La Ciudad

Los recuerdos de “Totó”: de los días de playa con Silvina Ocampo a ser “modelo” de Bioy Casares

Luis Salvador Verona fue en su infancia vecino de la pareja de escritores más famosa de la historia argentina. Sus recuerdos de una época imborrable.

Por Claudia Roldós

Era el verano de 1962. Luis Salvador “Totó” Verona tenía 12 años y vivía con su familia en Tucumán 3677, muy cerca de la casona de Silvina Ocampo (Quintana 1949), lugar en el que la escritora y su esposo, Adolfo Bioy Casares, pasaban largas temporadas junto a Martita, la hija de Bioy que Silvina adoptó como propia.

Considerados como una de las parejas literarias más famosas de la literatura argentina del siglo XX, Silvina y Adolfo se habían casado en 1940 y juntos compraron la residencia marplatense, en la que escribieron la novela “Los que aman, odian” (1946), llevada al cine en 2017.

Se trataba de la casa encargada por Diógenes de Urquiza al prestigioso arquitecto inglés Walter Basset-Smith, para su esposa María Luisa Ocampo y que el matrimonio de ilustres escritores adquirió en un remate.

Amigos del barrio

Totó era amigo de Oscar, hijo de los caseros de la Villa -hoy bautizada Villa Silvina-, y ese verano la escritora solía invitarlos a compartir con ella y su hija, las tardes en la playa.

“Martita era unos años más chica que nosotros, pero Oscar y yo íbamos y jugábamos con ella. Así tuvimos oportunidad de compartir cosas cotidianas con la familia”, recuerda.

De esas excursiones a “los viejos balnearios de Punta Mogotes, especialmente al que se llamaba Lobo de Mar, de Enrique Pucci”, le quedaron a Verona varias anécdotas y un recuerdo de la cotidianeidad que experimentaban, una cara distinta a la de ellos como intelectuales de la época.

Entre esos recuerdos, sobresale el de haber sido “modelo” de Bioy en esa época en la que el escritor había incursionado en la fotografía.

Luis Salvador Verona en un lugar que guarda recuerdos de su infancia: Villa Silvina, donde en el verano de 1962, siendo un niño, conoció a Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares.

Un sobre valioso

Totó conserva, en el mismo sobre en el que Silvina las mandó a su madre, dos copias en blanco y negro de los retratos fotográficos que Bioy le tomó una tarde en la playa.

“Recuerdo que Bioy tenía una Rollei -de esas cámaras en las que se miraba desde arriba- y otra Sykon. Lo veía con las cámaras colgadas al cuello, muy armaditas, con sus cajas de cuero, como venían en ese momento”, compartió.

“Si bien venía de las palabras estaba muy interesado en la imagen y exploró mucho sus significados, solía realizar anotaciones detrás, hacía un registro y contaba qué le pasaba por la cabeza mientras tomaba cada foto”, expresó el curador de Artes Visuales del Centro Cultural San Martín en 2014, en ocasión de la inauguración de la muestra “El lado de la luz”, que recogió unas 50 imágenes tomadas por Bioy, entre los años 50 y 70.

“Silvina hablaba con un tono afrancesado, decía claxon (no bocina) y me quedó que le gustaban mucho los juegos de palabras. Por ahí veía un auto Chevrolet y decía, como con un cantito, su traducción: cabra a la leche”. 

Las dos tomas de la serie que tiene a Totó como modelo no tienen inscripciones en su reverso, pero constituyen un “tesoro” para Verona.

El balneario Lobo de Mar seguía, entonces, la línea de la calle Sicilia. Hacia allí se dirigían en coche Silvina y los tres niños. Ocasionalmente, como esa soleada tarde de la sesión fotográfica, Bioy también los acompañaba.

Bioy era como una sombra, no estaba mucho. El iba a Mar y Pesca y se encontraba con sus amigos. Tenían dos autos, dos Peugeot 403, el modelo redondito del momento. Nosotros íbamos en uno, con Silvina y con un chofer. Adolfo usaba el otro”, rememora.

Una reliquia: el sobre en que Silvina Ocampo le envió a la madre de Salvador Verona las fotografías tomadas por Adolfo Bioy Casares.

Juegos de palabras

Sobre Silvina, Totó recuerda que “hablaba con un tono afrancesado, decía claxon (no bocina) y me quedó que le gustaban mucho los juegos de palabras. Por ahí veía un auto Chevrolet y decía, como con un cantito, su traducción ‘cabra a la leche’. Si tenía que decir zapatilla, repetía ‘zapa mía’, ‘zapa tuya’, siempre decía cosas así”.

En cuanto al escritor, que tanto se inspiró en paisajes naturales y lugares de Mar del Plata para sus obras, Verona apuntó que “me lo acuerdo como una persona muy afable. Yo tenía 12 años -era un pibe- pero siempre me trataba con respeto. Lo veía como un personaje. Andaba con unos mocasines de cuero claritos, que se usaban en esa época y siempre con camisa y con el pulóver colgando de los hombros”.

Buen trato

Además de experimentar con la imagen ese año Bioy estaba por lanzar el volumen de cuentos “El lado de la sombra”.

Silvina, en tanto, venía de publicar el año anterior “Las invitadas” y preparaba la novela “Lo amargo por dulce”.

Totó había llegado con su familia a esa casa en 1955 y los encuentros con la familia de Silvina y Bioy le marcaron esa época. Si bien no recuerda haber visto a Jorge Luis Borges o a otros de los ilustres invitados que solían pasar largas temporadas en la Villa, si asevera que “no era una pareja que se demostrase afecto en público, nunca vi que entre ellos se trataran mal, ni que hubiese chispazos, ni que Silvina se quejara”, aunque era sabido que Bioy “era un seductor”.

También recuerda que su madre, costurera, recibió varios encargos de parte de Silvina, al igual que de Victoria, la mayor de las hermanas Ocampo, también vecina y anfitriona de la elite cultural porteña.

Una zona tranquila

Verona, un entusiasta de la historia de la ciudad y de la conservación del patrimonio, recuerda que la zona, en aquel entonces, tenía un aspecto muy diferente a como se ve en la actualidad.

“La Villa Silvina permanece -en la actualidad pertenece a un colegio privado-, la casa de Victoria también, pero en aquella época eran colindantes. Muchas calles no existían o estaban cerradas. Por ejemplo, Arenales estaba cerrada desde Saavedra hasta Matheu, porque la casa de Silvina llegaba hasta allí. En la otra esquina estaba la casa de Marietta Ayerza González Garaño y, en las cercanías, la casa de la Familia Hardy, que llegaba hasta la calle Tucumán y, más allá, la Villa Mitre, que tenía un camino cercado de castaños”.

“Bioy era como una sombra, no estaba mucho. El iba a Mar y Pesca y se encontraba con sus amigos. Tenían dos autos. Nosotros íbamos en uno, con Silvina y con un chofer. Adolfo usaba el otro”.

“Era un sector muy tranquilo, de villas, cada una con una, dos o tres hectáreas de parque”, apunta el vecino.

Verona, quien siempre ha trabajado en el sector de la administración pública y de recursos humanos y “rodeado de papeles”, se ha preocupado por conocer y mantener viva la memoria del patrimonio cultural y arquitectónico de la ciudad.

Noticias dolorosas

El marplatense reconoce que tras esos años de infancia compartidos con los ilustres vecinos, siempre se interesó por mantenerse al tanto de las noticias sobre ellos.

Así, recuerda con tristeza haberse enterado del fallecimiento de Silvina, el 15 de diciembre de 1993, tras una década padeciendo el mal de Alzheimer y, tres semanas después, el 4 de enero de 1994, de la muerte de Martita. Fue en el marco de un accidente en el que colisionaron dos vehículos, uno de los cuales, en su derrotero, subió a la vereda y embistió a la joven que caminaba por el lugar. Ese año, el autor recibió el premio Konex de Brillante.

En 1993, el escritor había tenido que tomar la “dolorosa” decisión de vender la residencia marplatense.

Atravesado por las pérdidas, Bioy Casares se conectó con su hijo Fabián (fruto de su relación clandestina con Sara Josefina Demaría) y continuó escribiendo, hasta su fallecimiento, el 8 de marzo de 1999.

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