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El Mundo 30 de noviembre de 2019

Pesca ancestral y refugio ballenero en Florianópolis, joya del sur de Brasil

Los viajeros pueden convertirse por un día en criadores de ostras gracias a una visita a las decenas de haciendas productoras de mariscos en Ribeirao da Ilha. Foto: EFE.

por Nayara Batschke

Florianópolis, uno de los principales destinos turísticos de Brasil por sus paradisíacas playas, pasó de ser un “cementerio” de ballenas a un santuario para estos cetáceos, que conviven en armonía con pescadores locales que se empeñan en mantener las tradiciones indígenas y portuguesas.

En las entrañas de sus 42 playas, la capital sureña de Florianópolis, la llamada “isla de la magia” por el misticismo y las leyendas que la rodean, esconde vestigios de culturas prehistóricas, como las pinturas rupestres, y preserva el cultivo de ostras heredado de los portugueses de las islas Azores así como la pesca ancestral de los indígenas precolombinos.

Sus playas, que van desde tranquilas aguas con arena blanca hasta verdaderos paraísos para los surferos, suponen un encuentro intimista con la naturaleza, pero sin prescindir de la comodidad y ventajas ofrecidas por una capital regional.

“Hoy la gente ya no viaja solamente para conocer destinos bellos, ellas quieren probar nuevas culturas. Aquí tenemos destinos fantásticos que la persona coge un barquito y entra en contacto con las poblaciones locales”, señala a Efe el superintendente de turismo de la ciudad, Vinicius de Lucca Filho.

La exuberante naturaleza que alberga y la mezcla de distintas culturas hacen que la capital del estado de Santa Catarina sea el segundo destino turístico más visitado por extranjeros en Brasil, por detrás tan solo de Río de Janeiro, según datos del Ministerio de Turismo.

De la caza desenfrenada a santuario de ballenas

Uno de esos destinos escondidos y al que se puede acceder en barco es la Praia da Arma‡Æo, una localidad situada en el extremo sur de la isla y donde centenas de familias todavía sobreviven gracias a la pesca y el cultivo de mariscos artesanales.

Unos pocos minutos de conversación son suficientes para que los habitantes de esa pequeña villa de pescadores empiecen a contar las particularidades del lugar.

“El nombre Arma‡Æo remonta a una de las antiguas actividades económicas de la ciudad, la producción de aceite para la iluminación urbana a través de la caza de ballenas”, explica un lugareño.

“Pero con el paso del tiempo, la región dejó de ser un cementerio de ballenas para convertirse en un santuario y un punto de observación de esos animales, que viajan miles de kilómetros para reproducirse en las aguas de nuestro litoral”, añade un segundo pescador.

Tras la prohibición en los años 50 de la caza ballenera en la ciudad -que casi llevó a la extinción de varias especies-, Florianópolis se convirtió en unos de los principales puntos de observación de esos animales en el país.

Durante todo el año, varias especies visitan el litoral brasileño, pero es entre agosto y octubre que las ballenas suelen buscar refugio en la costa de Florianópolis, ya sea para dar a la luz o amamantar sus crías.

Algunas decenas de kilómetros de distancia, en el Ribeirao da Ilha, los viajeros pueden también convertirse por un día en criadores de ostras gracias a una visita a las decenas de haciendas productoras de mariscos.

“Queremos sumergir los visitantes en esa práctica milenaria que es el cultivo de la ostra. Solemos decir que uno venir a Floripa y no disfrutar de las ostras es como ir a Roma y no ver el Papa”, asegura el maricultor Beto Fermiano, quien recibe alrededor de 5.000 turistas al año en su finca marítima.

Fue en el Ribeirao da Ilha, cuenta Fermiano, que llegaron los primeros portugueses al sur de Brasil, por el año 1506. Las coloridas casas y los azulejos típicos de las Islas Azores, combinados al frescor de la brisa marítima, mantienen vivo el legado del Viejo Continente.

Casa de veranos de los turistas

En los meses de verano, la isla de Florianópolis, que cuenta con cerca de 300.000 habitantes y tiene uno de los índices de Desarrollo Humano mayores de Brasil -equivalente al de Portugal-, recibe alrededor de medio millón de turistas.

De ellos, un 70 % son argentinos, quienes han adoptado desde hace décadas a la Isla de la Magia como su “casa de veraneo”. “Vengo desde que era niño. Aquí casi que se escucha más español que portugués y, aunque no suelo tener muchas vacaciones, paso al menos unos días en la isla cada año. Es un paraíso que está justo a nuestro lado”, sostiene Emanuel Benítez, de Buenos Aires.

Muchos otros vienen en busca de las olas gigantes de las playas de la Joaquina o Mole, mientras que la escondida Galheta es el rincón reservado para los adeptos al nudismo.

Ya en la otra punta, el extremo norte de la isla, la región más desarrollada y poblada de la ciudad, la fiesta se extiende a lo largo de la madrugada en las playas de Canasvieiras, de los Ingleses o la célebre Jurere Internacional.

“Es el destino perfecto para quien quiere conectarse con uno mismo y disfrutar de la naturaleza y de la libertad, pero sin prescindir de la comodidad y los beneficios de las grandes ciudades”, sintetiza Benítez.

EFE.