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Opinión 17 de enero de 2022

¿Qué decir ante la impotencia que causa un hecho así?

Por Nicolás Antonucci

¿Fue el curso de la naturaleza? ¿Fue responsabilidad del hombre o de alguna persona desaprensiva, descuidada, tal vez ignorante o bruta? O tal vez mal intencionada. ¿Quién, qué o cuál es el causante de tanta destrucción? Pero si fue el hombre ¿no es el hombre también una creación de la naturaleza?

Preguntas que brotan tratando de entender algo que va más allá de nuestra propia comprensión. El dolor es inevitable frente a la imagen desoladora de los gigantes verdes muertos aún de pie.

Para tratar de entender el alcance de este lamentable hecho debemos remontarnos a mediados del siglo pasado, alrededor de 1940 cuando el vivero Dunicola, instalado en el año 23 del siglo XX con el propósito de forestar esas tierras yermas y sometidas a los caprichos del viento, produjo y plantó 500.000 pinos, mayoritariamente, y eucaliptos con el fin de generar una de las experiencias forestales dunícolas más importantes de Sudamérica. En total se pueden contar 41 especies forestales diferentes, aunque los pinos predominan a simple vista. El emprendimiento inicia con la donación de 14 hectáreas, por parte de Félix Camet en el ’23 y en el ’26 se incorporan tierras del municipio. Así, sucesivamente se van incorporando tierras hasta contar 328 hectáreas en total. Constituyendo el principal parque público del municipio de General Alvarado y atrayendo el interés de los visitantes de 100 kilómetros a la redonda.

Arduo trabajo

Impresiona ver cómo, sin recursos casi, se impusieron a las vicisitudes que proponen los fenómenos climáticos. Tormentas de viento y arena que tapaban por completo los juveniles pinos y que había que desenterrar a mano, sequías prolongadas que había que apaciguar con pequeños carros cisterna propulsados por algún animal de tiro o con la ayuda de algún rudimentario tractor.

Haber plantado un árbol y haberlo hecho crecer es una tarea noble y sumamente agradecida por los habitantes de un mundo depredado en materia forestal. Imagínense ahora qué tendríamos que decir de un hombre con un puñado de ayudantes que plantaron uno de los bosques más hermosos de la provincia en uno de los sitios más difíciles y sin la ayuda de la tecnología que hoy tenemos.

Hoy heredamos esas tierras forestadas y disfrutamos de sus bondades gratuitamente. Obviamente contar con esa forestación incrementó el valor de todas las propiedades aledañas constituyendo una mejora invaluable a todas esas propiedades linderas.

Fortuna

Toda esta rica herencia, acaso no amerita disponer de un cuerpo activo de guardabosques equipados con elementos de prevención y control de incendios que velen por su seguridad en épocas de riesgo ígneo, así como de un presupuesto activo para el vivero estatal encargado de reforestarlo. Los árboles son exóticos, eso quiere decir que son nativos de otras zonas, con características diferentes, por lo cual requiere de una intervención humana para la reposición de ejemplares muertos o caídos por el viento.

La costa bonaerense es muy salina, una de las peores del mundo en ese aspecto. Lo sabemos cada vez que observamos un trozo nuevo de metal que al poco tiempo de exponerse a la brisa marina parece provenir de un naufragio por el nivel avanzado de oxidación.

También podemos verlo en esa “grasitud” que se forma en los parabrisas de los autos que dejamos estacionados un rato en la costa. Gracias a esas condiciones la expectativa de vida de los árboles exóticos, aún los adaptables a ambientes de salinidad, se ven disminuidas drásticamente.

Replantar el bosque ahora que el mismo está consolidado es muy diferente que en su origen, cuando una tormenta de viento podía dejar las plantas sepultadas. Ni hablar si consideramos las tecnologías agropecuarias que disponemos, como riego, fertilizantes, polímeros de retención de humedad para el suelo.



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