Opinión

Porque mientras tengamos vida, te seguiremos buscando

Por Susy Scándali

Una madre que espera. Una madre que desespera. La que se ilusiona, la que niega, la que sabe, la que no sabe nada pero intuye. Muchas madres, miles de madres, una madre, todas.

Construído desde los testimonios de madres y abuelas de desaparecidos – el dolor más grande que puede llegar a sufrir una mujer-, el último unipersonal de Merceditas Elordi, “El legado”, navega con enorme sensibilidad  por las turbulentas aguas del recuerdo. Ese que nos lleva desde el primer dia de ausencia y la esperanza  -“vos quedate tranquilo y ocupate de todo acá que yo vuelvo enseguida con Adriana y el bebé, estoy segura de que es un varoncito y le puso Bruno, como vos”-, hasta los días y los años posteriores, cuando la esperanza da lugar a la certeza de que Adriana -y muchas otras Adrianas-, no habrían de volver.

Una madre que reparte fotos de su hija mientras les sirve el te y pastafrola a las visitas -el conmovido público, cada vez más involucrado en su tristeza- y que de tanto en tanto, se deja llevar por la música de sus ancestros armenios, acaso el lazo más fuerte al que aferrarse cuando el recuerdo de la hija ausente provoca una angustia que corta la respiración.

Una madre como tantas otras, víctima de la dictadura más cruel de la que se tenga memoria en nuestro país.  Una abuela que sabe que tiene una nieta, pero no dónde está, con quién, qué nombre le pusieron quienes se quedaron con ella, robándole la identidad. Que ni siquiera sabe si su nieta está viva…Y que nos involucra en su desesperada búsqueda porque “allá afuera, en otras calles, donde caminan otras personas, tal vez haya alguien que sepa algo”.

La permanente referencia a la hija sobreviviente, Martita, -su protección y compañía-, sacude a quienes conocemos al menos una de las historias. Y es que esta obra no se puede vivir más que desde lo autorreferencial y esa, quizá, sea la clave para dejarse llevar a un tiempo que sigue doliendo -y cómo- y que lejos, muy lejos está de quedar en el olvido. Más aun en momentos como los que corren, cuando el genocida Miguel Etchecolatz, vive a unas cuadras de la sala Fuego de Cuatro Elementos donde Merceditas Elordi, con enorme sensibilidad, nos lleva a navegar por las turbulentas aguas del recuerdo.

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