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Arte y Espectáculos 11 de febrero de 2017

“No tengo la alarma de que mi público sea joven, pero sí quiero que me entienda”

Hernán Casciari pasó por Mar del Plata y llenó el Teatro Provincial en las tres funciones que dio. "Una obra en construcción", su ópera prima, es un éxito en todo el país.

Hernán Casciari.

El escritor Hernán Casciari, quien pasó por Mar del Plata para presentar a sala llena “Una obra en construcción”, la ópera prima prolijamente caótica que comanda con un formato de ensayo abierto autobiográfico junto a ocho familiares, asegura que su intención desde el escenario es la misma que la de sus textos: “Decir cosas más o menos complejas y que las pueda entender alguien que no tiene las herramientas de la complejidad muy aceitadas”.

“Yo tomé una decisión: antes de generador de contenidos soy consumidor. Y tengo que prestarle muchísima atención a las cosas de las que me aburro”, aseguró Casciari, después de llenar las tres funciones programadas en el Teatro Provincial como parte de la gira de esta obra que ya lleva 60 funciones.

A poco más de un año del infarto sufrido en Uruguay, que lo obligó a dejar de fumar “y por lo tanto a dejar de escribir”, Casciari aseguró que está aun en la búsqueda de “nuevos rituales” que le permitan volver a producir textos y que este año podría aventurarse además en formatos audiovisuales para Netflix.

– Una obra en la que los personajes hacen de ellos mismos parece ideal. ¿Es eso lo que explica que algo pensado para un par de funciones siga llenando teatros?

-Cuando empecé a preguntar por qué la obra funcionaba, terminé componiendo una respuesta con lo que la gente me decía. Y me da la impresión de que en algún punto, el teatro tradicional que estamos acostumbrados a ver pierde frente a la tele realidad una fuerza motora de lo que hoy se entiende como post-verdad. Entonces, si bien te puede emocionar -y lo hace- Norma Aleandro fingiendo que es la madre de alguien que perdió al marido, vos en el fondo, porque sos hijo del tráiler, de internet, sabés de quién es ese texto, cuándo fue escrito, quién lo hizo antes. Entonces cuando de repente a ese mismo público le subís a una vieja, que es en efecto esa vieja, y si ella llora está llorando en serio porque se está acordando de algo que le pasó, a vos te agarra algo distinto.

– ¿Eso estaba previsto?

– No, no podía estarlo. Por ejemplo, al principio hacíamos un cuento que habla sobre algo que pasó el día posterior al entierro de mi viejo en Mercedes, con mi mamá y un mensaje de texto que le manda una nieta de ella desde el teléfono de mi viejo. Mi vieja recibe un mensaje de Roberto Casciari cuando ya estaba muerto. Mi vieja contaba eso, y cuando se ponía a llorar, no generaba en el espectador, como yo esperaba, el placer de lo artístico: generaba la incomodidad de ver a una señora llorando en serio por algo que le resultaba traumático. Y lo saqué porque no generaba lo que sí hubiera generado Norma Aleandro. Con mi vieja la gente se sentía incómoda de sentir placer por un dolor verdadero.

– La obra finge todo el tiempo una cierta improvisación. ¿Por qué?

– Es que hay cosas que fueron construyéndose de forma involuntaria. Nos chupa bastante un huevo el tema de los ensayos. Es necesario que el espectador vea nuestras imperfecciones permanentes por no ser actores. El espectador últimamente siente también que está presenciando la vigesimocuarta vez que un tipo hace lo mismo. En cambio, cuando viene a ver cosas que, al menos por los errores, o por que suba (Nicolás) Cayetano en conchero, son únicas, como esos errores televisivos de Olmedo de los 80, también puede ser un ejercicio narrativo.

– ¿Los cambios en la forma de consumir contenidos modifican el proceso creativo?

– Yo era un lector bestial desde los 13 a los 30. Y cuando dejé de serlo, empecé a prestar atención a por qué me estaba pasando: Estaba empezando a mirar un montón de series. Y la sensación corporal cuando terminé de ver de golpe Six feet under fue la misma que tuve a los 19 cuando terminé de leer Adán Buenosayres. Había pasado algo. Y como generador de contenidos no me podía hacer el boludo. Soy parte del público de mi generación, que es habitante de internet. No podés seguir escribiendo como si estuviéramos en el siglo XIX y el lector tuviera concentración absoluta y se cortara la luz a la noche.

– ¿Experimentos como la revista Orsai o esta obra fueron contra el prejuicio de que nos jóvenes no consumen cultura?

– A una cierta edad hay una tendencia a aferrarnos a los formatos que sospechamos prestigiosos. Y a desechar otros. Me doy cuenta de que me empiezan a pasar cosas de viejo. Pero trato de prestar atención a eso, y a que a lo mejor un instagramer o un youtuber puede ser un genio aunque yo no entienda sus chistes. Si hay un grupo de pendejos de 16 años que están cagándose de risa de eso, tengo que entender primero que nada que hay unas complicidades que empecé a desconocer. Y eso es muy difícil, porque estás cada vez más lleno de prejuicios. Ser viejo es eso: te empezás a convertir en un pelotudo.

– ¿Cómo hace para hablarle a esos jóvenes que sentís que se alejan de lo que vos decís?

-Hago el esfuerzo de preguntarme por sus códigos. No tengo la alarma de que mi público sea joven, pero sí quiero que me entiendan. No es un tema de edad, sino de herramientas de complejidad. Cualquier persona de la edad que sea que venga y me diga que nunca leyó un libro pero con uno mío pudo, yo saco pecho.

– ¿Volvió a fumar después del infarto?

– No.

– ¿Entonces sigue sin escribir?

– Pero no lo veo como un problema. Yo creo que todo esto del teatro me colmó muchísimo una necesidad de estar activo.

– ¿Pensó en dictar?

-Eso me decía (Alejandro) Dolina, que está dictando desde que dejó de fumar. Pero yo no sé. Estoy tratando de encontrar sin presiones un ritual nuevo.

-¿Cómo se lleva su perfil inquieto con las vacaciones?

– No las entiendo. No entiendo por qué me tengo que ir de mi casa. Estuvimos con mi mujer, Julieta, una semana en Villa la Angostura. Y hemos debatido de qué me pasa con eso, que no lo puedo soportar. Claro, eso pasa cuando no sabés lo que es laburar. Tengo esa sensación que me pasa también con las sobremesas, de que si no estamos hablando de algo que vamos a hacer, de algo que viene, me pregunto para qué estoy ahí.

– ¿Y de qué proyectos habla ahora?

-Estoy haciendo una cosa que quiere ser para Netflix. No está ni siquiera cerrada, pero está esa plataforma como posibilidad. Y estoy empezando a hacer desde febrero con Zambayonny un espectáculo de cuentos trágicos que se va a llamar Tragedias, en la sala Siranush. Y seguramente saldremos de gira. Lo vamos a hacer de traje.