Presentará este sábado su disco "País semejante" en la sala Melany. Son quince canciones folklóricas versionadas con la impronta de lo contemporáneo. El fracaso, el arte y el artesano.
“Tengo unas tumbadas grosas”, menciona. Y saca a reflotar una de las tantas -dice- experiencias vinculadas al fracaso. “Yo tenía que darle de morfar a mis hijos, eran muchos. Tenía treinta y pico. Entonces me organizaba así: todos los martes, miércoles y jueves tocaba en los pueblos de la zona, me pagaban una manguitos fijos. Era medianamente conocido acá”.
Sigue -boina, jardinero de jean, bigotes a lo Salvador Dalí-: “En los pueblos, abrían las puertas de los bares, la gente iba a chupar y a escuchar música. Y los fines de semana me iba a tocar a Buenos Aires, porque ahí estaba la cosa. Ahí no ganaba guita, pero encontraba el público que entendía lo que cantaba. Hasta entonces hacía música latinoamericana, pero me empezó a fascinar la poesía. Empecé a musicalizar a (Juan) Gelman. Y desde ese momento empecé a perder público en esos bares, hacía poesía y la gente se embolaba. Ya no me llamaban tanto”.
“Hasta que llegó un momento que en un bar de Olavarría me pedían que partiera el show en dos para que la gente chupara. Terminó la primera parte y no conectaba con nadie. Y me escapé. No volví más. No pude más. Volví acá una noche de bruma, porque en todo el sudeste en la madrugada hay niebla. Por suerte, al tiempo me puse a hacer música para chicos con Matías Rodríguez. Fueron años felices, pero yo tengo unas tumbadas grosas”.
Además de músico y actor, Luis Caro es un buen contador de historias. En el fragor de la charla, deja relucir su vasto anecdotario, en el que rondan el fracaso y la desventura.
Aunque los quince discos que tiene editados y los dos libros de historias de su autoría le dan la espalda a ese fracaso. Sin mencionar su experiencia de cantor callejero en Europa y América latina.
Desde hace unos años, Caro parece estar obsesionado por la identidad marplatense. Fruto de una ardua investigación fue su disco anterior, “Mareas”, en el que recopiló los ritmos autóctonos de esta parte del suelo bonaerense. Y ahora volvió al ruedo con “País semejante”, un disco-libro que, además de contener imágenes de plásticos locales y nacionales, fragmentos de los poetas que iluminaron su camino y textos sobre compositores, muestra quince canciones folklóricas que representan la sonoridad de todo el país. Están versionadas bajo el paraguas de lo contemporáneo: voz, piano, contrabajo y una percusión poco convencional.
Grabado junto a su hijo Juan Miguel Carotenuto en batería, Nicolás Pasetti en contrabajo y Fermín Ferraris en piano, “País semejante” recibió muy buena recepción en ciudades como La Plata y Buenos Aires, donde ya sonó.
-¿Cómo vinculás la identidad musical marplatense con este disco?
-Hice un laburo de investigación, no científica. En las décadas del ´60 y del ´70, que son las décadas en las que investigué, Mar del Plata explotaba de espectáculos de tipo folklóricos. Los músicos se quedaban todo el verano. Todo lo que pasó en el país dentro del folklore pasó por acá. Y acá se quedaron a vivir algunos maestros: Adolfo Abalos, Calchi Chazarreta, Tito Segura, Alberto Merlo, Raúl Carnota pasó su infancia en Mar del Plata. Todos los maestros que tuvo mi generación, yo tuve a los hermanos López, nos fueron dejando su impronta de la música popular en la misma propia región. A eso le tenés que sumar la inmigración interna, sobre todo la norteña, que es la que hizo la ciudad. Ahí es donde podemos empezar a tirar del hilo de esa cosa ecléctica que tiene Mar del Plata, pero a la vez inquietante. A mí me parece que no logramos una identidad musical. Abrevamos de muchas fuentes y somos muy jóvenes como ciudad.
-¿Cómo apareció este grupo de canciones?
-Esta es la música de mi infancia. Por estas canciones yo empecé a tocar y lo loco es que hice un camino basado, como decía Ella Fitzgerald, en la autoridad que me da el fracaso. Yo siempre busqué, busqué y busqué.
-¿No te molesta hablar de fracaso?
-No. Hablo del fracaso de todo tipo, creo que fracasamos con los sueños de nuestra revolución en los ’70. A los 20 años me fui a Ecuador (en el exilio) con quince muertos, para mí nunca fue una carrera (musical) la mía, era una manera… tenía que sobrevivir para dejar testimonio. Eso me parecía y me sigue pareciendo. Es algo cada vez más fuerte. Todos mis discos están dedicados a compañeros, los festivales que armamos acá, mi militancia en derechos humanos, me parece que todo fue una excusa. Tuve herramientas, el teatro, la música, todas fueron excusas para dejar testimonio de ese rotundo fracaso. Mi generación fue una de las que más caro pagó los sueños, porque nos equivocamos, casi todos mis compañeros creían que era posible cambiar el mundo, que era necesario. Yo creo que no lo cambiamos, pero sigo pensando que hay que buscarle una vuelta, como yo le busqué a esto que se llama arte. Para mí yo soy un artesano, en eso me emparento con el legado de mi viejo que era albañil.
-¿No podés separar música de política?
-El arte en general no se puede separar de lo político y de lo social más que nada. Yo estoy parado ahí. Este país está en un tiempo de desasosiego, que es una palabra demoledora. Muchos me decían para qué hacer este disco, y para mí era imprescindible. Me interesa dejar obra, laburo. Ahí es donde siento que puedo aportar algo.