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Policiales 20 de junio de 2025

Motos descontroladas: ni siquiera hay ingenio para cazar en el zoológico

Las autoridades dejan pasar oportunidad de desplegar políticas de control y luego suceden las tragedias como la de la avenida Fortunato de la Plaza.

Por FdR

“Cazar en el zoológico” es una síntesis narrativa fenomenal para explicar, con esa figura, las facilidades que se presentan delante de alguien y que no las sabe aprovechar. O, por el contrario, que hace algo tan obvio que de eso no puede jactarse. En el flagelo vial de las picadas de motos en Mar del Plata cazar en el zoológico se aplica perfectamente para las autoridades que dejan pasar la oportunidad semana tras semana, mes tras mes, de encontrar una solución.

La tragedia de esta madrugada en la avenida Fortunato de la Plaza estaba más anunciada que final de novela turca. En algún momento iba a suceder. Todos lo sabían. Porque el irracional desfile nocturno de decenas de motocicletas, las picadas, la circulación de vehículos no habilitados, suponían un riesgo de tránsito con consecuencias graves. Y nadie pareció tomar nota. ¿Quién debería hacerlo?

Contexto I: para entender este problema hay que distinguir su rasgo principal, la impunidad. Sirva como ejemplo lo sucedido el sábado 4 de julio de 2020 cuando el país atravesaba uno de los momentos más estrictos de la cuarentena. Sin embargo, lejos de respetar aquello -estando o no de acuerdo-, grupos de motociclistas se escapaban a la ruta 226 para correr picadas. La impunidad se construye y se siente no tanto por la capacidad propia de transgredir sino por la incapacidad del otro por controlar. Pasa con cualquier delito.

Los “pikachus” (alguien los calificó así por redes sociales a los que corren picadas) son impunes porque nadie los controla. Décadas atrás fue el Alfar, luego la Manzana de los Circos, más adelante la avenida Jorge Newbery, en otro momento la Diagonal Canosa, también la Ruta 226, últimamente Luro y Brasil o Punta Mogotes. Los días elegidos suelen ser los jueves por las noches. El folklore está tan instalado a fuerza de impunidad que hasta tiene una agenda inamovible.

“Son más de 100 los que se ven en los videos”, comentó Héctor Ragnoli, especialista en tránsito. Un encuentro nocturno de más de 100 motos no es algo espontáneo, sino planificado. Es algo que sabe todo el mundo, menos la policía o el municipio. O tal vez lo sepan, que es peor, porque se pierden la gran oportunidad, de cazar en el zoológico.

Contexto II: la inacción contradice el relato. Cazar es figurado, por supuesto, porque no faltará el escrutador semántico que vea en esa idea una persecución estigmatizante. Cazar significa ir con la ley a establecer el orden. Si tan prioritario esta eso de ordenar el espacio público de la mano ley, con un poco de investigación preliminar se conocen estos encuentros. Entonces la Policía se anticipa y hasta puede salir favorecido en su imagen, tan deteriorada en estos tiempos. Porque, por ejemplo, en los videos de ayer hay un claro delito flagrante que habilita aprehensión y secuestro de vehículo. Se trata del artículo 193 bis del Código Penal, ese que pena con seis meses a tres años de prisión, además de la inhabilitación especial para conducir por el doble del tiempo de la condena a quien realice pruebas de velocidad o destreza con vehículos automotores que generen un peligro común para la vida e integridad física de las personas.

Lo insólito es que en una de las imágenes se ve un patrullero. También es insólito que muchas veces la caravana pasa frente a la base de la UTOI, ese cuerpo de “élite” que la policía emplazó en la avenida Jorge Newbery.

Los operativos de control de verdad, los que tienen el propósito de atacar una problemática, no deberían ofender ni molestar a ningún usuario de motocicleta. Claro, excepto a aquellos que no tienen todo en orden. Para cierto espectro de usuarios de motos, tener seguro es de giles, licencia habilitante de estúpidos, documentación registral de tontos. Sin contar el pequeño detalle de si el vehículo es de procedencia legal o no. La propia Municipalidad, a través del Cemaed, informó que en el primer trimestre de este año se robaron 745 motocicletas, el número más alto de la última década. ¿Alguien puede apostar dos monedas a favor de la certeza de que en la caravana de ayer no había motos impedidas de circular?

Está claro que se trata de un folklore, de una cultura urbana y, es válido también entender, que a la cultura urbana se le debe hacer un lugar, aunque haya que revisar ese concepto en algunos casos. “Es peligroso, pero hay muchos chicos y algunas chicas a las que le gusta hacer piruetas con las motos, andar rápido, hacer willys y no tienen dónde”, alguien explicó. Es una explicación que no alcanza porque si una cultura impone comportamientos o conductas penadas por la ley, si transfiere hábitos viales que terminan incrementando el número de víctimas o colapsando guardias de hospitales, al menos hay que revisar. Porque acabará en un efecto “boomerang”.

Esto es tan así, indudablemente tan así, que ayer quien murió fue uno de los pibes que iba en la caravana y otros seis resultaron heridos. También el joven que los embistió con su auto se transformó en víctima, no solo de la demolición a golpes que sufrió, sino también de, ahora en más, por la pena de cargar para siempre con una muerte. Todo evitable con voluntad, como reza la frase de Séneca: No nos atrevemos a muchas cosas porque son difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas“.