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Opinión 30 de enero de 2023

Para ver el cielo no es preciso elevar la mirada

Por José Narosky
Hace unos 42 años, en 1990, se estrenaba en Buenos Aires, una película argentina dirigida por María Luisa Bémberg, sobre un libro de un autor mejicano, que ese año obtendría, pocos meses después del estreno del film, nada menos que el Premio Nobel de Literatura.

El libro se llamó “Sor Juana” y el escritor se llamaba Octavio Paz.

Actuaron en la película, Héctor Alterio, Lautaro Murúa, Gerardo Romano y en los principales roles masculinos y una actriz española en el principal rol femenino. Asunta Serna.

El libro y la película obviamente se referían a la vida y a la obra de una monja mejicana y singular poetisa fallecida en el año 1695, a los 43 años, Sor Juana Inés de la Cruz.

Fue sin duda la mujer más esclarecida de la literatura castellana del siglo XVII y su fama se expandió por América y España.

Era ya de niña de una precocidad que asombraba.

A los 3 años aprendió a leer y escribir.

A los 8 años escribió un cuento, que envió a un periódico mejicano con su foto.

Como respuesta recibió unas líneas del director del periódico manifestándole, al adulto que él supuso le había dictado el cuento a la niña, que el relato era muy bueno, pero que más importante era que le explicaran a la niña, que Dios la castigaría si buscaba halagos que no merecía, pues supuso que a los 8 años no podría haber escrito ese cuento.

Le llegaron juntos un elogio y una injusticia.

Se presentó llorando al director del diario, diciéndole:

-“Sr. elija un tema y le escribiré una poesía ahora mismo”.

El Director acepto la sugerencia y 15 minutos después cuando la niña le entregó la poesía, la besó tiernamente y con lágrimas en los ojos le dijo:

-“Perdóname: te prometo que mañana la publicaré en mi diario”.

A Sor Juana Inés le agradaba indagar en los más profundos misterios de la creación y también en la psicología, aun no descubierta como ciencia.

Teniendo 13 años la Virreina de Méjico la incorporó a la Corte como Dama de Honor.

Recién entrando en la adolescencia, ya comprendía claramente las intrigas, las ambiciones y falsedades de ese mundo ficticio.

Era hermosa como mujer y había sido hija natural, que en esa época, era casi un pecado.

Fue sin proponérselo un emblema del feminismo y de la reivindicación de la mujer.

Su efigie está hoy en el papel moneda de México, lo que nos dice de la valoración que tiene en su tierra.

Fue monja en el convento de San Jerónimo y allí demostró su personalidad y sus valores.

Como escritora, le sucedió como a Vivaldi en la música. También fue olvidada porque siglos hasta que en 1910, el poeta mejicano Amado Nervo, que también cursó la carrera eclesiástica sin terminarla, la sacó de las tinieblas hasta hoy con una ajustada biografía, en la que incluye la que es quizá, su más famosa poesía. Se titula “Redondillas”.

Y me voy a permitir leerles, 2 o 3 estrofas de la misma, reveladoras no sólo de su innegable talento, sino también de sus ideales.

Hombres necios que acusáis

A la mujer sin razón

Sin ver que sois la ocasión

De lo mismo que culpáis.

Si con ansia sin igual

Solicitáis su desdén

¿Cómo queréis que obren bien

Si las incitáis al mal?

Siempre tan necios andáis

Que con desigual nivel

A una, culpáis por cruel

Y a otra, por fácil, culpáis

¿Cuál mayor culpa ha tenido

En una pasión errada

La que cae de rogada

O el que ruega de caído?

O cuál es más de culpar

Aunque cualquiera mal haga

¿La que peca por la paga

O el que paga, por pecar?

Y cierro esta columna con un aforismo que dedico a esta gran poetisa en la que armonizan su pureza y su talento

“LA VIRTUD NO NECESITA APLAUSOS. LOS OYE”.



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