Opinión

Macri-Pichetto: de los globos a la marchita

Por Jorge Raventos

Con las urnas a la vista y consciente del riesgo que ellas le imponen a sus deseos de continuidad, Mauricio Macri se liberó del discurso autoindulgente y aislacionista de su entorno y produjo un hecho de proporciones: convocó a Miguel Pichetto, la figura más quintaesencialmente política del peronismo, para completar la fórmula con la que afrontará el desafío electoral que comienza en las primarias de agosto. Como remate simbólico de este cambio, murió el sello Cambiemos y nació algo nuevo, que habrá que ver caminar: Juntos por el Cambio. Una primera escena de la nueva situación: el jueves, en un restaurante, los funcionarios del gobierno nacional que provienen del peronismo (entre ellos, el presidente de la Cámara de Diputados, el ministro de Interior, el vicejefe de gobierno porteño, los ministros de Seguridad y de Justicia bonaerenses) homenajearon a Pichetto con una comida y a los postres, en una manifestación de orgullo peronista, cantaron la célebre marchita acompañando la versión grabada por Hugo del Carril. Los símbolos no son inocentes: Mauricio Macri abrió una compuerta que les permite a los properonistas salir del clóset, buscar nuevos adeptos y modificar la coalición que hoy gobierna. A partir de diciembre podría haber un segundo período de Mauricio Macri como presidente, pero no habrá segundo período de Cambiemos.

Pichetto y el eclipse de Cambiemos

Antes de ser convocado por el Presidente, Miguel Pichetto era, en los papeles, uno de los precandidatos a presidente de Alternativa Federal, aunque él mismo no tomaba en serio esa candidatura. Tanto, que se convirtió durante unas semanas en el principal propagandista de la postulación presidencial de Roberto Lavagna, que ni siquiera estaba bajo el paraguas de Alternativa Federal y que (al negarse obstinadamente a competir en las PASO con los aspirantes de ese espacio), terminaría determinando el principio del fin de ese decepcionante intento de construir una alternativa sensata y plural a la polarización.

Con un Juan Schiaretti que después de su triunfo cordobés optó por la distancia y el hermetismo, y un Sergio Massa presionado por sus cuadros territoriales a acompañar a la enorme mayoría de los gobernadores en la jugada de unificar la oferta electoral peronista rodeando a Alberto Fernández, la avenida del medio quedó clausurada. Pichetto adelantó entonces que, forzado a optar, él prefería votar por un futuro democrático antes que por un pasado autoritario.

No era el primer centro al área que Pichetto le tiraba a Mauricio Macri, pero esta vez el Presidente se decidió a cabecear. Al hacerlo, sepultó la narrativa purista (“somos lo nuevo”, “setenta años de vieja política”, etc.) elaborada en oficinas de la Casa Rosada y se aproximó al realismo que le habían aconsejado desde importantes líderes empresarios (“el círculo rojo”) hasta otros sectores de su mismo partido (Emilio Monzó es el caso más notorio, pero no el único), que fueron apartados de las reuniones en las que se decide la línea.

A un sector de la base (y de los cuadros) de Cambiemos la jugada no le cayó bien: ¿Un peronista que estuvo con Menem, con Duhalde y con Kirchner trepado en la fórmula? ¿El jefe de los senadores peronistas que se opuso a quitarle los fueros a la expresidente y además se opone a la extinción de dominio? Resumiendo: ¿un peronista?

¿Se agotaron las planillas de Excel, se renueva la “rosca política”? Todo en su medida y armoniosamente, como diría Perón (a quien ya se puede citar sin culpa en el oficialismo). La mayoría de la sociedad pide más política y menos purismo para salir de la grieta que inmoviliza. Pero no por eso pide menos reformas o menos gestión. Por el contrario: pide mejor gestión, mejores reformas, pensadas y puestas en práctica desde una comprensión sensible y sensata de la situación social. La política no debería ser enemiga de la eficiencia; la transparencia y la apertura no deberían confundirse con ingenuidad. La corrupción no debería pasar por realismo político ni la decencia convertirse en un arma arrojadiza. Sentido común.

Qué pone Pichetto

El gobierno explicó el viraje a su manera: se procedía a ampliar la coalición oficialista y a modificar su integración, dando así satisfacción a una demanda del radicalismo.

Si la UCR vio frustrada su expectativa de que como copiloto de Macri fuera elegido un correligionario de esa fuerza, lo disimuló con elegancia. En verdad, la UCR todavía tiene tiempo y chances de pelear otras posiciones y su primera prioridad era que la opción electoral oficialista se fortaleciera y que la fórmula tuviera atractivo político, ya que hasta allí las encuestas venían mal.

Los radicales comprendieron que la incorporación de Pichetto era una batalla ganada por la política sobre el purismo oficialista y que efectivamente se había dado un paso que ellos demandaban: marchar hacia una coalición con participación de sus socios.

La primera evidencia de que Pichetto introduce realismo en el oficialismo fue el archivo de una norma interna de Cambiemos (impuesta en su momento por la Casa Rosada) que impedía a quienes se postularan a cargos provinciales y allí fueran derrotados, presentarse de inmediato a candidaturas nacionales. Así, por caso, el actual jefe del bloque de Cambiemos en la Cámara de Diputados, el radical Mario Negri, que perdió ante Juan Schiaretti la competencia por la gobernación cordobesa, no podía aspirar a renovar su banca en el Congreso por decisión de su propia fuerza. “Es una pavada”, opinó Pichetto. Propuso que se deje de lado esa norma que en los hechos debilitaba a la coalición. Y así ha ocurrido.

El compañero de fórmula de Macri quiere incorporar a las listas oficialistas a muchos peronistas que no comulgan con el binomio Fernández-Fernández y tampoco se ilusionan con la postulación conjunta de Roberto Lavagna y Juan Manuel Urtubey. El quiere “muchos peronistas acompañando la candidatura de Mauricio Macri”. Pichetto en la fórmula no es una incorporación aislada, sino una apuesta a la transformación de Cambiemos en una coalición diferente.

El programa con el que Pichetto encara a esta altura la campaña se parece mucho a lo que él venía reclamando desde su vida anterior, como jefe del bloque peronista de senadores: ha rectificado un tanto su planteo industrialista (ahora hace eje en la industria competitiva) y por el momento no plantea con énfasis la necesidad de acuerdos con el movimiento obrero, ni la de convocar a un consejo económico social. En su nuevo rol no se ha pronunciado aún sobre los planes de reforma previsional (él siempre señaló que una reforma es indispensable, pero que no se puede avanzar seriamente en ninguna reforma profunda sin mayoría parlamentaria). Esos puntos, más los que atañen al federalismo son moneda de cambio para tratar con los actores en caso de que las urnas decidan que hay segundo mandato de Mauricio Macri. Son gestiones de gobernabilidad cuya mayor responsabilidad recaería principalmente en Pichetto.

En rigor, esa tarea ya ha comenzado: hay una módica recreación de expectativas que tal vez impida sacudones rumbo a las primarias de agosto. Hasta la semana última muchos observadores temían que una victoria rotunda de la fórmula Fernández-Fernández en las PASO podía producir un efecto de estampida anticipatoria en los mercados. Ahora los medios hablan de un “dólar Pichetto”, atribuyendo sin duda a su designación como candidato la baja de la divisa, así como la caída del riesgo país y el salto de las acciones y los bonos. ¿El círculo rojo y los mercados aplauden la apertura de Macri al peronismo?

Pichetto conversa también con los gobernadores peronistas que adelantaron elecciones y ya aseguraron su continuidad. No les pide que adhieran a la fórmula del oficialismo, sino una suerte de neutralidad: que se presenten con “boleta corta”, es decir, sin unión explícita con ningún binomio presidencial. Considera que esa sola concesión equivale a unos puntos electorales que pueden ser decisivos en octubre. Como decía Perón: “Maíz por maíz uno come un maizal”.

“Peronistas somos todos”

Es irónico que algunos sectores del oficialismo dejen trascender por la prensa su alegría porque -según dicen- “rompimos totalmente al peronismo”.

Se trata de sectores que objetivamente rechazan la decisión del Presidente y que, además, miran la realidad con los ojos cerrados. El peronismo “roto” tiene un candidato a vicepresidente en la fórmula del oficialismo y probablemente tendrá muchos más candidatos allí cuando se conozcan los nombres de todas las boletas. También parece cantado que tanto en el proceso electoral como después, las fuerzas que responden a Macri necesitarán acercarse más al peronismo, que por su parte se adapta a las circunstancias de esta época adquiriendo el modo-archipiélago.

¿Peronismo roto? Todas las fórmulas con entidad electoral tienen componentes peronistas. La fórmula Lavagna-Urtubey, aun siendo el producto final de un proceso que se malogró en su desarrollo, podría terminar convertida en decisiva en la puja electoral: los análisis demoscópicos coinciden que la mayoría de sus votantes potenciales provienen de electorado macrista decepcionado y puede ser la clave de una derrota electoral oficialista. Esta circunstancia sería irreversible en la provincia de Buenos Aires; por eso Vidal quería que en su distrito se aprobaran las listas colectoras, para conseguir los votos de fragmentos de ese “peronismo roto” (el gobierno espera que eso sea resuelto por un fallo judicial: lograrlo sería otra demostración de pragmatismo y una señal de que, diga lo que diga Laura Alonso, ya no lo espantan las conversaciones con la ciega Justicia).

En fin, el “roto peronismo” ha conseguido agrupar un contingente central en el que lucen los gobernadores, un arco amplio de intendentes y miembros de las dos cámaras del Congreso Nacional y de las legislaturas provinciales, más Sergio Massa y su sector. En esa amplia legión están más o menos integradas las fuerzas que comanda directamente la señora de Kirchner. Ella tiene un resistente capital electoral, pero su poder político efectivo está limitado por el peso de las circunstancias y por voluntad combinada de un buen número de sus aliados electorales y de los sectores ajenos que abiertamente la resisten. Es comprensible que, en campaña electoral, desde el oficialismo la describan como una amenaza existencial. Pero ella ya es una leona sin dentadura.

La fuerza gravitatoria del centro

En cualquier caso, lo interesante es observar cómo, al mismo tiempo que en términos de opción electoral autónoma el camino del medio se diluye (la fórmula Lavagna-Urtubey no corona un apogeo, sino una disgregación), “el medio” consigue ejercer una enorme atracción sobre las fuerzas que disputan la polarización.

El sistema se reorganiza a través de la polarización, pero no sólo en virtud de ella, sino porque la demanda social tironea a todas las fuerzas hacia el centro y todas responden a esa fuerza de gravedad social, cada una con su propio estilo y moderando sus aristas más conflictivas.

La suma de los gobernadores y el massismo alrededor de la candidatura de Alberto Fernández contiene los eventuales pujos antisistema que pueden emerger de ese espacio. Pichetto junto a Mauricio Macri recorta los extremos puristas del oficialismo y juega de bisagra con el conjunto del peronismo. Los gobernadores están interesados en contribuir a la gobernabilidad; querrán sentirse acompañados por “la columna vertebral” del movimiento, es decir, por las organizaciones sindicales. Las reformas requerirán un ritmo gradual y, mal que les pese a los extremos antisindicales que sobreviven en rincones de Cambiemos, el núcleo del “modelo sindical argentino”, estructurado desde los primeros años del peronismo, resistirá indemne. Sólo se necesita de él que se adapte a la lógica de la productividad y la competitividad internacional. El movimiento sindical tiene interlocutores duchos para participar en una política de acuerdos.

En esta columna habíamos adelantado: “Pese a que la lógica del balotaje tiende a contaminar las elecciones e induce a la polarización despiadada, en estos días se asiste a signos de recomposición del sistema político, a negociaciones (duras pero existentes) y a manifestaciones de convergencia del conjunto de los actores, los polos incluidos, hacia el centro del sistema: el oficialismo, que se negó durante toda su actual gestión a los acuerdos políticos, busca apoyos oblicuos para la gobernadora María Eugenia Vidal, prepara alianzas próximas con sectores dispuestos de Alternativa Federal, trata de contener a sus aliados radicales y hasta ha pensado en ofrecer ministerios a peronistas con los que por ahora compite. Roberto Lavagna, que hasta ahora se negaba a ir a las PASO, conversa con Juan Manuel Urtubey a través de sus aliados del centro progresista (socialistas santafesinos y Margarita Stolbizer). En fin, Alberto Fernández (y, desde el otro costado, el vidalismo bonaerense) tratan de seducir a Sergio Massa. Y, en primer lugar, hay que registrar el paso atrás voluntario de la señora de Kirchner, que ha facilitado todos estos movimientos.

Que todos hablen con todos y, más allá de las palabras, empiecen a moderarse, sólo puede ser de mal agüero para ese purismo de distintos colores que íntimamente considera que cuanto peor, mejor.

A la luz de lo que ocurre estos días es legítimo conjeturar que, si en 2016 el gobierno hubiera aceptado la propuesta de un pacto de gobernabilidad como el que ofrecieron el propio Miguel Pichetto y el radical Ernesto Sanz, muchas reformas postergadas pudieron haberse convertido en ley y muchos altibajos económicos pudieron haberse evitado.

Si bien se mira, es una pena que su entorno haya aislado a Macri durante tanto tiempo.

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