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Con algunos reacomodamientos en su gabinete, en las puertas de la temporada estival, con la necesidad de buscar consensos en el Concejo Deliberante y al mismo tiempo, darle continuidad a la gestión de Guillermo Montenegro pero con su propia impronta, arrancó la tarea de Agustín Neme como intendente de General Pueyrredon. No será nada fácil lo que le tocará gestionar, en el contexto de una situación económica delicada, con las finanzas de la comuna reflejando una caída en la recaudación. Habrá compromisos a afrontar, deudas a saldar y la necesidad de garantizar lo firmado en la paritaria con los trabajadores municipales que tendrán salarios que le ganarán a la inflación que pueda generarse el año próximo. La inseguridad no es un tema menor. En tal sentido, Neme dice que será uno de los ejes de su gestión y adelantó que en los próximos días arribará a Mar del Plata el secretario de Seguridad de la Nación, quien conoce perfectamente la realidad de esta situación ya que Martín Ferlauto, de él se trata, fue titular del área en el municipio. “Se reforzarán las fuerzas federales de Mar del Plata”, le dijo Neme a LA CAPITAL en un viernes por demás ajetreado, con la inauguración del segundo supermercado Coto en Mar del Plata, este en el Complejo Bendu, y el cóctel de fin de año de la UCIP en el Hermitage, con más de 500 invitados.
La apertura de la nueva sucursal de Coto dentro del multiespacio Bendu, en la histórica Manzana de los Circos del puerto, no fue otro corte de cinta más: fue una fiesta multitudinaria, con clima de gran evento social y una verdadera locura de gente desde las primeras horas del sábado. El acto oficial, tuvo presencia de las principales figuras de la política, el empresariado local y nacional, con discursos, aplausos y mucha expectativa por el nuevo desarrollo urbano que promete cambiarle la cara al Puerto de Mar del Plata. Allí estuvieron desde autoridades municipales hasta grandes nombres del mundo económico, destacando la magnitud de la apuesta comercial y social que representa Bendu para la ciudad. Pero si el acto fue imponente, la respuesta del público fue desbordante. Desde que el supermercado abrió sus puertas al público general este sábado, cientos de marplatenses hicieron fila desde temprano, formando largas colas que se extendían por fuera de las puertas, ansiosos por entrar a recorrer el local, descubrir sus ofertas y ser parte de ese momento que muchos ya describen como histórico para la ciudad.
La escena parecía de otro tipo de apertura: familias enteras, grupos de amigos y vecinos curiosos se congregaron como si se tratara de un concierto o el estreno de una película taquillera. Al cruzar las puertas, empleados de Coto aplaudían y escoltaban a los primeros clientes, como si se estuviera celebrando algo más que una inauguración: la llegada de un nuevo punto de encuentro urbano. Es que Bendu no es solo un supermercado: es un multiespacio de 35.000 m² que agrupa comercio, entretenimiento, gastronomía y cultura, con planes de anfiteatro y espacios para espectáculos. La apertura de Coto —su segunda sucursal en la ciudad— funciona como uno de los anclas más importantes de este ambicioso proyecto que busca dinamizar toda la zona del puerto más allá de la temporada de verano. En definitiva, la inauguración del Coto en Bendu fue mucho más que un acto formal: fue un movimiento social espontáneo, donde nadie quiso faltar y la gente respondió con entusiasmo, colas y mucha energía. Mar del Plata vivió una jornada que ya quedó en las crónicas locales: un supermercado que inauguró con furor, música de fondo, aplausos y marplatenses celebrando su llegada como si se tratara de un acontecimiento verdaderamente grande para la ciudad.
Por la noche, el entramado productivo local mostró músculo en el tradicional cóctel de fin de año de la UCIP, que reunió a más de 500 invitados en el Hermitage. Empresarios, dirigentes políticos, sindicales y universitarios compartieron copas y señales en una noche cargada de mensajes. Entre los presentes, el intendente Agustín Neme, el ministro bonaerense Javier Rodríguez, el titular de FEBA, Camilo Kahale, legisladores, concejales de casi todos los bloques y los apellidos fuertes del empresariado marplatense. Nadie quiso faltar a la foto. En los discursos hubo tono institucional, pero también definición política. El presidente de la UCIP, Blas Taladrid, dejó un mensaje claro: defensa del empresariado local, reglas parejas y advertencia sobre la competencia desleal, especialmente la digital y las grandes plataformas que venden en Mar del Plata pero tributan afuera. El concepto que sobrevoló el salón fue uno solo: inversión sí, pero con piso parejo. En tiempos de ajuste y recesión, la UCIP volvió a marcar que el comercio, la industria y la producción local no quieren privilegios, pero tampoco quedar solos frente a jugadores globales. El brindis cerró el año, pero el reclamo quedó servido.
Las ventas del comercio marplatense siguen cayendo y ya no solo preocupa el presente, sino el futuro. Según un informe de la UCIP, en noviembre las ventas bajaron en promedio 9,6 % interanual en unidades, y el deterioro se acumula mes a mes. Los costos suben más rápido que los precios y los comerciantes achican márgenes para no cerrar: solo el 12,7 % dice tener buenas utilidades, mientras el resto sobrevive. El clima es de resignación. Más de la mitad cree que dentro de un año estará igual que ahora, y apenas un tercio imagina una mejora. El pesimismo se refleja también en la calle: la mayoría notó menos o igual cantidad de gente, y solo una minoría vio más movimiento. Las ganancias son, en el mejor de los casos, “regulares”. Casi 4 de cada 10 comercios las califican como malas o pésimas, y la inversión quedó directamente congelada: el 82,5 % dice que no es momento para invertir. En Mar del Plata, el termómetro del consumo sigue marcando frío.
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La reforma laboral -“saldrá aguada pero saldrá”, coincidieron en señalar el politólogo Andrés Malamud y el analista político y periodista Carlos Pagni, en el programa Mesa Chica- fue uno de los temas excluyentes de los que se hablaba en el cóctel, al tiempo que el balance por los dos años de gobierno de Javier Milei no se quedó atrás a la hora de las charlas informales. Lo cierto es que dos años después de haber llegado a la Casa Rosada con la motosierra en alto y la promesa de dinamitarlo todo, Javier Milei gobierna una Argentina partida en mitades casi perfectas. No hay luna de miel, ya no hay cheque en blanco y tampoco hay derrumbe. Hay algo más inquietante para la política: una sociedad suspendida, expectante, cansada… pero todavía sin reemplazo. Los números son elocuentes y, a la vez, incómodos. La aprobación del Gobierno ronda el 48,5 %, la desaprobación el 51 %. No es una catástrofe, pero tampoco una fiesta. Es empate técnico con clima social espeso. Porque cuando se corre el eje del relato y se pregunta por el bolsillo, la cosa cambia: casi la mitad de los argentinos siente que está peor que antes. Y en la Argentina, el bolsillo no es un dato más: es el dato.
Sin embargo, y acá está la primera clave política del momento, ese malestar económico no se traduce automáticamente en castigo político, según surge de un trabajo de la encuestadora Zuban-Córdoba y asociados. Milei conserva algo que muchos subestimaron: un núcleo duro sólido, identitario, emocionalmente cohesionado por el rechazo a lo anterior. No es tanto amor por lo nuevo como odio persistente a lo viejo. Y eso, en términos electorales, sigue rindiendo. El Presidente no suma, pero tampoco pierde a los suyos. Si hoy hubiera elecciones, una porción significativa de quienes lo votaron volvería a hacerlo en 2027. El mileísmo ya no es solo una anomalía electoral: empieza a consolidarse como identidad política. Minoritaria, intensa y ruidosa. Del otro lado del tablero, el problema no es Milei. El problema es la oposición. O, mejor dicho, su ausencia. Más de la mitad de la sociedad cree que el peronismo ya no representa el mapa social argentino. No es un dato menor: es una alarma. Porque cuando el principal espacio histórico de oposición deja de ser percibido como alternativa, el oficialismo puede gobernar incluso en contextos adversos. “El kirchnerismo -reflexionaba Malamud- se volvió un partido provincial. Se encerró en Buenos Aires. Y el que se encierra en una provincia pierde el país”.
La Argentina, mientras tanto, navega en la incertidumbre. No hay horizonte compartido, no hay consenso sobre hacia dónde vamos ni sobre qué país se está construyendo. Y en ese vacío, el discurso libertario sigue encontrando terreno fértil. No porque ofrezca certezas, sino porque promete ruptura. Y cuando nadie sabe cuál es la salida, romper sigue siendo una tentación. “El experimento más interesante que está viviendo en la Argentina -reflexionaba Carlos Pagni en el programa de streaming de LA CAPITAL y Canal 8- es que en el año 2023, en las primarias, el 30 % de la gente del electorado hizo algo que que en las sociedades sucede una vez cada 1000 años, que es ir hacia lo desconocido, preferir lo desconocido a lo conocido, por repudio a lo conocido, por aflicción frente a lo conocido. Y a partir de ahí apareció este personaje que es una incógnita. El triunfo de Milei -enfatizó- instala una especie de presunción de clima que hace que hoy pareciera que en la Argentina todo es posible. Es como una especie de incertidumbre metafísica”. El cierre del año encuentra a Milei con más fortaleza legislativa, pero con menos margen simbólico. El experimento libertario sigue en pie, pero entra en una fase más compleja: la de mostrar resultados sin cruzar líneas rojas sociales.
En los pasillos del Congreso dicen que el verano va a ser corto, las sombras largas y las caras tensas. Es que el Gobierno decidió que diciembre no es mes de brindis sino de reformas, y mandó al Senado un proyecto de 197 artículos que Javier Milei define como “el comienzo del fin de cien años de decadencia”. En la Casa Rosada lo llaman la madre de todas las batallas, y en el sindicalismo ya se lo conocen como la madre de todas las peleas. Casi poético. El expediente aterrizó en el Senado acompañado por un mensaje de siete páginas que firmaron Milei, Adorni y Cúneo Libarona, como si fuese la triple garantía del rumbo libertario: el presidente, el vocero que ya es una marca registrada y el ministro que aparece donde nadie lo espera pero siempre firma todo. En ese texto el Gobierno vuelve a repetir la frase que ya es mantra oficial: “La Argentina decidió cambiar”. Y avisa que ahora empieza la parte donde “la voluntad popular se transforma en realidad social y económica”. Traducción de pasillo: se vienen reuniones a puertas cerradas, roscas, teléfonos calientes y acuerdos improbables.
Lo que sigue es el corazón del proyecto, desmenuzado en Radio Pasillo: lo que dice el texto, lo que quiere el Gobierno y lo que murmuran —todavía en voz baja— opositores, sindicalistas y empresarios. Vacaciones: el verano ya no es un derecho sagrado. El oficialismo propone un régimen “más flexible”. Palabra que en la política argentina siempre significó lo mismo: el empleador tendrá más margen y el trabajador algo menos. El período obligatorio será entre el 1 de octubre y el 30 de abril, pero las partes “podrán pactar” otra fecha. En la jerga gremial eso traduce: si te toca enero, suerte, y si te toca marzo, también. Además se habilita fraccionar vacaciones en tramos de no menos de 7 días y se garantiza que cada empleado pueda pisar la playa en verano “al menos una vez cada tres años”. Un diseño pensado para un mercado laboral donde el turismo seguirá moviendo fichas, pero sin aumentar el costo empresario. En materia de despidos, contempla la indemnización clásica, pero más previsible. El Gobierno sostiene que la incertidumbre mata empleo, así que introduce una fórmula única: un mes de sueldo por año trabajado, con un techo ligado al convenio. La novedad es que habilita a las empresas a crear fondos de cese laboral. Milei lo imagina como un seguro para empresas proactivas; los sindicatos ven un paso hacia la “chilenización” del sistema laboral. La otra parte no menor: la indemnización será “la única reparación posible”. Nada de dobles vías civiles ni de creatividades forenses que, según el Ejecutivo, alimentan una “industria del juicio” que todos nombran pero pocos pueden cuantificar.
Salarios: qué es remunerativo y qué no. La reforma redibuja la frontera entre lo que suma aportes y lo que no. Beneficios como guardería, útiles escolares o comedor pasan a ser no remunerativos, sin cargas sociales. El Gobierno lo vende como incentivo a contratar; los contadores como un alivio; los sindicatos como un agujero negro para la recaudación futura. Y aparece una figura novedosa: componentes remunerativos dinámicos, fijos o variables, que no generan derechos adquiridos ni ultraactividad. Es decir: el adicional puede nacer y morir sin quedar clavado en piedra. Ultraactividad y formalización: la batalla silenciosa. Este es uno de los puntos donde el Gobierno puso el bisturí más fino. Los nuevos adicionales no generan ultraactividad aunque se paguen años. Para los gremios, esto es dinamita. Para el Gobierno, liberar a las empresas de “rigideces dinosauricas”. Además se crea un registro único en ARCA y se fortalece la presunción a favor del trabajador ante falta de registración. Una mezcla rara: desregulación por un lado, mayor control estatal por el otro. Milei insiste: “Libertad no es libertinaje”. Y Cúneo Libarona agrega: “Pero alguien controla”.
“En cuanto a los convenios colectivos, el tablero se abre”, reflexionaba en el encuentro de la UCIP un reconocido abogado laboralista, La reforma limita la aplicación extensiva de los convenios: lo firmado rige para quienes lo firmaron. Fin de los efectos cascada. También autoriza topes en personal part-time, métodos de cálculo por promedios y, lo más jugoso, la posibilidad de reemplazar la indemnización tradicional por fondos de cese sectoriales. La UIA está tomando nota; la CGT, antiácidos. Párrafo aparte para la justicia laboral, con nueva fórmula y honorarios bajo lupa. Los créditos laborales se actualizarán por IPC + 3 % anual, lo que ya hizo levantar cejas a los laboralistas. Se limita el pacto de cuota litis al 20 % y se fija un tope del 25 % total en honorarios. En tribunales dicen que esto va directo al conflicto constitucional; en el Gobierno dicen que apunta contra estudios que “cobran más que el trabajador”. Los jueces, además, quedan obligados a reportar a ARCA cualquier empleo no registrado que encuentren en un expediente. Varios abogados comentaban en voz baja que eso sí es “novedad”.
En tanto, en lo que atañe a las prácticas sindicales, el Gobierno toca la fibra, admitía uno de los popes del Parque Industrial de Mar del Plata. Los eventuales no podrán ocupar cargos con tutela sindical. Es una línea que ya generó chispas internas y externas: un límite a la idea del “delegado eterno”. Las deducciones automáticas solo serán válidas si provienen de leyes, estatutos o convenios signatarios, y en los demás casos el trabajador debe autorizarlo expresamente. Un golpe directo a la recaudación sindical. Y los acuerdos conciliatorios deberán pasar siempre por autoridad administrativa o judicial. En Balcarce 50 lo defienden como “transparencia”; en Azopardo lo leen como “desconfianza”.
En el Congreso creen que la reforma va a salir “con cambios”, que es la forma elegante de decir que nada pasa como entra. El peronismo ya prepara dictámenes alternativos; el PRO quiere quedar cerca del Gobierno pero con recibo; la UCR pide segmentar; los gobernadores miran su caja y deciden en consecuencia. Y en la Casa Rosada apuestan a un clima de época: “Si no se aprueba ahora, no se aprueba nunca”, repiten. Un senador peronista, siempre generoso con el off, lo resumió mejor que nadie este fin de semana en Mar del Plata, donde descansó con su familia intentando pasar desapercibido. “Milei dice que son 100 años de decadencia. Nosotros decimos que son 100 años de pelea. Así que tomen asiento, porque esto recién empieza”, ironizó en charla con amigos marplatenses.