Policiales

Narcomenudeo: el mal que erosiona a Mar del Plata

La realidad de la droga en Mar del Plata comprende tantos factores interconectados que es difícil de explicar. Pero hay algo que es sencillo: está por todos lados, mata, corrompe. Informe especial sobre el narcomenudeo. Organizaciones barriales, punteros, transa, venta en la calle, points. Lo que antes era un submundo ahora está mucho más cerca de lo que todos se imaginan.

La banda que abastece a la gente bien y el “point” en la calle de tierra. El reparto a domicilio o el pasamanos de travestis en la zona roja. Las organizaciones familiares en los barrios periféricos o el transa revendedor y oportunista. Mar del Plata invadida por el negocio de la droga y por la muerte.

Hace ya varios años que el narcotráfico descubrió a Mar del Plata como una de las opciones de mercado más destacadas en el eslabón inferior, el del consumo. A falta de aquellas condiciones que posibiliten la manufactura inicial del estupefaciente, su producción y distribución, e incluso con un puerto limitado para el contrabando directo, el negocio de la droga en la ciudad explotó por el lado del narcomenudeo.

A diferencia de Rosario, el sitio de mayor crecimiento del narcotráfico, Mar del Plata no está de paso entre los proveedores –Paraguay, Bolivia, Perú, Colombia- y el centro del consumo, Buenos Aires. Por eso su rol dentro del mapa de la droga es menor. Se puede entender como un desprendimiento consumista y con una población permanente que roza el millón de habitantes, además de un anillo periférico degradado, rudimentario, vulnerable, la compra de drogas, esencialmente cocaína y marihuana, está al alcance de cualquier persona. Ya no son obstáculo ni la clase social, ni el trabajo, ni la edad. Hay drogas para todos.

Es 9 de enero de 2016 y una mujer llama al vendedor de cocaína de la zona sur de la ciudad:

-Tenés algo ¿sí?

-Sí.

-Bueno, prepárame… uno de cuatrocientos y dos de ciento cincuenta. Y algo bueno…

-Está bueno, está en piedra… ¿escuchaste? Está en piedra…

-¿Eh?

-Está en piedra, está en piedra.

-Bueno, pero igual… Algo piola te digo porque voy y te la devuelvo… A parte ya estoy yendo para allá porque vengo de lo del Narigón, boludo, me hizo venir hasta acá al pedo, boludo, y no tenía nada. Tengo un asco bárbaro.

-Jodete.

-Escuchame gordo. Paso, te dejo la plata y me das eso. Al toque la hacemos. Porque si no estoy gastando más en remís que en otra cosa, boludo.

-Eh, bueno, dale. Tenés que entrar…

Quien vende es uno de los miembros de la “banda del San Martín”, una mención que lejos está de ponderar el honor y coraje desplegado por el general en sus batallas por un país mejor. En verdad, hace referencia al barrio donde operaba hasta hace poco, hasta que un megaoperativo metió a todos sus miembros presos.

Pero, como suele ocurrir, el barrio San Martín no perdió a sus “transas” con esa redada. Porque en la Villa Mateotti otra familia histórica del lugar continúa con sus actividades aun cuando algunos de sus integrantes murieron o están en Batán. La dinámica de la droga es así: si cae un vendedor que ofrece, el propio mercado se encarga de sustituirlo. Porque el consumidor demanda lo suficiente para suplantarlo por otro.

Desde la zona sur, a la norte, desde los barrios selectos a los suburbarnos se vende droga en Mar del Plata con distintas modalidades. Y la droga atrae a la muerte como un gran y maldito imán. En el año se contabilizan 4 asesinatos directamente vinculados con la venta o consumo de estupefacientes, en particular cocaína. En los últimos tiempos los casos se reiteran.

En Mar del Plata prácticamente se dejó de procesar a consumidores y se empezó a desviar recursos judiciales hacia allí para enfocarse en los punteros, dealers, trans o vendedores. Aunque, como se dijo, siempre surgirá la oferta, atacar las bocas de expendio o las organizaciones de venta parece ser el paliativo más importante.

Un hombre muere de un disparo en la parada callejera de travestis peruanas. A pocas cuadras de allí, también en la zona Roja, unos meses antes un joven recibe un tiro en el pecho al salir en defensa de las amigas de su pareja trans. Otro, un poco mayor, se aleja de un “point” del barrio Libertad y dos jóvenes en moto lo interceptan y lo matan. Dos hermanos son fusilados cerca del Parque Camet, tres parientes rematados en el Monte Terrabusi en la misma noche que otro pariente muere acuchillado por dos punteros frente a la Villa Mateotti. A un hombre lo acribillan en el barrio 9 de Julio.

Tal como lo define Noberto López Camelo, ex jefe superintendente de Investigaciones de Tráfico de Drogas Ilícitas de la policía bonaerense, “mientras las grandes organizaciones, las redes de transporte y almacenamiento, aparecían como el objetivo de los ‘ilustrados’, la Justicia y de las fuerzas policiales, en los barrios más humildes se afianzaban otras ramificaciones del mundo narco. Familias enteras se consolidaron alrededor del negocio de la droga. Se lo llamó economía narco de subsistencia. Hoy crecieron y formaron clanes”.

Parece tratarse de una batalla perdida. Probablemente lo sea, pero hay en los últimos tiempos un cambio de paradigma en la investigación en Mar del Plata. El aumento radical en el número de allanamientos, intervenciones telefónicas, secuestro de droga y dinero de los últimos dos años es verificable y esto se origina en esa nueva visión.

En Mar del Plata prácticamente se dejó de procesar a consumidores y se empezó a desviar recursos judiciales hacia allí para enfocarse en los punteros, dealers, trans o vendedores. Aunque, como se dijo, siempre surgirá la oferta, atacar las bocas de expendio o las organizaciones de venta parece ser el paliativo más importante.

Un mapa bien distribuido

Aquello que hoy define con más precisión a la problemática de la droga en Mar del Plata es lo mismo que la explica como un fenómeno de difícil abordaje: economías barriales, sustento de familias.

Si bien a lo largo de toda la línea histórica se han reportado clanes familiares al frente del negocio de la venta de droga, en los últimos años esa característica aumentó a un ritmo notorio y decisivo para instalarse como la más importante. Y se extiende a todos los barrios.

En octubre del año pasado se descubrió el accionar de una misma organización que operaba en los barrios Camet y Libertad por medio de tres grupos familiares: los Rebollo, los Casco y los Martins. Hoy todos los investigados están detenidos. El negocio funcionaba en las dos versiones más expandidas, como son el “point” y el delivery. Durante el allanamiento que permitió las detenciones se secuestraron 50 kilogramos de marihuana y 1 de cocaína.

En esa causa, a cargo del juez Santiago Inchausti de la Justicia Federal, se pudo conocer que un grupo familiar (Casco) explotaba el “point” llamado El Chapón de Bailey al 600, desde donde vendía a quien pasaba por ventanilla.

La droga era provista por el grupo familiar Rebollo, afincado en Camet y la seguridad se la daban Los Martins. En las escuchas telefónicas se sugieren arreglos de protección con personal policial y además se filtra un dato impactante: la líder de los Casco, una mujer llamada María Ferreyra casada con Juan Casco, recaudaba por día 84 mil pesos.

El barrio Libertad define a la perfección al narcomenudeo. Los “point” son sitios rudimentarios de venta de drogas, manejados mayormente por grupos familiares. Tienen su alcance barrial y la calidad de la cocaína es inferior debido a que es “estirada” varias veces desde su empaque original.

En la zona sur de la ciudad, en el barrio Juramento o San Martín, en la zona más próxima al Puerto, también los grupos de venta son compuestos por miembros de una misma familia o incluso vecinos. La banda “Del San Martín” acaso sea un buen ejemplo. El “Negro” Arce tenía principal rol en la organización al encargarse de conseguir la droga y venderla desde su casa, en reparto a consumidor y en reparto a otros revenderores. Colabora directamente con él su pareja. La madre de Arce lo hacía desde su propio domicilio junto a su hermano, tío de Arce. Además un remisero de 33 años y su padre de 60 eran quienes proveían a Arce, además de vender por su cuenta.

En el barrio Centenario, en el barrio Belgrano, en Los Pinares, en Belisario Roldán, en Constitución y en otros puntos de Mar del Plata, hay bandas que tienen como rasgo los vínculos familiares entre sus componentes.

Los clanes familiares se detectaron también en la selecta banda de Los Tíos, que el 28 de enero fue desbaratada pese a que su líder la “Tía” Levy sigue prófuga. El padre de la mujer, su marido y hasta su hija fueron involucrados en la investigación de una banda que tenía una mansión en la misma cuadra de la comisaría novena y que vendía en el barrio Los Troncos, Güemes, Alem y en todo el centro de la ciudad. Tenían montado un sistema de guardia con vendedores, los que cumplían horario por turnos. Incluso había franqueros. La sospecha de la colaboración policial con los narcos fue una constante durante toda la investigación y los intentos por acercarse a la policía fueron permanentes de parte de “Los Tíos”.

También en la zona del macrocentro de la ciudad la droga se consigue sin dificultad. Sólo es cuestión de tener los contactos y hacer una llamada telefónica. De hecho así funcionaba todo el entramado de lo que se desbarató en el Operativo Milonguita. Esa investigación se inició en un departamento de Garay casi Entre Ríos donde se obtuvo un teléfono celular, se interceptó la línea –en el mejor estilo de la brillante serie The Wire- y se descubrió a la banda.

Tan compleja es esa organización que entrar en detalle sería imposible. Acaso alcance con saber que había un ex policía y su hijo, una mujer con sus dos hijos, uno de los cuales controlaba la venta desde la cárcel, revendedores y, según los fiscales Daniela Ledesma y Leandro Favaro, un enlace con los narcotraficantes llamado Sergio “El Gaita” Alonso. Este hombre es considerado un eslabón importante y, al igual que varios de los responsables está detenido. Semanas atrás cayó en Villa Gesell el último prófugo de esa causa, Mariano Dabos.

En el barrio Centenario, en el barrio Belgrano, en Los Pinares, en Belisario Roldán, en Constitución y en otros puntos de Mar del Plata, hay bandas que tienen como rasgo los vínculos familiares entre sus componentes.

Ya sin un perfil tan familiar, la más reciente de las organizaciones desbaratadas es la que tenía por líder a Gustavo “Pelado” Arce. Esta causa tuvo el condimento extra de la filtración judicial que alertó a Arce y que posibilitó su fuga a tiempo. Si bien hay controversia técnica y será difícil avanzar en la imputación contra un funcionario judicial (se discute la vulneración del secreto profesional en un diálogo entre Arce y su abogado) pocos dudan de las relaciones dudosas. La banda VIP de Arce vendía a clase media alta, guardaba presuntamente su droga en un gimnasio de la zona comercial de la calle Güemes y repartía cocaína sin reparos.

Zona Roja

Siempre que se menciona a la zona Roja y a travestis, en su mayoría de nacionalidad peruana, los adoradores de la sobreactuación intentan una rocambolesca defensa, parapetados detrás de la figura de la estigmatización.

Generalmente los interpeladores desconocen el tópico lo suficiente para opinar, aunque lo hacen, configurando así otro manifiesto de un mal nacional: el de hablar sin saber. Solo una mente estrecha puede aplicar el efecto transitivo y resolver que, como en la zona Roja paran travestis, ofrecen servicios sexuales y venden drogas, son todos/as lo mismo. No todos/as las personas trans venden drogas. Lo que sí se puede asegurar es que casi en un 100 por ciento de los casos, en la zona Roja quienes venden cocaína son travestis.

Es bueno, al respecto, ver qué dice la realidad. El juez de garantías Daniel Demarco, en un reciente fallo para dirimir una cuestión vinculada a la validez de un procedimiento policial en la zona Roja, dijo: “(…) resulta público y notorio para la comunidad marplatense que en el lugar donde ocurrieron los hechos, se encuentran personas travestidas ofreciendo sexo y estupefacientes para su consumo (…), habilitando así la interceptación azarosa de las personas que transitan en la zona de custodia (…)”.

Eso dice un juez y quien quiera refutarlo puede hacerlo, pero también puede dirigirse a la zona comprendida entre Belgrano, Champagnat, Luro y Jara cualquier noche. Es impactante la venta y, ya que lo menciona el juez, la sospechosa mirada esquiva de la policía.

“Todas las madrugadas yo llevo a un travesti hasta el barrio Libertad. Baja, paga y se vuelve. Es un viaje de 150 pesos”, dice un taxista que no es consciente de su rol y lo justifica todo en nombre del trabajo. Los taxistas y remiseros –¿es necesario aclarar que no todos?- tienen gran responsabilidad en la propagación de la venta de drogas en la zona Roja, al llevar a pasajeros a comprar. Y no son víctimas de un viaje desconocido: ellos mismos tocan bocina para alertar su llegada, suben como pasajeros transitorios a travestis que luego de la venta bajan… Los sindicatos no dicen nada, pero luego paran a la ciudad ante el asesinato de un taxista en manos de un asaltante drogadicto.

En la zona Roja, en cambio, la droga que se vende no es necesario rebajarla por su valor de mercado. Cada dosis es pequeña, de 0,1 gramos y se vende a 100 pesos, lo que da un precio al gramo de 1.000 pesos, contra 350 en los “points”. Aunque se ha encontrado cocaína estirada en poder de travestis y otros vendedores de la zona Roja, por lo general la droga que se adquiere allí es de buena calidad.

En el último año hubo dos asesinatos, un policía baleó a una trans cuando le fue a comprar cocaína (o a robar), un patrullero fue captado por cámaras de seguridad levantando un bolso dejado por desconocidos en esa zona, otros policías son investigados en la actualidad, etcétera. En este etcétera ingresan agresiones, peleas, robos y decenas de operativos con personas detenidas. En los últimos tiempos fueron iniciadas más de 100 causas, muchas de ellas con reincidencia como característica central, y el problema no parece tener solución sin una medida drástica de fondo.

Los crímenes

de la droga

En Mar del Plata, según los especialistas y los expedientes judiciales, no hay disputas entre grandes bandas, precisamente porque éstas tienen una heterogeneidad en su constitución que limita su sentido de pertenencia y territorio. Sí hay mucha violencia por “vueltos”. Transa se le llama a quien vende droga y transas pueden ser muchos sin necesidad de pertenecer a una organización. En ese nivel, sí hay violencia y hay “mejicaneadas”, algo así como el robo de droga, o venganzas por deudas, o por la calidad de la mercancía.

Remontarse años atrás es andar un camino repetido, en el que van quedando cadáveres casi siempre baleados, porque el plomo es el metal seleccionado para hacer -lo que allí se entiende como- justicia. En los últimos días hubo un caso estremecedor en cercanías del Parque Camet, donde dos hermanos, Luis y Marcelo Romero fueron ejecutados. La pareja de Luis fue testigo de todo y aunque no quiere decirlo, en su casa se vendía cocaína. Tampoco es necesario que lo diga: a metros de donde su compañero murió de dos disparos en la cabeza, dentro de una chimenea, estaba la droga lista para vender. Quienes los mataron a ambos eran presuntos revendedores que fueron a saldar deudas y de paso robarse la droga.

En esta vivienda ocurrió el primero de los homicidios de los  hermanos Romero.

En la noche del 16 de diciembre de 2014 Claudio Granadino fue asesinado frente a la Villa Mateotti, en medio de una pelea. Quien lo mató fue “Pepo” Amarilla -ya condenado- y lo hizo de un cuchillazo en la pierna. Dicen que salió con lo primero que encontró a mano. En el juicio se determinó que Granadino junto a su primo había ido a comprar droga a lo de los Amarilla. Durante la madrugada los amigos de Granadino se reunieron en la casa para llorar la muerte de “Papurri” y juraron venganza. También se había acercado a saludar Guillermo Corbalán (23), primo de Papurri. Horas después, la casa de los Amarilla fue tiroteada, aunque lo peor vendría casi en el amanecer.

En el Monte Terrabussi, tal vez a 30 cuadras de allí, había una casa donde se vendía cocaína. En ella vivía Guillermo Corbalán, su padre Pedro y un primo de apellido Giles. Los tres fueron fusilados de dos y tres disparos, en la casa la policía encontró más de 10 vainas. Lo extraño es que las vainas coincidieron con las que hallaron en la puerta de la casa de los Amarillas. El triple crimen de Monte Terrabussi aún está sin resolver.

En la Villa Mateotti, casi en el mismo lugar en donde mataron a Granadino, fue asesinado Daian Rosa Verón el 22 de agosto de 2015. El imputado del crimen en Santiago “Gitano” Irrazabal, que era muy cercano a una mujer conocida como “La Carola”, vendedora de droga y madre de dos jóvenes involucrados en resonantes casos delictivos. Uno de ellos se escapó del Natatorio Municipal cuando asistió a una clase pese a estar detenido en el Instituto de Menores de Batán.

Entre 2013 y 2016 tres hermanos de la familia Pili murieron en ajustes de cuentas dentro del barrio Centenario. Un cuarto hermano fue baleado y eso le causó una hemiplejia que lo tiene en silla de ruedas.

Chicho Auciello era un muchacho sin mayores problemas que poco a poco se metió en el mundo del consumo de la droga. Finalmente, el 27 de septiembre de 2015 lo asesinaron para robarle la droga que acababa de comprar en un point de la Villa Berutti.

Vivir para la droga, vivir de la droga y morir por ella también. Mar del Plata, arrastrada por el fenómeno consumista de las grandes ciudades, tiene en la droga a uno de sus grandes males.

El pasado 26 de febrero golpearon la puerta de la casa de Grecia al 1000 y atendió el dueño. Dos hombres preguntaban por su hijo Eduardo Bignone (32), quien apenas se asomó recibió 6 tiros. Los asesinos escaparon pero a las pocas cuadras fueron interceptados y detenidos por la policía.

También el macrocentro tuvo su crimen relacionado con la droga. La víctima fue Maximiliano Ramallo (21) y el asesino Hernán Bertone, en unos meses sometido a juicio por jurados. Ramallo vendía droga en baja escala, para sus amigos y conocidos, entre ellos Bertone. El 27 de diciembre de 2015 ambos discutieron y Bertone lo mató de varias puñaladas en el departamento de Ramallo, ubicado en Gascón al 1500. Antes de escapar se llevó la droga.

Finalmente dos hombres fueron asesinados en la zona Roja. El primero de ellos fue Matías Cisneros, el 25 de marzo de 2016. Cisneros era novio de una persona trans y ofrecía servicios de protección a todas las que vendían drogas en ese sector. Merodeaba por las noches, iba probablemente armado, e intervenía ante cualquier conflicto. Esa madrugada lo mataron de un tiro en el pecho después de que, según dijeron las personas trans que fueron testigos, saliera en defensa ante una situación generada dentro de un auto en Rivadavia y México.

El último ejemplo de la sangre derramada en la ciudad por la droga es el otro homicidio ocurrido en la zona Roja, esta vez en Rivadavia y Champagnat, donde el consumidor Roberto Lombardelli (21) recibió un tiro en el pecho. El presunto asesino está detenido y era otro merodeador nocturno.

Vivir para la droga, vivir de la droga y morir por ella también. Mar del Plata, arrastrada por el fenómeno consumista de las grandes ciudades, tiene en la droga a uno de sus grandes males. En un país que no está preparado ni siquiera para abordar la problemática, pensar en que se puede combatirla es tan insólito como tardar más de 1 hora y tres llamadas telefónicas en conseguir un dealer nuevo.

 

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