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Opinión 26 de noviembre de 2018

No somos todos

Los incidentes en la final de la Copa Libertadores le dan pasto a las peores reflexiones. Otra vez el todismo metodológico, otra vez el pedido de endurecer políticas, otra vez el golpe a nuestra construcción como sujetos.

por Agustín Marangoni

Un solo traidor puede con mil valientes.
Alfredo Zitarrosa (Adagio en mi país)

El cambio más profundo en la política en el siglo veintiuno está en la participación activa y determinante de las minorías. Las sociedades dejaron de ser grandes grupos homogéneos. Ahora son un conglomerado de minorías, que siempre existieron pero que no tenían visibilidad. Antes nos hablaban a todos desde un balcón. Ahora nos tocan el timbre de casa y nos dicen, de manera personalizada, lo que queremos escuchar. Porque ya saben quiénes somos, qué pensamos y qué necesitamos. El mercado hace lo mismo. Las grandes marcas no son una sola marca. Tienen productos específicos para cada uno de los grupos, con un modelo que los representa y una estrategia que los convence.

El desarrollo tecnológico, sobre cualquier otro beneficio, puede cuantificar al detalle esa diversidad. En los últimos diez años transformó a la sociedad en una hoja de cálculo, con mil filas y columnas que exhiben conductas y hasta pueden predecir comportamientos. Tal es la eficiencia de este proceso que, de hecho, es posible pensar que la visibilidad de las minorías haya sido generada como una estrategia de mercado. Y no al revés.

En una de esas mil filas y columnas se cuantifica el proceder de los inadaptados. Los que, por ejemplo, son capaces de sacudir un botellazo a los vidrios de un micro que lleva jugadores de fútbol. Es un cálculo chiquito, que muestra la realidad de una minoría muy reducida. El problema es que hace mucho daño. Puede suspender un acontecimiento cultural y deportivo de interés mundial. Puede poner en jaque a un gobierno. Puede matar también. Pero, buena noticia, esas tragedias son evitables. Anoten la receta mágica: sólo es necesario que los funcionarios responsables pongan el mismo empeño en su gestión que el que pusieron para ganar las elecciones.

Los sociólogos de cinco pesos, esos que sólo saben decir que la violencia está enquistada en la sociedad y se refleja en el fútbol, pobres, carecen de herramientas para analizar la complejidad de lo particular. Y son todavía peores los que condenan a un país completo por las acciones de un grupo de desubicados. El todismo metodológico –la inercia a decir que todo en Argentina siempre es una mierda, por ejemplo– es la antireflexión, una excusa peligrosa para justificar cualquier política, una represiva y violenta dado el caso.

No somos todos iguales. Ni acá ni en ningún país del mundo. Nada es todo. La sociedad no siempre somos todos. Eso era antes, en épocas de los absolutismos. Cuando no había demasiado interés en pensar con profundidad para resolver los problemas de siempre.

En enero de 2015, cuando se produjo el ataque a la redacción de la revista Charlie Hebdo, en París, se intentó desde los medios masivos condenar a toda la comunidad musulmana tildándola de fanática, asesina y terrorista. Una gansada del mismo tenor sería ubicar a todos los hinchas de un club de fútbol bajo la categoría de violentos irracionales. Y peor todavía expandir ese antirazonamiento a toda la Argentina. En este caso, gravísimo, hay responsables y son identificables: funcionarios, barrabravas, dirigentes.

Es recomendable dudar de las sentencias que engloban a todos. Ahí no suele haber intención de pensar. Y si es una reflexión intencional, cuidado. Condenar masivamente es propio de los ignorantes y de los hijos de puta.



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