La Ciudad

Pironio, el hombre de fe que dejó una marca en la ciudad y hasta le atribuyen un milagro en vida

Le tocó estar al frente de la Diócesis local en los turbulentos años setenta. Fue perseguido y amenazado. En Roma lo consideraron "papable". Y en 2007 un monje italiano llegó a revelar a LA CAPITAL un "signo de santidad".

Eduardo Pironio nació en 9 de Julio, provincia de Buenos Aires, el 3 de diciembre de 1920. Fue el hijo número veintidós de Giuseppe Pironio y Enrica Rosa Buttazzoni, emigrados a la Argentina ya como matrimonio desde la región de Friuli, Italia, en 1898.

Eduardo solía comentar que su vida era un milagro concedido a su madre por la Virgen de Luján, por quien él sentía una filial devoción.

Al crecer, la devoción en Jesús y María cimentadas en su familia y su parroquia se fue fortaleciendo: a los 11 años tomó la decisión de ingresar al Seminario San José de La Plata.

Culminado el tiempo de formación, fue ordenado presbítero el 5 de diciembre de 1943 en la Basílica de Nuestra Señora de Luján. Comenzó así su ministerio sacerdotal como profesor de Literatura, Latín, Filosofía y Teología, sucesivamente, en el Seminario Pío XII de Mercedes, donde acompañó la formación de futuros presbíteros durante 15 años.

Fue nombrado asesor eclesiástico de los Jóvenes de Acción Católica (AJAC) de la diócesis de Mercedes, y posteriormente fue designado Asesor Nacional de la Acción Católica Argentina. También ejerció como

obispo auxiliar de La Plata y luego como obispo residencial de Mar del Plata.

Su período en la ciudad constituyó uno de los más difíciles de su trayectoria eclesiástica. Fue designado el 27 de abril de 1972 y partió hacia Roma, convocado por el papa Paulo VI, en diciembre en 1975.

Esos tres años le alcanzaron para dejar huellas en la ciudad, en medio de un Estado convulsionado. Las hipótesis sobre su gestión pastoral y política se confundieron sucesivamente. Pero él, lejos de la reacción ante cargos sectoriales, siempre se desempeñó con ánimo calmo y palabras contemporizadoras.



Una y otra vez se oyó que “a Pironio lo echaron”. La razón de la partida sería despegar a la Iglesia de cualquier especulación sobre su posible participación en cuestiones delicadas por entonces.

En 1975 comenzó a ser perseguido por la Triple A. Le ofrecieron seguridad personal, pero se negó con el argumento de que su vida no valía más que las de sus guardaespaldas.

El secuestro y asesinato de María del Carmen Maggi, decana de la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Católica de Mar del Plata, fue para él “una espina dolorosísima”.

Según recordó alguna vez el diario Perfil, meses después la Semana Santa se iniciaba con inscripciones que decían “Pironio montonero” en la Catedral y amenazas de muerte.

En ese momento, las expresiones ideológicas estaban radicalizadas y hasta el intento pacificador jugaba en contra en ese mapa social. La violencia se percibía en las calles, en las aulas, en los gremios, en las paredes.


Ante tanta adversidad, su visión progresista ante la vida y el espíritu lo acercó a la tarea barrial con la juventud como canal de contacto. De hecho, su paso por la ciudad fue un fuerte impulso para los movimientos juveniles cristianos.

Para preservarlo de las divisiones políticas, la Iglesia lo promovió como arzobispo titular de Tiges y proprefecto de la Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares el 20 de septiembre de 1975. Luego, el 14 de mayo de 1976, fue elevado a la dignidad de cardenal por Paulo VI y designado presidente del Consejo Pontificio de los Laicos el 8 de abril de 1978.

“Período complicado”

El monje benedictino Giuseppe Tamburrino, que en 2007 estuvo un mes en el país reuniendo documentación para el proceso de beatificación de Pironio, definió al período de Mar del Plata como “complicado”.

“Lo que él quería era predicar el evangelio, la caridad fraterna y la comunión evangélica, y esto lo llevaba a acercarse a todos. No miraba quién era de izquierda o de derecha. Por eso los de derecha lo acusaban de ser de izquierda y al revés. Pero su intención era predicar el evangelio, de eso no hay dudas”, dijo ese año en una entrevista con LA CAPITAL.



“Era una cruz que lo acompañó siempre y fue una cruz que llevó en ese momento de su vida, siempre pensando en ayudar a los otros”, agregó.

Tamburrino también mencionó en aquella oportunidad que, a pesar del contexto en que le tocó ser obispo de esta ciudad, en sus escritos Pironio “siempre hacía referencia a su felicidad por haber tenido la oportunidad de haber estado en Mar del Plata”. Y apuntó: “Sé que los marplatenses lo recuerdan, aunque haya estado por poco tiempo. Hubo siempre una reciprocidad. El quería a todos, era amigo de todos y era muy comunicativo con todos, no hacía distinciones de rango”.

“Papable”

A la vez, tuvo un rol destacado a nivel regional desde el Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), en donde se desempeñó primero como secretario general (1968-1972) y luego como presidente (1972-1974).

En el organismo regional, tuvo activa participación en las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano en Medellín (1968), Puebla (1979) y Santo Domingo (1992).

Según recordó a Télam su biógrafo canónico, el italiano Gianni La Bella, Pironio tuvo una vida marcada por una fase “latinoamericana” y otra “romana”, con múltiples encargos papales en los dos continentes.



La Bella, miembro de la influyente comunidad San Egidio, fue de hecho el autor de la “Biografia Documentata”, como se conoce en lenguaje canónico el resumen de la vida del beato, uno de los pasos formales dentro del proceso de beatificación iniciado con la apertura de la investigación diocesana en Roma el 23 de junio de 2006. Sólo durante esa primera parte del proceso, 37 personas declararon sobre su conocimiento de Pironio entre febrero y noviembre de 2007. y otros 23 testigos dieron su visión sobre el cardenal en Europa en 2009, de acuerdo a las actas a las que accedió Télam.

A partir de su rol activo en la Curia romana, el cardenal argentino había llegado a ser considerado “papable” en los dos cónclaves que se hicieron en 1978, y que luego terminaron eligiendo primero a Juan Pablo I y, tras su repentina muerte, a Juan Pablo II. El cardenal siempre fue considerado demasiado progresista por algunos sectores, a partir de su amistad con el santo salvadoreño Oscar Arnulfo Romero, así como del obispo Enrique Angelelli, sacerdotes que fueron asesinados por su compromiso social.

“Milagro en vida”

Mucho antes de que el Vaticano constatara que la curación de Juan Manuel Franco “supera la ciencia médica”, Tamburrino se mostró convencido de la “santidad” de Pironio. Incluso mencionó “un milagro hecho en vida”.

A pedido de LA CAPITAL, Tamburrino lo contó: “Pironio, en Roma, era muy amigo de un ginecólogo cuyo hijo también era ginecólogo. El muchacho estaba casado y su esposa no podía tener hijos. En esto coincidían tanto el padre como el hijo, es decir, los dos ginecólogos. Una vez la mujer fue a la casa del cardenal para confesarse y le contó su caso. El la escuchó y le dijo que rezaran. Lo hicieron y después él le impuso sus manos sobre la cabeza y le dijo: ‘Señora, usted va a tener un hijo’. Esto fue en junio. En septiembre quedó embarazada y naturalmente el pequeño se llamó Eduardo. Fue un signo de su santidad”.

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