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Arte y Espectáculos 19 de febrero de 2016

Pablo Lima, el artista del circo La Audacia que se fogueó en la calle

Desde los "14 o 15" que anda de ciudad en ciudad, entre malabares y espectáculos callejeros. Nunca se quedó quieto. Tiene 31 años y crea cada noche a la alocada Cebra Raúl. "Es un personaje desquiciado", dice.

Ojos azules de mar frío. Una risa que crece y estalla en risotada. Una pequeña estrella tatuada en su cien. Pablo Lima dice que es “inexplicable” el Estrella de Mar que se ganó en el rubro Revelación. Es que su famosa Cebra Raúl, que interpreta todas las noches en el Circo La Audacia (Plaza España), cautivó tanto por sus locuras como por su humor desopilante. “Es un desquiciado”, dice de su personaje, que empezó a pulir en la calle, como artista callejero.
“Estoy re feliz, sí, estoy re feliz, nunca me lo hubiese esperado, nunca gané un premio. Sentía que eran todos actores y yo nada que ver… ahí va el hippie”, dice de él mismo el artista de 31 años que nació en Neuquén capital y paseó sus ganas de aprender las técnicas del circo por toda Argentina y América latina.
“No es que no me sienta actor -amplía-. Los actores tienen otro tipo de formación y yo hago circo y desde siempre espectáculos callejeros. Y de repente me empezaron a salir los personajes”. La Cebra Raúl alumbró en las calles de la provincia de Río Negro y, al principio, no resultó una muy buena experiencia.
“Con mi compañera Grisel habíamos llegado de viaje. Iba a nacer mi nene y dije, ‘tengo que sentar cabeza’. Y caímos en Río Negro. Me dije ‘ahora sí, tengo una familia’. Tenía veinticinco años. Me habían salido un par de trabajos con Cultura de Viedma y de repente me dijeron ‘¿Querés trabajar en Tránsito?’. Yo había visto que en Bolivia, en Perú y en Ecuador hay gente que se disfraza de cebra o de superhéroe y ayudan a la gente a cruzar la calle”.
Y quiso aplicar esa acción a la pequeña localidad rionegrina. Su función era explicar las reglas de tránsito vestido con un traje “muy feo, que parecía un teletuby”. El trabajo no resultó muy positivo: duró una semana “o menos”. “La gente me puteaba, me trataba mal, me mandaba a laburar”, recuerda. No lo dudó: dejó Viedma y recaló en Bahía Blanca, donde sabía que iba a realizarse una convención de circo.
En medio de las actuaciones y a pesar de que le estaba yendo bien, sentía que faltaba proponer “algo más”. “Me puse el traje de cebra y la gente se rió, y después lo fui puliendo”, cuenta en Mar del Plata, ciudad que eligió para vivir junto a Grisel y Constantino, su pequeño que arranca en breve la escuela primaria.
“El primer traje de la cebra me lo hice yo, el segundo está hecho por un costurero pero de la misma forma… cuadrado, para que no tenga noción”, explica.
La necesidad de calle, de ruta y quizás de libertad la sintió de adolescente. “Tenía problemas con mi familia, problemas de conducta y me escapaba de mi casa cada dos por tres, me mandé muchos mocos, pobre mi vieja, no sabía ni dónde estaba…”, evoca.
La primera vez que se escapó tenía “14 o 15 años”. Hizo dedo desde Viedma a Bahía Blanca, “trescientos kilómetros”. “Me cargaron y llegué. Entonces hacía artesanías que vendía o cambiaba por comida, ahí conocí a unos malabaristas y empecé con los malabares”.
Luego pasó a La Plata, vivió en una casa ocupada y conoció un taller de circo en el que siguió con su técnica de malabares. Los problemas con la policía hicieron que regresara a Viedma. Pero lejos estaba de arraigarse. Rosario y Buenos Aires fueron sus otros destinos. “Mi vieja ya no me buscaba, estaba podrida”.
Se probó con los espectáculos callejeros hasta foguearse con el público. “Actuando frente a la gente era muy malo”. Pero la misma calle fue la que lo “curtió”. Y entendió que debía aprender. “Vas haciendo como un embudo”: es decir dejó lo que le sirve, descartó lo fallido. Así llegó a su famosa cebra.
“Ahora veo a mi vieja y todas las cosas que me dio fueron buenas, pero en su momento quería irme y me fui”, reconoce y asegura que no la pasaba mal en sus huidas.
Pablo nunca se quedó quieto, no detuvo su andar. Las convenciones de circo que se realizan en diversas ciudades de América latina siempre lo tentaron.
“Salía a viajar para conocer a otros artistas, viajaba con un amigo con el que tenía el circo Equeleque. El objetivo era ir a los encuentros, hacer unos mangos, presentar tus cosas y ver espectáculos, mucho mangos no hacés, pero sirven para hacerte conocido y aprender”. Fue en esa aventura internacional donde conoció a Grisel, quien también es artista circense.
Ahora, mientras pule otros personajes absurdos, como el rockero Miguel Emoción o Pufman, Pablo espera que este premio ayude a sostener al circo La Audacia, formado por artistas marplatenses que realiza funciones en una carpa nueva, ubicada en la Plaza España.
“El premio lo tengo gracias a la carpa La Audacia y gracias a los amigos de Mar del Plata que me llevaron a esa carpa, fueron un montón de cosas que fueron pasando sin querer que pasen y que de repente… estoy feliz, ojalá que le sirva a la carpa”, expresa y abre los ojos de mar frío, sorprendido aún por esa estatuilla que lleva guardada en su mochila, envuelta en su buzo negro.



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