificación de la economía”, establecer “mayores controles a los precios”, priorizar una política de sustitución de importaciones, derogar la Ley de Entidades Financieras y diseñar el sistema financiero con eje en la banca pública estatal con “control popular del Banco Central”, estricto control del comercio exterior y, como frutilla del postre, promover una reforma judicial, generar otra Corte Suprema y avanzar hacia una nueva Constitución Nacional.
Ese programa aleja aún más al camporismo y sus aliados del pensamiento que predomina en el peronismo, incrementa su aislamiento en ese espacio y lo aproxima al de las corrientes de izquierda con las que por ahora compite en el conurbano (“golpear juntos, marchar separados”). Si su conducta política fuera consistente con sus declaraciones públicas y no hubiera de por medio situaciones de poder y cajas muy sensibles que defender, el camporismo estaría tentado de entorpecer la aprobación de la ley de Presupuesto. Esa tensión entre la realidad y la ideología los encierra por ahora en el doble discurso.

Dispersión significativa

El acto de Plaza de Mayo no fue el único ni el más importante del 17 de octubre. En La Matanza, el corazón del conurbano, se congregaron multitudinariamente varios movimientos sociales, con eje en el Movimiento Evita, sin dudas el más representativo. Los movimientos sociales tienen reclamos dirigidos al gobierno (deben reflejar a sus bases, que integran los sectores más vulnerables), pero ellos formulan esas reivindicaciones con ánimo convergente, un detalle que los diferencia del camporismo. En La Matanza, precisamente, se disponen a dar una batalla política especial, ya que Patricia Cubría, esposa del jefe del Evita, Emilio Pérsico, proyecta dar batalla por la intendencia a Fernando Espinoza, convertido en uno de los puntales del kirchnerismo en la tercera sección electoral.

En el estadio Obras se habían reunido, la mañana del 17, alrededor de cinco mil cuadros y activistas sindicales, convocados por la conducción de la CGT. Si en número ese fue el acto más pequeño de la jornada, en representatividad fue probablemente el más significativo. Allí los gremios más extendidos y más influyentes (no estaba, sin embargo, el camionero Pablo Moyano, que prefirió manifestar junto al kirchnerismo), proclamaron su voluntad de pelear por posiciones destacadas en las listas del peronismo y a través de alguno de los oradores reiteraron su distancia en relación con el kirchnerismo. (Máximo Kirchner, en Plaza de Mayo respondería más tarde empleando la palabra “traición” para aludir al sindicalismo).

Aunque celebraron el 17/10 por separado, gremios y movimientos sociales convergen en la pelea interna para enfrentar al camporismo. Esta semana las planas mayores de ambas ramas se encontraron en la sede de UPCN, convocados por el secretario general de esta organización de empleados estatales, Andrés Rodríguez.

Hecho revelador: el presidente Alberto Fernández no había participado en ninguno de los actos del 17 de octubre: ni se invitó ni fue invitado. Él, sin embargo, no ceja en su intención de competir por un segundo mandato. Ya había demostrado con su cierre del encuentro de IDEA en Mar del Plata que no desperdicia oportunidades de reivindicar su propia gestión. Esta semana, con la colaboración de su vocera, Gabriela Cerruti, apostó al rating que genera el reality show Gran Hermano para volver a subrayar su decencia, respondiendo obstinadamente a uno de sus personajes. Tal vez quiere elevar el índice de conocimiento público de su figura. La imagen presidencial aparece velada en las fotografías.

Cerrar la brecha

La mayoría de los dirigentes territoriales del peronismo (así como el sindicalismo y los movimientos sociales) son hoy muy escépticos sobre las chances oficialistas de imponerse en la elección presidencial de 2023. Y ese escepticismo alcanza niveles desbordantes cuando se baraja el supuesto de que la máxima candidatura esté a nombre de la señora de Kirchner o del actual Presidente.

En verdad, hoy el peronismo no visualiza con claridad un candidato competitivo. Crecientes sectores le encienden una vela a Sergio Massa: “Si consigue acotar la inflación y atravesar la tempestad que viene sin grandes calamidades -especula un dirigente no particularmente afín al tigrense- vamos a hacer cola para rogarle que acepte la candidatura”. Un amplio sector del peronismo empieza a asimilar el pragmatismo del ministro de Economía; entretanto, el llamado círculo rojo espera que Massa y su número dos, Gabriel Rubinstein, avancen en medidas fuertes antes de fin de año (probablemente después del inicio del Mundial de fútbol), siguiendo el guión que ya ha trascendido, que pone el acento en achicar el déficit fiscal, trabajar sobre la distorsión de precios relativos y, sobre todo, en achicar sensiblemente la brecha entre el dólar oficial y el blue.

La discusión del presupuesto en la Cámara de Diputados muestra que el ajuste del déficit fiscal es un objetivo sobre el que el oficialismo marcha a buen ritmo. Massa, que supervisa el proceso, emplea en beneficio de esa meta inclusive algunas exigencias de la oposición.
En los próximos dos meses las noticias rondarán dos nombres parecidos: Massa y Messi.



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