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Opinión 15 de agosto de 2020

Otra vez San Martín

Por Carolina Germinario (*)

En el año 2007 uno de los canales líderes de la televisión argentina emitió un programa llamado “El gen argentino”. El objetivo de la emisión era elegir al argentino/a, vivo o muerto, que más nos representara. A través un panel de especialistas y el voto del público, se redujo de 100 seleccionados a tres finalistas: José de San Martín, René Favaloro y Juan Manuel Fangio.

El prócer y gestor del Cruce de los Andes fue el (¿obvio?) ganador con más del 55% de los votos. Más allá de las características del programa, no hay dudas de que José de San Martín no sólo no necesita presentación, sino que para gran parte de la sociedad argentina es nuestro más ilustre representante. Y, si es posible pedirle aún más, es también para muchos un horizonte de realización, un ejemplo de osadía y de coraje. Como figura clave de nuestra historia, su imagen y nombre se repiten constantemente. Aquí en Mar del Plata tenemos nuestra plaza central, monumentos, la peatonal, un parque, un club, escuelas y barrios que lo honran.

No hay persona que no sepa dónde nació San Martín -Yapeyú, Corrientes, Virreinato del Río de la Plata-, que tomó las armas en las Guerras Napoleónicas en defensa del territorio español, que luego regresó al Río de la Plata para formar parte de la Revolución y las Guerras de Independencia. Innumerables hechos podemos recordar acerca su trayectoria (como su famoso caballo blanco), sobre todo aquellos que sucedieron entre los intensos años de 1812 y 1820. Organizó y comandó un Ejército que, con la bandera de la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, logró las independencias de Chile y de Perú. Sus éxitos militares le valieron uno de los sus tantos apodos: el santo de la espada.

Además de un militar estratega, fue también un hombre de pluma. Las máximas que escribió para su hija Merceditas fueron y son leídas por generaciones de estudiantes. A través de su herencia es donde más literal se vuelve otro de sus sobrenombres predilectos: el padre de la Patria. Son muchas las frases célebres que se le atribuyen a San Martín y que a lo largo de la historia argentina han sido tomadas por unos y por otros. Incluso, una de las citas más famosas fue convertida en slogan del torneo de fútbol más importante del continente: la Copa Libertadores de América. Cualquier seguidor del popular deporte recordará, incluido el tono épico del locutor: “serás lo que debas ser, o no serás nada”.

Hasta aquí, nada nuevo. ¿Qué se puede decir entonces sobre San Martín que no se sepa ya? Quizás no se trate de qué decir, sino de cómo decirlo. Hay, en el imaginario colectivo, una especie de “deber ser” de nuestros próceres y de nuestro pasado. Probablemente se lo debamos a la historia de Mitre que esperaba encontrar en San Martín, en Belgrano y en el Virreinato del Río de la Plata los genes argentinos (al igual que el programa antes mencionado).

Pensemos en nuestra actualidad: coronavirus, aislamiento, trabajos y proyectos interrumpidos, una nueva normalidad. El azar y lo impredecible se hacen presentes en cada minuto. A comienzos del siglo XIX, nadie hubiese afirmado que San Martín nació para ser el Libertador de América. No se trata de quitarle protagonismo adjudicándole todo a las circunstancias, sino que, por el contrario, se trata de retribuirle a San Martín (y a tantos otros/as) su capacidad de acción y de decisión.

Su familia integraba el aparato militar de la burocracia monárquica, se formó en la carrera de las armas en territorio peninsular, y aun así eligió adherir a las causas revolucionarias en América. Esta decisión tuvo menos que ver con su pasado “argentino”, que, con una visión global, imbuida por ideas ilustradas e independentistas, influenciada por hechos políticos de gran trascendencia a fines del siglo XVIII: la independencia de las Colonias Americanas de Gran Bretaña y la Revolución Francesa.

Su decisión de luchar por las Independencias Americanas lo llevó por caminos difíciles de prever. Entre 1814 y 1816 la situación de los territorios revolucionarios era muy precaria. La Restauración europea luego de la derrota de Napoleón trajo como contrapartida la voluntad firme de la Corona Española de recuperar su poder en las colonias. Fueron años llenos de incertidumbre y temores. Para San Martín, la Declaración de la Independencia era la clave. Durante el transcurso del Congreso de Tucumán su rol político como intermediario entre diferentes actores a veces opuestos (como Güemes y Rondeau, por ejemplo) fue fundamental para alcanzar el objetivo de la Independencia. Entre agosto y diciembre de 1816 se instaló en Mendoza para abocarse totalmente a la tarea de organizar el Ejército de los Andes. No había vuelta atrás, y el resto ya es historia.

De Yapeyú a Málaga, de Málaga a Londres, de Londres a Buenos Aires, de Buenos a Mendoza y de allí a toda América. Y de América a Boulonge-sur-Mer. San Martín nació sin saber que con sus decisiones cambiaría los destinos de todo un continente. Tuvo un final alejado de su Patria, buscando en su vejez una paz que no había logrado encontrar hasta entonces.

Si San Martín es nuestro mejor representante es entonces necesario aprender de él. Lo primero que podemos incorporar es que siempre hay otra opción. Siempre se puede elegir. Y en situaciones de desigualdad y opresión es aún más importante tomar posición y hacerlo con conciencia de nuestros actos.

Lo segundo que nos enseña es que no nos salvamos solos. La historia de las Provincias Unidas y su vínculo con España no terminó el 9 de julio de 1816. Los ex territorios del Virreinato del Río de la Plata bien podrían haber perecido si el proyecto independentista no era colectivo y americano. El padre de la Patria esto lo sabía muy bien. Para él, la Declaración del 9 de julio era la llave para patear las puertas de las Independencias Americanas.

Por último (aunque queda mucho más por aprender de nuestro prócer destacado), es su vocación federal. A San Martín lo encontramos en todo el territorio argentino y también en toda América. Su presencia y su legado sin fronteras, pero reconociendo los regionalismos, nos tienen que ayudar a recuperar una visión colectiva de nuestra Patria.

En este aniversario de su muerte, tomemos su figura para redimensionar la capacidad de acción que las sociedades tenemos ante las incertidumbres y las situaciones de crisis.

(*) Profesora en Historia y becaria de investigación de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Grupo de Investigación “Problemas y debates del siglo XIX”, Centro de Estudios Históricos (CEHIS), Facultad de Humanidades (FH), Instituto de Humanidades y Ciencias Sociales (INHUS).

– Lectura recomendada: San Martín. Una biografía política del Libertador, de Beatriz Bragoni. Editorial EDHASA.



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