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Mariano Narodowski: “Es imposible emanciparse sin límites”

El avance de las pantallas y su incidencia para reformular viejos paradigmas centrados en el valor de la experiencia y el sacrificio han provocado un desdibujamiento de las fronteras etarias, según dice el educador Mariano Narodowski en su libro "Un mundo sin adultos".

“El fin de la infancia supone una contraparte menos pensada, aunque igual de inquietante: el fin de la adultez”, plantea Narodowski en el arranque de “Un mundo sin adultos” (Debate), una obra multirreferencial que recorre películas, publicidades y letras de canciones para trazar un mapa de consumos que deja al descubierto los rasgos de una sociedad cada vez más narcisista y autocomplaciente.

Con la experiencia y la responsabilidad desacreditadas como valores rectores de las relaciones intergeneracionales, la infancia y la adultez ya no pueden diferenciarse en tanto lugares de no saber y saber, sostiene el ex ministro de Educación porteño. No sólo eso: portadores de una capacidad innata para procesar cambios violentos, los más jóvenes son los que tienen mayores aptitudes para desenvolverse en el escenario actual.

“Las relaciones entre padres e hijos, maestros y alumnos antes estaba signada por el sacrificio en el sentido de postergar la felicidad propia para garantizar la felicidad de los más chicos. Hoy esos valores están desacreditados en el contexto de una cultura de la realización inmediata que, además, les dice a los adultos que sus hijos no serán felices si ellos mismos no lo son: el sacrificio no se recompensa socialmente”, alerta Narodowski.

-¿Cómo se conectan el fin de la infancia con el fin de la adultez, es decir, de qué manera la declinación de uno está ligada a la del otro?

-La infancia que conocíamos implicaba que los chicos ocupaban un lugar de dependencia y obediencia respecto de los adultos. La idea cada vez más generalizada de niños autónomos y autosuficientes, dominadores de medios y tecnologías solo se explica por medio del declive de la autoridad adulta y la exaltación de las infancias y las adolescencias en un mundo en el que los adultos huyen de su propia fisonomía, pero también de sus compromisos y responsabilidades. Así, las edades de la vida se entremezclan: los adolescentes no están interesados en crecer y los adultos quieren mostrarse cada vez más chicos. La fascinación de nuestro tiempo con el cuerpo joven, con la pose despreocupada y con una figura humana que no muestre el paso del tiempo, son indicadores evidentes. Ahora bien, este supuesto giro paidocéntrico es apenas una estrategia de desresponsabilización: tras el discurso de la liberación de los niños, los adultos se han liberado de ellos.

-La intuición y la experiencia regían antes la crianza, pero hoy los padres parecen recostarse en profesionales de la salud y la educación para ejercer su rol. A su vez, también la experiencia se ha vuelto una capacidad casi obsoleta ¿Qué factores llevaron al debilitamiento de esa autonomía para definir un modelo de crianza?

-En un mundo de cambios violentos y constantes se producen dos fenómenos centrales. Por un lado, el mayor riesgo es la obsolescencia dado que la acumulación de experiencia y la antigüedad no son valoradas en sí mismos y, al contrario, la edad y la antigüedad hasta pueden ser vistas como pérdida de vigencia. Por otro lado, en estas sociedades solo los que son procesados en el centro de este huracán vertiginoso (los más chicos) se convierten en los que mejor operan en los nuevos escenarios. Esto pone en cuestión la vieja definición de transmisión intergeneracional que nos había enseñado el viejo Durkheim hace cien años: la educación y la crianza ya no pueden ser comprendidas como la trasmisión de las generaciones viejas a las jóvenes y, al contrario, los sentidos de la misma son multidireccionales.

-La “participación crítica” que según marca ha reemplazado la idea de la obediencia como núcleo rector de la crianza, ¿puede generar a largo plazo adolescentes cada vez más déspotas y al mismo tiempo más intolerantes y menos permeables a la frustración?

-La idea tan difundida de que la obediencia es una mala palabra arrastra un cuestionamiento de la asimetría y así se percibe al vínculo entre grandes y chicos como una relación entre iguales, o mejor dicho, entre equivalentes. Eso supone que ya no hay otro que dice que no y con eso se diluye el derecho al límite que tiene una persona en formación: a que otro (un adulto) contribuya a establecer lo que está bien y lo que está mal y le permita construir su propia ley y consagrar su propia autonomía. Es imposible emanciparse si nadie te dice que no. Hace medio siglo también existían conflictos escolares pero siempre se dirimían a favor de los adultos, tuvieran o no razón. Hoy, frente a un conflicto escolar el resultado es incierto; porque los padres son más duros con los maestros que sus hijos y hasta los funcionarios políticos prefieren culpar a los docentes. Frente a eso, los docentes parecen condenados a negociar y el bullying es un concepto muy a mano para eso.

-En el campo educativo, circulan las visiones nostálgicas que proclaman el retorno a los viejos ideales sarmientinos, como si la enseñanza fuera una instancia cristalizada que resiste impasible frente a los cambios sociales ¿Qué creés que invocan aquellos que añoran los viejos paradigmas educativos?

-Hay una nostalgia muy nociva que es la nostalgia restauradora, que plantea volver en el tiempo cuando las cosas estaban bien. Mi opinión es que las cosas no estaban tan bien y que es imposible volver al pasado: cuando los educadores queremos restaurar el pasado a la fuerza damos pena. Esta visión se opone al mundo ‘progre’ que también está equivocado al creer que hay que consensuar la convivencia hasta con un bebé que va gateando a poner los dedos en el toma corriente… Ambas posturas parten de una base correcta: la idea de una autoridad ordenadora en la primera y la crítica a la dominación perversa en los progres.

El problema es que al extremar sus argumentos hacen mucho daño a la posibilidad de una reflexión densa e interesante.

-¿La apatía que se les atribuye a los alumnos está relacionada con la dificultad de la escuela para dialogar con la oferta de saberes paralelos ligados a los dispositivos tecnológicos?

-Si los gurúes de las nuevas tecnologías leyeran la pedagogía del siglo XVII sabrían que la escuela siempre fue aburrida y no ahora más aburrida porque hay TV e internet. Las escuelas del mundo tiene un formato muy parecido desde hace 350 años y los intentos de cambiarla por decreto han fracasado rotundamente. Es cierto que el formato está en crisis pero aún no se avizora nada nuevo. Los desafíos ahora son cómo construir saber y asimetrías en las escuelas que tenemos.

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