Opinión

¿Quién paga en la primera cita?

Por Eduardo Marostica (*)

 

¿Quién paga en la primera cita? Para los usos y costumbres, y las reglas del amor patriarcal, el varón debe hacerlo sin chistar. Es un deber. Y para la normativa igualitaria feminista, esto denotaría un comportamiento bien conocido como de “machirulo”.

Una compañera de trabajo me aseguraba que la galantería era la antesala del machista. Y otra me confirmaba que el tipo que no mete la mano en la billetera es un rata. ¿Qué se quiere significar con el acto de pagar? Para el caso de los varones estigmatizados en la cultura patriarcal, se trata de “demostrar” solidez económica.

Tiene que ver con eso que las abuelas referían: “Un buen partido”. Tipos potentes en la cama, y solventes en bienes. Tal vez, en ese primer encuentro se jueguen estos fantasmas y apresado por los estereotipos, uno obra de tal manera y no de otra.

Y yo me pregunto para el caso de una escena de seducción donde están sentados un varón y una mujer. ¿Querer pagarte un café me convierte un machista? ¿Podemos de-construir el acto de pagar? Jacques Derrida, en sus seminarios sobre la Hospitalidad, plantea esto como un acto de generosidad donde ofrendo mi casa o mis bienes a ese extranjero que lo necesita. Si lo alojo, le doy cuidado y protección eso se convierte en actos cargados de gestualidad amorosa. Porque ofrezco mi casa para aquellos que la necesitan. ¿Y por qué no pensar que si invito a alguien con quien quiero compartir mi tiempo, puede ser una ofrenda? Si lo hiciera en mi casa, hablaríamos de hospitalidad, pero si el punto de encuentro es un lugar neutro y el convite es un café, una cerveza o un vino, ¿qué impedimentos habrían para que esto se constituya en un acto de amorosidad?

El acto de invitar se convierte en una ofrenda, porque no quiero demostrar nada de lo que no soy, despojándome de odiosos estereotipos, y tal vez, ¿por qué no? apelando a la reciprocidad de que si ella me invita, mi masculinidad no quedará mancillada. El dinero, desde esta perspectiva, es un medio para ofrendar, no para comprar voluntad alguna, tampoco lo uso para manipular, sino que es el instrumento de un acto amoroso, por pura curiosidad de conocerte.

Querer conocerte es reconocerte como un otro–semejante, alguien que me despierta las ganas de compartir, y tal vez sea la antesala de una historia donde el amor sea protagonista y se tome distancias de las apariencias y los roles estereotipados.

Asumir lo anterior implicará, por supuesto, una decisión ética de nuestra parte, porque a pesar de ciertas desconfianzas que se imponen en este tiempo que vivimos, deberíamos tener conciencia plena de no quedar atrapados por las lógicas de la producción, que tienen como consecuencia una pérdida de la amorosidad en nuestras relaciones. Los mandatos todavía patriarcales de la espectacularidad y de la performance nos vuelven autómatas del amor, que nos impulsan a estar demostrando en detrimento de conocer y re-conocer a otra persona en la que espera un universo por descubrir.

 

(*) Psicólogo rosarino y autor del nuevo libro Los príncipes azules destiñen: supervivencia masculina en tiempos de deconstrucción (Galáctica Ediciones 2023) y de la nouvelle juvenil El viaje de Camila.

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