Opinión

Por qué no explota todo

La situación económica y social está al borde de un estallido que no se concreta. Para el investigador político Diego Sztulwark, no hay posibilidad de repetir el 2001. Pero sí surgen preguntas nuevas y profundas sobre los modos de pensar una crisis.

por Agustín Marangoni

Que no se entiende por qué tanta pasividad. Que si estos índices fueran del kirchnerismo el país ya estaría incendiado desde Tierra del Fuego hasta Jujuy. Hay una pregunta que atraviesa casi todos análisis críticos al macrismo: ¿Por qué la sociedad no sale a la calle? Argumentos sobran. La inflación estimada es del 43% anual mientras que los aumentos de salario, en los mejores casos, alcanzan el 25%; el dólar supera los 40 pesos; la deuda externa aumentó el 45%; se fugaron U$s 86.000.000.000 desde 2016; el país cayó en recesión; se destruyeron ministerios como Salud, Trabajo y Cultura; se desfinanció la educación pública; se recortaron vacunas del calendario; se recortaron las jubilaciones; explotó el caso de los aportes truchos en las campañas de Cambiemos de 2015 y 2017 y la lista sigue. Así y todo, los pronósticos de una manifestación talle 2001 no se cumplen.

Tal vez el primer error es comparar la situación actual con la de 2001. No por los índices económicos y sociales, sino por la consolidación del sistema democrático en la Argentina. Para el investigador político y filosófico Diego Sztulwark, la crisis de 2001 abrió un nuevo proceso histórico. Fue el final de lo que el ensayista Alejandro Horowicz llamó La democracia de la derrota, la cual consistía en que no importaba qué partido político ganase las elecciones, el plan era siempre el mismo: impunidad a los genocidas, neoliberalismo y recetas del FMI. “El 2001, desde ese punto de vista, es la aparición de la sociedad como un dato central para el gobierno. No creo que ese estallido pueda repetirse. Pero sí creo que estamos otra vez frente a la pregunta sobre cómo atravesar una crisis. Qué hacer con la crisis”, explica.

Para Sztulwark, la interpretación de la idea de crisis que hace el macrismo está atada al sufrimiento, la pobreza, la incapacidad de producir, la falta de inversión y la miseria. En esa construcción se está expropiando de los movimientos populares la capacidad de producir una crisis hacia aquellos modelos y modos de mando que son insatisfactorios. La discusión actual es profunda: se debate sobre si vale la pena que los movimientos sociales pongan en crisis al gobierno. Según el investigador, primero hay que apelar a la capacidad deliberativa popular para reconstruir una idea de crisis que sea propia. En este caso no se trata de poner en crisis la democracia, ni siquiera al gobierno, se trata de poner en crisis la legitimidad de las políticas neoliberales. “Hay un programa de ajuste salvaje. Ahora bien, el país cambió, las organizaciones sociales no son las mismas, ni las actuales ni las que quedaron de los últimos quince años. El 2001 aparece entonces de una manera fantasmagórica y como herramienta para interpretar la actualidad”, explica.

La sociedad no está quieta. Desde que Cambiemos asumió la presidencia, hubo un alto nivel de movilizaciones masivas, siempre bajo consignas específicas. Se vio recientemente con el reclamo universitario y con el colectivo feminista durante las discusiones legislativas sobre la legalización del aborto. En contrapartida, dice Sztulwark, el gobierno jugó a la amenaza y a la creación de situaciones represivas. Dio vía libre a la circulación de imágenes muy crueles, como pasó en 2017 con el intento de armar una carpa docente, como pasó con los trabajadores de Pepsico y como pasó en diciembre en las inmediaciones del Congreso cuando se podaron las jubilaciones. Esa misma noche se desató un cacerolazo. A partir de ahí el gobierno empezó a cuidarse más, a sabiendas que reprimir una manifestación masiva puede llevar a una crisis política extensa. Esas imágenes de crueldad funcionaron como imágenes normalizadoras. Se dio a entender que los manifestantes son mafiosos, criminales o locos que hay que reprimir para abrirle paso al resto de la gente. La gente normal.

Las siguientes preguntas, dado este marco analítico, son inmediatas: ¿Tiene sentido salir a la calle? ¿Cómo se sale a la calle en 2018? Para Diego Sztulwark, las manifestaciones hoy tienen que ser masivas y expresar una idea de unidad. “Hay quienes dicen que también tiene que haber cierta capacidad de amenaza para desestabilizar medidas. A mí me parece que eso surge orgánicamente de las movilizaciones que integran distintos actores sociales en un reclamo plural y de acción constatada. Además de la decisión de no entregar la calle” apunta. 

En relación a la pregunta sobre el sentido de salir a la calle, propone tres puntos de vista, los tres enlazados al tiempo. En el corto plazo, la calle demuestra que la población está atenta a lo que ocurre. En el plazo intermedio, alerta a la sociedad sobre decisiones inaceptables. Y en el largo plazo, le marca un límite a las políticas neoliberales. “Desde mi punto de vista, le veo mucho sentido salir a la calle”, asegura Sztulwark .

Hay otro punto central en la acción de manifestarse públicamente: la visibilidad. El macrismo hoy tiene un 80% del mapa mediático en línea con su plataforma ideológica y de gestión. Ese blindaje complica la llegada masiva de cualquier consigna que no esté en línea con el gobierno. A tal punto que el gobierno parece no llevarle el apunte, porque considera que la calle está tomada por grupos indefectiblemente antimacristas. Ahora bien, dice Sztulwark, que no le lleve el apunte en la construcción de agenda política, no significa que no le interese. “A través del blindaje y de las redes sociales, el trabajo del gobierno consiste en hablar con el resto de la sociedad. El resto de la sociedad es la sociedad no movilizada. El andamiaje duranbarbista de encuestas, focus group, etcétera, demuestra que al macrismo le importa la sociedad. La sigue obsesivamente. En términos de cifras, incluso más que lo que la seguían los Kirchner. El macrismo detesta la militancia, la gente organizada, los colectivos politizados, pero no descuida el humor social”, explica.

Y un punto más: cuán efectivo es salir a la calle. El investigador no cree que se pueda cambiar un modelo económico desde la calle. Intervienen demasiados actores, es complejísimo barajar y dar de nuevo. Nada es obvio. Nada es automático. Pero sí se marcan objetivos y se plantea una pulseada. “En lo inmediato habrá que ver qué va a pasar con el paro de la CGT, por ejemplo. Ahí se verá qué límites se le pone a la situación de ajuste y degradación de los ingresos. Ahora, para pensar un nuevo plan económico, la calle no va a alcanzar. La calle sólo puede impugnar y recrear decisiones colectivas”, apunta.

Los estallidos sociales son capítulos serios en la historia de un país. En Argentina durante el 19 y el 20 de diciembre de 2001 murieron 38 personas en manifestaciones, como siempre, todos del mismo sector social. La renuncia del entonces presidente dejó al descubierto un cuadro de vejez institucional que necesitaba un quiebre drástico. La situación hoy es distinta. Hay otras herramientas y otra capacidad de acción a partir de los engranajes propios de la democracia. Fundamentalmente, hay otro camino recorrido.

Foto 1 y 3: Archivo del 20 y 21 de diciembre de 2001

Foto 2: Diego Sztulwark

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