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La Ciudad 5 de junio de 2017

Mi infinita deuda con el mar

Por Lino Patalano

La primera vez que vi el mar fue en Gaeta, la ciudad situada al borde del Mediterráneo en la que nací en Italia en 1946. A esa playa iba siempre a jugar con mis hermanas, atraído por el azul tan profundo de sus aguas, surcadas permanentemente por las barcazas de los que se me antojaban intrépidos pescadores, muchos de los cuales hasta llamábamos por su nombre.

Fueron muchos los castillos de arena que allí levanté, tantos como los que se fue llevando el agua a medida que iba creciendo y transformándome en un chiquillo delgaducho a quien sólo lo conformaba a la hora de comer, el jamón crudo, los langostinos frescos y el café con leche.

Era época de postguerra y me mimaban por ser el más chico y la promesa viviente de un tiempo por venir que se suponía debería ser mejor pero que nos dimos cuenta de que tardaría bastante en llegar. Por eso a los cinco años me subieron a un barco y con mi madre y mis hermanas nos dispusimos a la gran ventura de cruzar el Atlántico para encontrarnos con mi padre, que nos había mandado a buscar a una Argentina que para ese entonces todavía crecía pujante y vigorosa. Y después de varios días de viaje, ese mar -que era más profundo y peligroso que el de mi playa de Gaeta- terminó convirtiéndose en un río ancho y marrón que no hacía justicia a su nombre y que nos depositó en el puerto de Buenos Aires.
Mi deuda con el mar

Pasaron muchos años antes de que volviera a enfrentar a esa masa infinita del Atlántico. Recién a los dieciocho años y en un viaje de egresados a Mar del Plata me encontré nuevamente cara a cara con esa inmensidad azul, y confiado en que un curso de natación tomado en Buenos Aires a los apurones antes de viajar sería suficiente, me arrojé a sus aguas olímpicamente desde la escollera de Punta Iglesia para impresionar a mis compañeros de curso, quienes al rato -y al verme realizar una serie de extraños ademanes- pensaban que los estaba saludando alegremente cuando lo que sucedía en realidad era que estaba a punto de ahogarme.

Pero fue ahí que el mar se compadeció de mi infortunio y acompañado por mi inquebrantable orgullo me ayudó a llegar hasta la orilla sano y salvo, donde luego de resoplar durante largo tiempo prometí devolverle a él y a esa maravillosa ciudad que tan celosamente custodiaba, el favor que me había otorgado salvándome la vida. Que es algo que todavía sigo haciendo más de 50 años después.

Los primeros éxitos y los demás

Mi primera incursión en La Feliz como productor fue acompañando a María Luz Regás -mi mentora del teatro Regina que me había otorgado el pomposo título de “secretario privado”- en un viaje en el que íbamos a contratar a Joan Manuel Serrat. Unos días increíbles, en el que si bien no conseguimos nuestro objetivo, terminamos dándonos la gran vida con opíparas cenas en los mejores restaurantes del puerto y bebiendo exquisitos cocktails en los salones del famoso Hotel Nogaró.

Más adelante, ya independizado, mi primer producción en Mar del Plata fue un espectáculo de Eduardo Falú en el desaparecido teatro Alberdi, a partir del cual se sucedieron una enorme serie de espectáculos que incluyeron el traslado desde San Telmo a Mar del Plata del café concert El Gallo Cojo para que debutasen en él Niní Marshall, Nacha Guevara y Cipe Lincovsky, estruendosos éxitos llenando la carpa del Super Domo con Facundo Cabral y más tarde con Julio Bocca y su compañía Ballet Argentino, shows de café concert otra vez con Niní Marshall, y con Enrique Pinti, Edda Díaz, Jorge Luz y Karen Mails, la magnífica puesta de Gotán con Susana Rinaldi y Raúl Lavié y algún otro que se me escapa a la memoria, ya sea en enormes teatros o pequeñas salas pero siempre con la felicidad de terminar las noches comiendo rico -según qué temporada fuese- en El Barrilito, Ambos Mundos o el Caballito Blanco, donde compartíamos penas y alegrías con el resto de los artistas y empresarios que recalábamos en esa increíble ciudad durante 3 meses del año. También arriesgamos en giras que incluían durante el invierno a esa helada pero siempre acogedora ciudad.

La casa propia

Hasta que llegó el momento de tener la casa propia. Y así fue cómo, rescatando del ostracismo a ese precioso complejo teatral, de la mano de Ernesto Repún y el imprescindible Marcelo Marán, dimos vida al magnífico Centro de Arte Radio City+Roxy+Melany que suma en total más de 2.500 localidades más una sala de exposiciones y en el que desde 2009 ofrecemos una variada selección de espectáculos teatrales, musicales, de danza y cinematográficos que no sólo satisfacen la necesidad del turista ocasional, sino también de la gran población estable de la que con toda justicia ha sido bautizada como La Perla del Atlántico, la Ciudad Feliz, La Capital del Espectáculo del Verano, la que con mejores o peores temporadas sigue manteniendo -como esas hermosas mujeres que nunca envejecen- su hidalga, portentosa belleza.

Eso sí, mi deuda con el mar sigue siendo infinita. Y continuaré pagándola en cuotas anuales, con intereses y muy gustosamente.



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