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Opinión 17 de agosto de 2021

Rau: el obispo y el doctor

Por Pbro. Hugo Segovia

A la luz del Concilio Vaticano II podemos encontrar sentido profundo a todos los caminos que jalonan la vida de monseñor Enrique Rau. Lo hacemos teniendo presente sus veinticinco años de profesor en el Seminario Mayor de La Plata, pocos años después de sus primeros pasos como vicario parroquial, así como sus cuatro años como obispo auxiliar de La Plata y sus dos como obispo Resistencia, y sus catorce como primer obispo de Mar del Plata. Su principal aporte teológico, “El misterio sacramental de la Iglesia”; en los años previos al evento, nos muestra la pasión con la que cultivó la teología, a menudo enriquecida por sentido profético.

Razón tenía monseñor Quarracino cuando dijo en el momento de su partida, de la que se cumplen ahora cincuenta años, que hubiera sido importante que su tarea fuera recorrer el país para energizar a las comunidades como misionero del Concilio.

No es la primera vez que me remito a una experiencia que compartí con el Padre Amado en 1962 cuando lo vimos, aquella tarde de su llegada a Roma para participar del Concilio: en enero había sufrido un ACV mientras hablaba en el CEDIER a la comunidad turística sobre la del Concilio. No era el robusto monseñor Rau cuya imagen teníamos y nos preocupaba que ese viaje a Roma pudiere afectarlo en su salud. Pero fue todo lo contrario, porque el contacto con esa realidad fue para é1 como un renacer y recuperó todo lo que era sobresaliente en su quehacer pastoral. Padre del Concilio, sin duda, pero también hijo de é1.

Doctor de la J.O.C.

Se piensa, a veces, que un profesor o un intelectual esta menos capacitado para una función de gobierno como es el caso del episcopado. Algo así paso con monseñor Rau, aunque también siempre se tenía muy presente el caso de una figura emblemática como la del cardenal Mercier que había demostrado lo contrario.

Es de tener en cuenta que el 1º de julio de 1951 en la ordenación episcopal de monseñor Rau, brillante profesor de teología, estuvo presente el canónigo Joseph Cardijn, precisamente el sacerdote belga fundador de la J.O.C. (Juventud Obrera Católica) que fue una respuesta a la denuncia del Papa Pío XI cuando afirmó que el drama del siglo XX había sido la pérdida de la clase obrera por parte de la Iglesia. Aquí, en los finales de la década del 30, Rau habla sido promotor de la J.O.C. en el país y ello le llevo entregar lo mejor de su teología a través de escritos, clases y hasta música que constituyen un capítulo esencial de la pastoral social argentina que, por distintos; motivos perdió continuidad.

Más tarde supimos que en la sede mundial de la J.O.C. en Bruselas había un retrato suyo con la inscripción que decía “el doctor de la J.O.C.”. Habiendo viajado a Europa, monseñor Ruta se llevó la sorpresa.

El mismo lema de su episcopado –“todo es de ustedes, ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios”- es como una síntesis de que todo debe ser vivificado por la luz de la Palabra.

Así también lo manifiesta su preocupación por la universidad. Llama la atención que, a pocos meses de su llegada a Mar del Plata, daba pie a los primeros pasos de la universidad católica. Como decía Juan Pablo II, sin la cultura la fe no puede ser plenamente recibida, profundamente pensada y fielmente vivida. En esa universidad enseñó Borges a quien no se le pidió certificado de catolicismo.

Hablábamos de la “mente teológica” de monseñor Rau y es enorme la cantidad de cursos, conferencias y recesiones bibliográficas que sería justo recopilar, tomados de la Revista eclesiástica de La Plata, así como de “Notas de pastoral jocista” que fue tan decisiva en la pastoral. También habría que destacar lo que significó en 1950 la aparición de la Revista de Teología, la primera de América Latina sin pasar por alto la aventura de un diario, Surco, que tuvo una fugaz duración.

Todo en armoniosa síntesis como lo fue la publicación de Psallite, revista de música que fue fruto de su recorrida por la inmensa arquidiócesis que hoy cuenta con trece diócesis.

Eran los tiempos en los que el episcopado publicaba el “Directorio para participación de los fieles en la liturgia” que para la revista “Informations Catholiques” era uno de los acontecimientos de la Iglesia en año 1958.

Papa Pablo VI lo eligió, junto a treinta expertos en liturgia de todo el mundo, para formar parte del Consilium (organismo encargado de guiar la renovación de la liturgia luego del Concilio) para la ejecución de la reforma litúrgica. Era el único de América Latina y ello le insumió frecuentes viajes de los que volvía con alegría de ver uno de sus sueños hecho realidad. Había estado poco tiempo como obispo de Resistencia, diócesis que abarcaba las provincias de Chaco y Formosa y que había estado vacante durante cuatro años.

Todo este bagaje lo volcó en la celebración de la primera Misa en castellano en la capilla del Pilar en donde en el último cuarto del siglo XVIII a 16 kilómetros del Cabo Corrientes, junto a la laguna que se extendía al pie de unos cerros, funcionaba una reducción. Era como el preludio, de una historia que la Iglesia ha compartido en sus alegrías y en sus dolores.

Por ello esa misa era como el gesto del obispo que abría la ciudad a las exigencias de la reforma conciliar tal como San Ambrosio, gran doctor de la Iglesia, pedía: “buscar lo nuevo y custodiar lo que ha recibido”.