Martín y Thiago Passeri: padre e hijo unidos por el mar y el surf
"El mar no se domina, se respeta”, señalan Martín y Thiago Passeri, padre e hijo, surfistas y campeones. Dos generaciones unidos por la misma pasión.
Martín y Thiago Passeri, padre e hijo del mar: “Si el alumno no supera al maestro, el maestro es un choto”.
Una mañana cualquiera en Mar del Plata. El sol apenas se levanta sobre el horizonte y el ruido de las olas se mezcla con el de las tablas arrastradas sobre la arena húmeda. En la orilla, dos siluetas repiten una coreografía que ya es parte del paisaje: calientan los hombros, ajustan el leash, se miran y entran al agua sin decir palabra.
Son Martín y Thiago Passeri, padre e hijo, leyenda y promesa del surf argentino, dos generaciones que comparten la misma pasión y una relación atravesada por el mar.
“Arrancamos temprano, entre las seis y las siete –cuenta Martín, con esa voz calma del que vive en ritmo de marea–. En verano salimos con el primer sol; en invierno, tal vez un poquito más tarde. Pero de lunes a sábado, seguro”. Su hijo lo interrumpe con una sonrisa: “Él hace físico a las siete; yo, a veces a la tarde. Siempre hay algo que entrenar. Si no estás en el agua, estás preparándote para volver a estarlo”.

Martín Passeri es una figura mítica del surf nacional. Campeón argentino, formador de talentos y referente ineludible de este deporte en la ciudad. Hace años fundó su escuela en Honu Beach, donde enseña a chicos y chicas de todas las edades a leer el mar, a entenderlo y a respetarlo. A su lado, Thiago, con apenas 16 años, ya es campeón argentino junior y empieza a escribir su propia historia.
Ambos estuvieron en “Mesa Chica”, el programa de streaming de LA CAPITAL y Canal 8, horas antes de un nuevo viaje para entrenar y competir en el continente.
“La gente siempre me pregunta si siento presión por tener un papá campeón –dice Thiago–. Y no, para nada. Es una suerte enorme. No solo por lo que fue en el surf, sino por la persona que es. Yo no lo vivo como una sombra, sino como un faro”.
Papá, entrenador, compañero
La convivencia entre el padre y el entrenador no siempre es fácil. Martín lo admite sin vueltas: “Tenés que estar preparado para las dos cosas. El desafío más grande es el papá. Pero tenemos la suerte de que Thiago y Zoe –nuestra hija mayor– nos hacen fácil la tarea. Son chicos que te lo hacen fácil, que entienden el esfuerzo”, revela.
Y Thiago, entre risas, agrega: “Tenemos nuestros roces, obvio. Pero él sabe separar. Salgo del agua y lo primero que hace es abrazarme. Me dice todo lo bueno que hice y después me caga a pedos por lo que hice mal. Y así está perfecto”.
A veces, la complicidad se parece a un espejo. “Lo que más me jode de él –admite Thiago– es que a veces es medio desorganizado”. Martín devuelve el gesto: “Y lo que más me jode de él… es cuando se desorganiza. No podemos los dos al mismo tiempo. Uno tiene que poner orden”.
Se ríen. Hablan el mismo idioma: el de las mareas, la paciencia y el aprendizaje constante.

Martín suele repetir que el surf no es solo un deporte, sino una forma de estar en el mundo. “Thiago tiene un foco y una lectura del mar que yo a su edad no tenía –dice–. Él me enseñó a ser mejor entrenador, mejor maestro, mejor papá. Está muy atento. Y eso te obliga a pensar tres veces antes de abrir la boca, porque todo lo que decís pega fuerte”.
Thiago, que escucha con atención, devuelve la enseñanza: “Lo que más me quedó de él es que el respeto está primero ante cualquier situación. Me estén cagando o puteando, el respeto siempre es lo primero. Es la vía para resolver cualquier problema”, señala.
El mar, coinciden, también enseña a tener miedo. “Sí, se tiene miedo –reconoce Martín–. Yo lo tengo por mí, pero más por él. Cuando lo veo meterse en olas grandes, me pongo más nervioso que en un campeonato. Pero el miedo hace bien, te mantiene atento, te recuerda que el mar no se domina, se respeta”.
Una filosofía que se hereda
El surf, dice Martín, “te saca del ruido”. Lo explica con naturalidad: “No podés pensar en otra cosa. Estás ahí, presente, en el ahora. Por eso digo que el surf es una escuela de vida. Los chicos aprenden a compartir, a respetar, a conocerse. Antes el surf era más salvaje, un tío o un amigo te enseñaba. Hoy hay escuelas que les dan a las familias un marco seguro, un espacio para animarse. Y eso cambió todo”.
Thiago lo mira con la serenidad de quien ya sabe dónde pertenece. Y en tal sentido puntualiza que “el mar para mí es casi todo. Es donde practico lo que amo, donde me desconecto y donde me siento yo mismo. Es el lugar donde soy feliz”.
Martín sonríe: “A veces no nos damos cuenta de la suerte que tenemos los marplatenses. Tener el mar tan cerca, poder caminar, correr, surfear… El mar es una escuela de humildad y de vida”.

Padre e hijo viajan seguido. Torneos, entrenamientos, giras. Thiago estudia de forma virtual para poder entrenar y competir sin perder el ritmo. “Sueño con vivir de esto –dice–. Llegar a viejo y seguir metiéndome al agua todos los días. Quiero tener una familia y poder darle a mis hijos lo que mi viejo me dio a mí. Y sí, también quiero ganar un montón de campeonatos y representar a la Argentina en los Juegos Olímpicos”.
Martín escucha con orgullo y, sin dudar, lanza una frase que ya es parte de su filosofía: “Si el alumno no supera al maestro, el maestro es un choto. Y Thiago ya me superó”.
En el medio, entre un campeonato y otro, el surf los mantiene unidos. “El deporte me dio una forma de compartir con mis hijos –dice Martín–. Con Thiago en el agua y con Zoe, que hoy enseña Natural Movement, un método de entrenamiento físico que combina capoeira, yoga y artes marciales. Todo eso viene del mismo lugar: el cuerpo, el mar, el movimiento, la búsqueda de equilibrio”.
En la casa de los Passeri hay una foto gastada por el sol. Es la primera ola de Martín, empujado por su padre, que era guardavidas de Punta Mogotes. Décadas después, él enseñó a Thiago del mismo modo. “Mi viejo no sabía surfear –recuerda Martín–, pero me metió al agua igual. Y cuando yo lo hice con Thiago, lo paré igual que me paró él. Así aprendió, en espejo. Por eso surfea con el pie izquierdo adelante, y yo con el derecho”, explica el orgulloso padre.
Thiago también guarda una imagen imborrable: “Hay dos fotos en casa. Una es de cuando él ganó un circuito mundial en Perú y la otra es de un aéreo increíble. Son las primeras que me llenaron de admiración. Desde chico las miro y digo: quiero hacer eso”.
Al final, la historia de los Passeri parece escrita por las olas: repite el mismo ritmo, el mismo sonido, con nuevas formas cada día. Padre e hijo, maestro y alumno, amigos y competidores.
“Es un guerrero –dice Thiago–. Ama lo que hace, lo transmite con amor. Es muy responsable, aunque no siempre lo parezca”. Martín lo escucha y devuelve con ternura: “Ya me superó. Y eso, para un padre, es lo más lindo que puede pasar”.
Lo más visto hoy
- 1Finalizó la reparación del caño de agua y se normaliza el servicio en un amplio sector de Mar del Plata « Diario La Capital de Mar del Plata
- 2Una mujer envenenó a sus perros y se suicidó en su casa del barrio Parque Hermoso « Diario La Capital de Mar del Plata
- 3La rotura de un caño provocó un corte de agua en un sector de Mar del Plata « Diario La Capital de Mar del Plata
- 4Asaltó a una jubilada en su casa, la dejó encerrada y lo detuvieron cuando escapaba « Diario La Capital de Mar del Plata
- 5Cómo estará el clima este martes en Mar del Plata « Diario La Capital de Mar del Plata
