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Opinión 8 de abril de 2020

Nuestro compromiso ante un virus desbocado

María Marta Mainetti

El aislamiento ya perdió su novedad. Pasan los días y extrañamos, sí, ¡extrañamos todo!  Hasta las actividades más insignificantes de nuestra cotidianeidad, comienzan a percibirse con encanto y nostalgia. Perdimos rutinas, horarios y tiempos, pero sobre todo encuentros y abrazos. Lo virtual nos invade abusivamente y dejó de ser solo una parte de nuestra vida para convertirse-pareciera- en la única vida posible. Soy docente, de las de antes…de la tiza y el pizarrón, también del power point, mi máximo progreso pedagógico. Amante del aula, de la charla amigable y mates con estudiantes, del café con colegas. Y asistente a múltiples e interminables reuniones ¡horas arreglando el mundo! Mi cuarentena transcurre con mi computadora, de la mañana a la noche y el celular, obvio, recargado varias veces al día.  Intento amigarme con el campus, el zoom, los foros. Por momentos crece el entusiasmo de aprender algo nuevo  y por momentos no es para mí! No me quejo. Tengo la posibilidad de seguir trabajando igual, desde mi casa, cuidándome, cuidando. Pero no puedo dejar de pensar en quienes no tienen esta posibilidad y están sin hogar o  sin trabajo o sin ninguno de los dos. El correr de los días va multiplicando incertidumbres, temores, anhelos. Cuando volveremos a la vida normal? De qué manera? Seremos los mismos? Sobreviviremos? Alguien nos puede responder?

La pandemia exige no sólo de los científicos y de los políticos, sino fundamentalmente de los ciudadanos, una gran responsabilidad, que  significa justamente habilidad para responder. ¿Qué es necesario responder? No es el dato de la cantidad de muertos ni infectados, para eso hay información minuto a minuto. Responder, en su más  profundo  sentido ético, significa hacerse cargo de la demanda de otro/a, que a veces ni siquiera sabe o puede formular esa demanda. Esa imposibilidad es una de las mayores consecuencias de la desventaja. Responder es entonces una tarea ardua y delicada, requiere sensibilidad para detectar como se expresa esa necesidad-esa demanda-, que  en este momento crece a la par de los contagios. La pandemia no afecta a todos de la misma manera, es implacable con los más vulnerables. Pero además muestra el desamparo de un “mundo desbocado”, tal como lo definió  el sociólogo Anthony Giddens a comienzos del siglo XXI,  titulando un interesante libro.  En el mismo,  refiere a que la modernidad había prometido un mundo  cada vez más estable y controlado gracias al progreso de la razón, la ciencia y la tecnología. Sin embargo, contrariamente a lo esperado, tenemos la sensación de que se nos ha ido de las manos, que hemos perdido las riendas y por lo tanto el destino al cual llegar. En los últimos años, esta sensación, lejos de disminuir, parece haberse acentuado. Y hoy, un virus desbocado cabalga  en un mundo sin fronteras.

¿Como responder entonces?

Estamos siendo conscientes de los riesgos y de los peligros a los que estamos expuestos. Estamos vislumbrando que para afrontarlos necesitamos imperiosamente soluciones colectivas y que la crisis que provoca la pandemia no puede pensarse como una crisis de salud en un sentido restringido, sino en el sentido más amplio que pueda existir.

Lo individual no alcanza y por lo tanto,  no sirve. Un caballo desbocado difícilmente se frena en soledad.

Para responder, quizás tengamos que desempolvar  un valor fundamental para la vida en sociedad: el compromiso, concepto eterno y para nada unívoco.

Vamos a entenderlo en el sentido de cumplir con una promesa -o esperanza- de un mundo mejor, más humano, más justo, por lo menos más habitable.  El compromiso requiere organización, participación, diálogo para poder encarar las adversidades  que se nos presentan y encaminarnos a la promesa.  Nos lleva a pensar juntos nuestras acciones de un modo más crítico, teniendo en cuenta  que ya no existen criterios únicos y que nuestra mayor potencia está en valorar y ejercer la interacción.

La respuesta y el compromiso son valores éticos fundamentales en este momento. Tal como expresa la filósofa española Adela Cortina en su libro “Para qué sirve la ética” (2013): Ninguna sociedad puede funcionar si sus miembros no mantienen una actitud ética. Ni ningún país puede salir de la crisis si las conductas antiéticas de sus ciudadanos y políticos siguen proliferando con toda impunidad.” Considera además que  “La ética sirve para abaratar costos, en dinero y en sufrimiento”. Es como si nos hablara en este momento.

Poner en práctica la ética a través del compromiso y la responsabilidad, es sin duda, un camino para economizar y  abaratar el sufrimiento, una manera de curar a este mundo “viralizado” de corona, de ¿poder?

Sigo en mi computadora. Me invitaron a formar parte de un comité de contingencias en la Escuela Superior de Medicina. No soy médica, pero el trabajo interdisciplinario prevalece. Me uno para asumir colectivamente el “compromiso social” -planteado en la misión pedagógica-, aunando esfuerzos, recursos y conocimientos, para responder  en medio de la pandemia a los nuevos problemas que vamos detectando. Nos motiva conocer la cantidad de propuestas que se van multiplicando en toda la Universidad, variadas, creativas, humanas. Me sumo, nos sumamos. Comprometernos junto a otros/as y hacia otros/as-quienes están en mayor desprotección- fortalece sin duda las riendas para frenar a  este virus desbocado.

 

La autora es antropóloga, profesora e investigadora de la ESM, Fac de Psicología y Fac de CSYTS de la UNMDP.