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Arte y Espectáculos 19 de febrero de 2022

Mariano Moro se sumerge en el mundo de ensueño del “Romancero Gitano” de Lorca

"Más que expresarse se recrea, pero así logra casi decir lo que no se puede decir. Y éste quizá sea el cometido último del arte", define el artista sobre el estilo del eterno Federico García Lorca, sobre quien vuelve tras "Cartas de amor a Salvador". Sube a escena en La Guarida.

"A mi abuelo, Jesús, lo fusilaron en la guerra por los mismos días que a Lorca. Tenía veinticinco años y mi madre, seis meses. De algún modo inconsciente, esto me hizo adoptar a Federico como abuelo", comparte Mariano Moro.

 
Cada domingo a las 22, en el teatro La Guarida, el dramaturgo, director y actor Mariano Moro se sumerge en el mundo de “Romancero Gitano”, obra en la que profundiza otras miradas a la vida y obra de su escritor favorito, el eterno Federico García Lorca.

En este unipersonal aborda los 18 poemas escritos entre 1924 y 1927, pero publicados en 1928 por José Ortega y Gasset en su Revista de Occidente, ofreciéndose como vehículo para transmitir todos los mensajes que encierran las piezas.

“Le doy todo lo que tengo y soy para que me baile, me cante, me estruje y me estalle y para que el público capte cosas que están ahí, pero que no son evidentes en una primera lectura, ni en dos ni en tres”, asegura el artista en una charla con LA CAPITAL sobre estos textos que forman parte de su propia vida, que lo atraviesan.

“No es fácil aprenderse un libro de poemas complejos, llenos de detalles, que nunca van por lo convencional o esperable”, reconoce señalando que “en cada función aprendo, matizo y descubro grietas por donde volcarme un poco más”.

– ¿Cómo fue esa nueva aproximación a Federico García Lorca en comparación con “Cartas de amor a Salvador”? ¿Qué otros aspectos, costados del poeta y temáticas redescubriste?

-“Carta de amor a Salvador” es una biografía espiritual y sentimental de Federico, rastreado, auscultado en sus poemas, conferencias, cartas y obras de teatro, hilvanada sobre su recurrente referencia a quien no dudo fue el amor de su vida, Dalí. Allí el romancero tuvo poco sitio. El foco estaba en su persona. Aquí, la obra tiene una estética particular: es un mundo de ensueño donde confluyen milenios de poesía y tradición, la huella de muchas lenguas y pueblos, diversos ambientes, conflictos y personajes, disparados hacia el futuro y la sorpresa por la fuerza vanguardista con la que Federico resignificó la tradición. En el flamenco, que él personalmente relanzó junto a Manuel de Falla en la canción española y en toda la poesía en castellano, creo que hubo un antes y un después de la publicación de este libro, influyó muy poderosamente. Redescubro un mundo al sumergirme en cada uno de los dieciocho romances. Todos tienen su atmósfera, su drama y su erotismo particular. En el romancero, diría que Federico es bíblico y homérico. En otras obras, se ocupó más de estar al día, aunque siempre lo desbordó.

-¿Cómo es la presencia, el rol del mundo gitano?

-Estos gitanos son unos seres sublimados y sublimes que Federico alumbró y que, en su ficción, serían portadores y trovadores de esta serie de leyendas. El poeta no se muestra documental ni costumbrista. Hay -quizá sí- una entronización de lo marginal como borde, donde la poesía nace y abunda, y Federico convierte a los rechazados en las estrellas del misterio y la fantasía. Creo que el poeta marcó más a los gitanos que los gitanos a él. Federico los embebe de una simbología feroz que se siente tan cercana y tan lejana como los sueños, y que siempre fascina y conmueve. Federico no retrata un mundo, crea un mundo y nos convierte en gitanos a vos, a mí, a los arcángeles y a la Virgen María.

-Una vez más, volvés a la poesía. ¿Es esta puesta una especie de continuidad de “Lengua romance”?

-La poesía está en mí y soy yo cada vez más en la medida en que logro ser más artista. Bromeo con que hace más de treinta años que empecé a estudiar teatro y recién el año pasado, con “Lengua romance”, pude hacer lo que siempre hubiera querido hacer. Al fin siento que araño el virtuosismo que pretendo conjugado con el desparpajo de entregar en un escenario el alma desnuda, sin inhibiciones ni defensas. Antes no podía y, por eso, intentaba que muchos actores maravillosos lo hicieran por mí. Hay una continuidad en la apuesta por la poesía. “Lengua romance” era antología y reconocimiento de mojones, de Manrique a Borges, con énfasis en el pase del poema a la canción y subrayando el carácter latino de nuestro idioma, su relación con las lenguas vecinas. Sostenido por la increíble Camila Suero, que es la música y es todo, pude probar fuerzas y prepararme para el desafío mayor. Por primera vez me subo ahora solo a un escenario y doy todo, lo que tengo y lo que no.

-¿Cómo, cuándo fue tu descubrimiento de Federico García Lorca? 

-Tenía diez años o así. En la escuela me dieron el poema de la rosa de “Doña Rosita la soltera”. Sólo yo lo aprendí de memoria, por supuesto. En mi casa estaban las obras completas, la edición divina de Aguilar. Me supo a poco aquel hermoso poema y leí a “Doña Rosita” entera, primera obra de teatro en mi vida, y luego empecé a explorar el libro en todas direcciones, desde entonces y para siempre. A mi abuelo Jesús, padre de mi madre, lo fusilaron en la guerra por los mismos días que a Lorca. Tenía veinticinco años y mi madre, seis meses. De algún modo inconsciente, esto me hizo adoptar a Federico como abuelo, aunque ya en esos días él era más joven que yo. Su muerte me conmueve desde entonces y a cada momento, como si estuviera sucediendo ahora. Su uso del lenguaje es íntimo, personal y magistral. Más que expresarse se recrea, pero así logra casi decir lo que no se puede decir. Y éste quizá sea el cometido último del arte. La afinidad la sentí desde entonces, desde niño, aún cuando me hablaba de cosas que me faltaba tiempo para siquiera vislumbrar.

-¿Por qué, según tu perspectiva, mantienen vigencia los textos de Lorca?

-Porque son arte puro y van por delante de todos nosotros. Y porque él se salteó a la torera, nunca mejor dicho, la tremebunda inquisición de lo políticamente correcto. Un romance de Federico tiene para mí más impacto que casi cualquier obra de teatro o película que hoy pueda ver y está en la eternidad, si la eternidad existe, junto a la música de su amigo de Falla y los cuadros de su amado Dalí. Federico es Federico, encarna en sus versos. Y respirar con él es compartir con una de las personas más bellas que han podido caminar este mundo. No por mucho tiempo, por cierto. Brillaba demasiado y lo quisieron apagar.