La Ciudad

¿Para qué estudié mecanografía?

Los más obsesivos recordarán con qué dedos digitaban cada letra y cada signo, otros recordarán la presión, el pequeño dolor, en las yemas de sus dedos índices, únicos dos que pudieron utilizar con alguna destreza. Fue el sufrimiento de muchos. Hoy es apenas un recuerdo.

Por Dante Rafael Galdona

Convivió con la computadora y el ciberespacio durante algunos años, dio pelea, pero perdió. Sin atenuantes. Si alguien tiene alguna, seguro todavía le funciona, simplemente se le pone papel y se teclea con fuerza, hasta que la varilla haga tac, para que se marque la letra que queremos. El operador debe ser prolijo y preciso, pues no se puede borrar, ni cortar y pegar. En sus tiempos de reinado era la mejor opción pero hoy no sirve para mucho. Aunque todavía funciona y además suele disparar anécdotas y nostalgias.

Pocos recuerdan, y muchos ni siquiera están enterados, cuál fue el largo derrotero que tuvieron que atravesar las letras del abecedario para lograr un ordenamiento más o menos homogéneo que le permitiera a la humanidad comunicarse con cierta soltura y velocidad a través del lenguaje escrito.

Hoy en día ni siquiera contamos por irrelevante el escaso tiempo que nos lleva tipear unas líneas y enviarlo al interlocutor, pero en épocas de las máquinas de escribir mediaba un abismo de excusas entre el emisor de un mensaje y su receptor. Que tu carta no me llegó, que el cartero, que el correo, que el buzón, que el barco, que el avión, que la estafeta postal, que no te entendí porque se borroneó y una infinidad de etcéteras.

La tecnología no siempre tuvo las características de inmediatez de la actualidad. Hay quienes no creerán que no hace muchos años, para poder tipear un texto con cierta rapidez y prolijidad se debía estudiar y dedicar muchas horas de práctica al oficio de la mecanografía. El mecanógrafo era una persona muy preparada y diestra. Gozaba de gran prestigio social y laboral aquel que se destacaba, generalmente su trabajo era muy bien retribuido si era prolijo y rápido.

La importancia del taquígrafo

Un disciplina que pareció resistirse más, hermana de la mecanografía, con la que incluso se podía lograr más rapidez, por ejemplo tipear a la velocidad a la que una persona habla, fue la llamada estenografía o taquigrafía, un sistema de símbolos que venían a reemplazar sílabas o conjuntos de letras e incluso palabras enteras.

La taquigrafía es el sistema que antiguamente se utilizaba por ejemplo en los juicios para plasmar en el expediente todo el acontecer de las audiencias orales, incluso hoy todavía hay oferta de sistemas taquigráficos que se combinan con monitores para dar simultaneidad escrita a la palabra oral, de modo que en un juicio o una reunión empresarial puede leerse en un monitor todo lo que en ese momento se está hablando, con identificación del orador.

Pero es cierto que la taquigrafía pasó de ser una disciplina central y absolutamente imprescindible a cumplir un mero rol accesorio y fácilmente reemplazable por otros recursos.

Y vaya si el taquígrafo debía ser una persona responsable. De él dependía no sólo la velocidad del proceso sino también la suerte del reo, quien quizá por un pequeño desliz de un dedo podría pasar de inocente a culpable, de ser sentenciado a 2 o a 20 años de prisión (nótese la mínima diferencia escrita y la gran diferencia práctica entre un número y otro), o quién sabe qué otras desventuras. Es que para pocas personas esos símbolos eran algo que no guardaba secretos, para la mayoría de la gente eso que se veía peor que la letra de un médico en su última etapa de Parkinson era lo que había pasado en el juicio y a eso debía confiarse la suerte de los involucrados.

¿Qwerty qué?

El mecanógrafo hoy en día quizá pueda ocupar sus conocimientos en el siempre vigente teclado Qwerty de la computadora (así se llama por la disposición de las primeras seis letras en la fila superior; haga la prueba, lea el teclado), aunque deberá mantenerse activo con las actualizaciones tecnológicas, y es una amenaza real el avance de los programas de reconocimiento de voz. De lo que deberán olvidarse para siempre es de la vieja Remington, Olivetti o similares, esos armatostes pesados y mugrientos pero dueños de un romanticismo que las actuales, livianas, veloces y perecederas computadoras no tienen.

El frío y agresivo monitor, con todo el infrauniverso cibernético ahí nomás, atrás, agazapado, dispuesto a matar la creatividad y la inspiración, nada tiene para hacer contra el bello romanticismo del papel en blanco pendiente en el carro de una vieja máquina de escribir, donde el escritor, su alma y su mente se encuentran solos, y la música de las teclas parece afirmar la certeza poética de cada letra, cada palabra, cada punto.

Recuerdos en sepia

Los ahora nostálgicos de lo que en su momento despreciaron recuerdan en sepia las épocas de academia Pitman, bachiller o perito mercantil.

¿Quién de más de 35 años no recuerda las aburridas clases de mecanografía y estenografía en los salones cargados del pesado olor a tinta en sus etapas de escuela secundaria? ¿Quién no recuerda lo difícil que era que se marque la Q porque el meñique no tenía la fuerza suficiente para levantar los cincuenta mil quilos que parecía pesar esa tecla? .¿O el teclado de cartón, paso previo a encontrarse con la realidad? ¿Y las hojas enteras con la palabra bien escrita que previamente habíamos entregado con algún error, ese castigo impuesto por no tener la fuerza suficiente en “ese” dedo? ¿Y la desgracia de haber fallado en la última línea de la página de ejercicios, esa escala nerviosa previa al brote psicótico? Esos eternos ejercicios utilizando los dedos correctos para cada letra, cuando ahora sólo utilizamos dos ¿nos salvarán de algo en algún momento? ¿o el robo de las largas horas de adolescencia ya se habrá consumado? ¿A quién reclamarle entonces la privación de mejores momentos con amigos y novias, hermosos momentos que no volverán, por intentar en vano alcanzar destreza en un oficio que estaba condenado a la extinción?

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