Arte y Espectáculos

Martínez Suárez: “Tenemos que mejorar el ramal de distribución” de las películas

El cineasta dijo que "la cultura es insustituible", después del lanzamiento del libro "Fotogramas de la memoria" que escribió Rafael Valles y que repasa su extensa vida.

“¿Me estoy extendiendo mucho?”, preguntó, mientras un auditorio le respondió que no, que siguiera contando con pormenores y abundantes detalles esos momentos de su vida personal y de su trabajo como docente, tallerista y director de cine. José Martínez Suárez, de él se trata, sigue siendo la figura más querida de este Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, una credencial que ratifica cada edición desde hace once años.

Por eso un homenaje a su persona, que esta vez tuvo lugar durante la tarde de ayer, en el auditorio del Museo MAR. Y fue la oportunidad para que, además, se presentara un libro sobre su vida en Villa Cañás, sobre su cine, sus amigos, sus talleres con jóvenes realizadores y sobre su presencia en la muestra marplatense, entre otros aspectos de su larguísima trayectoria.

“Fotogramas de la memoria” es el título de este libro que escribió el documentalista e investigador brasileño Rafael Valles. Además, el ejemplar de impecable edición, va acompañado por tres discos que contienen cinco películas: “El crack”, “Dar la cara”, “Los chantas”, “Los muchachos de antes nos usaban arsénico” y “Noches sin lunas ni soles”.

“Estamos haciendo un Festival de Cine. Alguien puede decir, en estas circunstancias económicas de la Argentina, que es un gasto inmerecido, cosa que hemos consultado y hemos decidido que no, que la cultura es insustituible”, afirmó el reconocido cineasta, en alusión al achicamiento de días y de invitados que tiene esta muestra fílmica motivada por la crisis económica.

A su vez, durante la charla, matizada por su decir cómico y ameno, el cineasta reconoció que debe mejorar el mecanismo de distribución de las películas de los nuevos directores por parte del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa). “Estoy feliz de que los jóvenes hagan cine, pero mucho de ese cine no se va a poder ver”, dijo, acompañado por el vicepresidente del Incaa Fernando Lima y por el autor del libro. “Tenemos que mejorar la salida de las películas, ese ramal de la distribución”, reconoció, a tono con uno de los principales pedidos que le hacen los cineastas de todo el país al secretario de Cultura Pablo Avelluto.

A su vez, contó que el desfasaje de estrenos cinematográficos que viven las ciudades del interior del país, muchas de las cuales no tienen cines, trató de equipararlo con festivales itinerantes que organizó en todo el territorio nacional. “Busco el cine más abandonado, o las bibliotecas. Y como soy tacaño, no gasto plata. Las municipalidades pagan mi estadía”, detalló.

En otro de los momentos del homenaje, Martínez Suárez fue interpelado por su hija Fernanda para que contara públicamente cómo se produjo la desaparición de su yerno durante la última dictadura cívico militar y cómo trabajó para que ella apareciera con vida, en medio de circunstancias poco claras.

“Yo quiero agradecer a mi padre porque ha sido valiente, cuando me largaron estaba loca a pesar de no haber sido sometida físicamente pero sí mentalmente. Estaba en la casa de mi mamá, ellos ya se habían separado. Arriba de un tocadisco muy grande decía ‘Si en algún caso llega una comisión armada en busca de mi hija María Fernanda remitirse a la calle…’ y daba la dirección de su casa. Yo eso no me lo olvido nunca, hemos tenido diferencias con papá pero solo una persona extremadamente valiente puede dar la vida por una hija y militante con quien además él no congeniaba ideológicamente”, aportó su hija.

Por otra parte, el hermano mayor de la conductora Mirtha Legrand recordó su infancia en Santa Fe. “Mi vida ya estaba escrita”, disparó. Y trajo a colación, para placer de los presentes en la sala, la vida de pueblo en una casa de Villa Cañás que estaba pegada al cine, “pared por medio”, dijo. Y contó que más tarde se mudó a una casa que estaba frente a ese mismo cine.

Ese cine fue motivo de pasión. “En 1932 y 1933 las películas llegaban a los pueblos solo los fines de semana. Si llovía, la camioneta que trasladaba las cintas desde Rosario no llegaba al pueblo. Y eso significaba que no teníamos cine los sábados ni los domingos. Esperábamos esa camioneta. Cada película pesaba treinta y tres kilos”.

Y también evocó sus días en Rosario, ciudad a la que se mudó su familia más tarde. En un cine rosarino llegó a ver “setecientas películas en un año”. Allí se enamoró de una tal Rita Cansino, más tarde glorificada como Rita Hayworth.

“Yo no soy un maestro. Si resucitara Borges qué palabra inventaríamos. Soy un apasionado por el conocimiento”, se definió el cineasta de 93 años, que también se dedicó a la publicidad y que, una vez más, volvió a llevarse el cariño de los espectadores.

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