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Opinión 29 de octubre de 2019

¿Nuevos símbolos o viejos prejuicios?

por María de las Mercedes Lotufo

Cada cierto periodo emergen en la sociedad nuevos símbolos o gestos que, en su mayoría, esconden viejos prejuicios. Esto puede observarse en el trabajo que viene realizando la Liga Antidifamación, una ONG judía con base en Nueva York encargada de luchar contra la xenofobia y el racismo, que ya ha recopilado 2000 símbolos o gestos que se pueden interpretar como manifestaciones racistas, xenófobas o supremacistas.

Estos viejos prejuicios no desaparecen, sino que van adoptando formas más sutiles con el paso tiempo, bajo nuevas maneras de expresión. Un caso es el de Brenton Tarrant, que realizó un gesto de uso popular de “OK” para indicar su prejuicio racista ante las cámaras, cuando fue presentado ante el juez tras su detención, luego de asesinar a 51 personas en la mezquita de Christchurch en Nueva Zelanda.

Pero ¿cómo se forman los prejuicios? Algunos psicólogos afirman que los prejuicios funcionan como verdaderos atajos mentales para ahorrarnos tiempo y trabajo; cuanto más ocupados estamos, más recurrimos a los prejuicios para relacionarnos o interactuar con otros. En resumidas cuentas, nos da placer ser prejuiciosos, porque nos evita el tiempo y el trabajo de pensar. Es sabia la frase comúnmente atribuida a Albert Einstein: “es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”.

El sociólogo Henri Tajfel, en su Teoría de la Identidad Social, propone estudiar cómo nos identificamos con determinados grupos, precisamente para entender el prejuicio como un fenómeno que se da entre grupos. Explica que tendemos a calificar bien al grupo con el que nos identificamos y a ver como adversarios o enemigos a los miembros del grupo con características diferentes u opuestas. ¿Por qué ocurre esto? Porque lo que vemos parecido a nosotros resulta familiar, conocido y seguro, mientras que lo desconocido nos representa un peligro que debe ser anulado.

Es así como nuestra mente construye categorías -bueno versus malo- que nos ayudan a obtener un atajo en la comprensión de la información sobre lo que nos rodea. Simplificamos y reducimos todo a categorías. Y es sobre estas categorías que nacen los prejuicios, observables en diferentes ámbitos, tales como la política, la religión o el futbol.

Los prejuicios en algunas ocasiones pueden llegar a convertirse en prácticas peligrosas para la convivencia en sociedad, porque generan resentimiento, falta de tolerancia a lo diferente e incluso verdadero odio, por lo que el otro sólo por ser diferente debe ser anulado. Por ejemplo, durante los partidos de fútbol se pierde la noción de juego y se convierte al evento en una batalla en la que se debe destruir o eliminar al rival; del mismo modo, ciertas discusiones políticas en las que no hay una mínima posibilidad de escucha, las voces se superponen e impiden un diálogo constructivo.

Dejar de lado los prejuicios representa un gran desafío porque consiste en enfrentarnos a lo diferente, encontrarnos con lo que desconocemos, con lo que no sabemos. Los prejuicios nos condicionan, nos limitan y nos determinan. Es necesario para las personas interactuar con otras personas, ampliar la mente y las perspectivas. Vale la pena intentarlo y ver más allá de los prejuicios para poder obtener la libertad de pensar, escuchar y decidir, para que las diferencias sumen en lugar de restar. Porque sólo se puede construir con los otros.

(*): Docente de la Licenciatura en Psicología de UADE.



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