Arte y Espectáculos

Mario Carneglia: “Hacemos teatro para compartirlo o haríamos del teatro una masturbación”

El teatrista publicó el libro "Hacia un realismo coreográfico", en el que reflexiona sobre el oficio que desarrolla desde hace treinta años en Mar del Plata. El pasado "de animalito", Guillermo Yanícola y el rol de teatro independiente, según su mirada.

 

Por Paola Galano

“Cuando veo a un director teatral que, explicando su trabajo utiliza frases excesivamente complejas que no terminan de concretar nada, siento que realmente no tiene nada que contarnos. Los maestros de verdad son concretos y simples, pido disculpas, debe ser mi pasado de animalito“. Acaso esa frase resuma el espíritu con el que está fabricado “Hacia un realismo coreográfico”, el libro de Mario Carneglia, quien es director, dramaturgo, actor y maestro de actores y actrices de Mar del Plata.

Carneglia mira a su infancia en Mar del Tuyú, que hace más de cuatro décadas era “un pequeño caserío con calles de tierra e incluso sin calles”, una niñez al aire libre entre pelotas, pesca y gomeras, y ve que ese es el punto fundante de su identidad como artista.

“Ni bien pescábamos las ranas, las destripábamos y les sacábamos el cuero con el cuchillito y en cuanto la grasa estaba caliente las freíamos en la lata”, cuenta una de sus diversiones de chico, en ese pasado que él llama “de animalito”. Y la anécdota le viene bárbaro para explicar por qué se siente lejos de la solemnidad o de la pose falsa, a veces muy común en el terreno del arte.

Carneglia es directo, no da rodeos para explicar los conceptos que elaboró a lo largo de treinta años en la labor teatral: fue actor, director, dramaturgo y es docente. Y así, de manera llana, “Hacia un realismo coreográfico” se convierte en un libro didáctico, que cuenta los ejercicios teatrales con los que moviliza a sus elencos, y es a la vez reflexivo. Busca exponer los mecanismos que se ponen en marcha cada vez que un grupo y un director quieren llevar a escena una obra.

En ese camino, no olvida el rol de la intuición, casi su brújula en la maraña que forman elencos, textos, escenografías y estéticas. “El teatro es un arte bello pero simple, profundo pero divertido, sensible pero no pretencioso”, asegura, como una máxima.

Entrevistado por LA CAPITAL, contó cómo elaboró el concepto de “realismo coreográfico” y habló de los tiempos del teatro independiente, entre otros conceptos. “Quizá (el libro) también ayude a reflexionar sobre algunas problemáticas de la tarea de dirigir y formar actores, o por lo menos despertar la curiosidad y plantear preguntas”, dijo.

-Decís que el rol de formador de actores y actrices es donde más cómodo te sentís, ¿este libro se entiende como un desprendimiento de ese rol?

-Es el rol que más disfruto por el momento. Eso puede cambiar rápidamente cuando aparece un material que dispara el deseo de dirigir o actuar, pero son entusiasmos transitorios. Enseñar es una actividad que se desarrolla en tiempos más prolongados y constantes. El libro tiene tres momentos diferenciados; un ensayo sobre estética teatral, tratando de sintetizar mi idea de lo que llamamos “realismo coreográfico”. Luego un intento de compartir mi experiencia como director y por último un espacio que se pone evidentemente didáctico y donde intento ser lo más concreto posible para exponer mi metodología de trabajo como formador de actores. Siempre me ha gustado muchísimo compartir las ideas y herramientas que la praxis me va generando, quizás este libro sí sea un desprendimiento de esa pulsión natural a transmitir la experiencia.

-¿Cómo llegás al concepto de realismo coreográfico?

-Es un concepto que nació en el 2007 y que me fue útil para explicar una búsqueda; una necesidad de unir la potencia dramática del realismo con la potencia expresiva de la precisión. En ese momento se convirtió en el eje de mis exploraciones y con el paso del tiempo fue mutando y desarrollándose. Mis obras no tienen una estética común ni siguen un patrón, siempre trato de no repetirme y de explorar nuevos lenguajes, aunque haya elementos que constituyen un estilo personal. Descreo de los conceptos fijos y que no tengan la flexibilidad y la dinámica necesarias para seguir creciendo y no me ato a ningún dogma que me limite en lo creativo.

-¿Qué tan difícil o engorroso resulta el camino de formar una actriz o un actor que tenga la potencia dramática del realismo con la precisión y la definición de la danza?

-Es una tarea para obsesivos, claro. No cualquier actor está dispuesto a enfrentar ese desafío y es entendible. En mis talleres hay mucha tarea de autopercepción, control corporal y emocional que exige tiempo y dedicación para observar los resultados, pero cuando esto ocurre es muy gratificante.

-Tu manera de entender el teatro tiene algo de salvaje, incluso la referencia a la bestia en el nombre de tu grupo. ¿Te parece que esa manera visceral e intuitiva se conecta con tu origen, con ese nene que cazaba ranas en los charquitos y las freía?

-No tengo dudas. Ese niño salvaje que creció en el campo no me perdona cuando me pongo intelectual, solemne o místico. No me queda más alternativa que divertirlo mientras trato de que sea al mismo tiempo cada vez más profundo y sensible. Eso no quiere decir que tenga que hacer un teatro brutal o grosero; lo salvaje sin control es catártico. Busco un teatro visceral, emocional y sensible dentro de un marco de contención que le aporte claridad y belleza.

-El libro da pistas para entender cómo es el trabajo en el teatro independiente, la distancia con el teatro comercial o incluso con el cine. También es un libro que define qué es el teatro independiente, ¿coincidís?

-Ojalá que así sea. Casi toda mi experiencia como creador está dada en ese contexto. Y las pocas experiencias en el teatro comercial o en la pantalla nunca han sido tan satisfactorias. Es una decisión ser independiente, nos permite trabajar con libertad y con objetivos que van mucho más allá de lo económico. Es el lugar donde nos sentimos más a gusto para crear y tratamos de hacerle entender a los chicos jóvenes que actuar en la calle Corrientes no necesariamente es la única manera de haber tenido éxito. No vemos al teatro independiente como un medio para llegar al teatro comercial y es una decisión elegir este ámbito de creación artística como nuestro territorio.

-Decís que el teatro independiente tiene a su favor el tiempo, ¿cuánto tiempo estás dispuesto a “buscar” la obra, es un tiempo limitado o no?

-Es un tiempo que está acotado por la intuición. Hasta dónde es posible o no descubrir algo interesante en un proceso creativo o en un material. Es una cuestión de olfato, si sentimos que hay un algo posible en la oscuridad seguimos buscando hasta donde sea. Igualmente no soy muy propenso a los proyectos eternos, he visto obras ensayadas durante años que no alcanzan sus objetivos y obras que nacieron de una explosión creativa que resultan fascinantes, es una cuestión de intuición. Pero lo que creo es que al no tener las presiones de los productores o las urgencias de la televisión, los proyectos independientes tienen la posibilidad de búsqueda estética que les permite explotar al máximo el talento de sus intérpretes.

-¿Por qué sentís que el realismo es tu estética y que te cuesta pensar en otras maneras de abordar un hecho teatral?

-Por mi formación no puedo evitar la necesidad de que lo que veo en el escenario sea verosímil y que tenga un contenido, una esencia. Siempre busco la historia, el relato o la idea teatro y la acción. No logro disfrutar de la imagen pura o el sonido puro a no ser que sea un espectáculo de danza o de música, pero el teatro tiene que tener algo que decirme, si no no logro sentirme pleno ni como espectador ni como creador. Aunque el material sea muy delirante, absurdo o loco, como creador busco evitar lo arbitrario, los códigos de expresión convencionales y siempre estoy tratando de transitar comportamientos empáticos. Eso me impide alejarme de ciertas premisas que se repiten en mis espectáculos y que siempre les dan un “olorcito” a realismo.

-Parece preocuparte que tu teatro no pierda de vista al espectador, a la espectadora, que sea bello pero simple decís, te interesa incluirlo, no dejarlo afuera, ¿puede ser?

-Sí, el espectador es el receptor final, hacemos teatro para compartirlo con él o haríamos del teatro una masturbación, para nosotros mismos. Creo que es un lugar muy cómodo para el creador decir “yo hago teatro para mí” o “que el espectador entienda lo que quiera” si no tengo nada que transmitir, nada que comunicar no quiero hacer un espectáculo. Si cada espectador puede hacer una lectura distinta e incluso opuesta a mi intención siento que en algo he fallado. Cuando quiero hacer experiencias de laboratorio, para explorar lenguajes o búsquedas personales hago presentaciones para público invitado especialmente, que sabe lo que va a ver y que está interesado en la experiencia, pero cuando hago teatro para público abierto pienso mucho en sus posibilidades de compartir y vivenciar el espectáculo. Intento que tenga todos los elementos y la información necesaria para poder recibir lo que quiero contarle, luego por supuesto, cada espectador recibirá lo que esté en su naturaleza, con matices. A veces sale bien y a veces el espectador no disfruta de la propuesta pero por lo menos lo hemos intentado a conciencia.

-¿Qué creés que aportás al entramado del teatro independiente que se hace en Mar del Plata?

-No lo sé, quizás esa respuesta no puedo darla yo. Intento hacer el mejor teatro que me salga, enseñar todo lo que sé sin guardarme nada, ser lo más auténtico posible y seguir buscando estéticamente. Ojalá después de todo eso alguien pueda sentir que le he aportado algo.

-Mencionás a Guillermo Yanícola en el libro, ¿qué opinión tenés de él y de su obra?

-Todavía hoy recuerdo el impacto que me causó el uso de la palabra “disparate” en la obra de Guille. Fue como un mazazo y sé que me dejó marcado para siempre. Es uno de esos creadores a los que uno siente que les debe algo sin saber muy bien qué. Nunca fuimos amigos, nos hemos encontrado cientos de veces por ser colegas y no creo que hayamos logrado charlar más que algunas frases cada vez. A él no le interesaba mi teatro, casi nunca fue a ver una obra mía y quizás por eso no tenía nada que decir. Lamentablemente nunca pude romper esa barrera. Yo sí he visto casi toda su producción y me divertí mucho con Floresta o La banda de los ausentes, lo que más admiraba era su coraje para asumir el riesgo, montando espectáculos rarísimos o probando ideas de lo más extrañas y delirantes sin ningún prejuicio.

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