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Rucci y Cafiero enojados, apuntes en el hielo y el maldito knock out

Los periodistas atesoran infinidad de historias y anécdotas registradas a lo largo de muchos años de coberturas de las más variadas noticias. Hay para todos los gustos. Aquí, algunas de ellas.

La Ciudad 28 de mayo de 2021

 

Por Marcelo Pasetti | Twitter: @marcelopasetti

 

Susana Scándali, quien fuera prosecretaria de redacción del diario LA CAPITAL, Mariana Gérez, destacada colega de Canal 10, Vicente “Cholo” Ciano, una leyenda del periodismo local, Oscar “Coqui” Gastiarena, quien fue responsable del manejo de las redacciones de los diarios El Atlántico y LA CAPITAL, y Oscar Lardizábal, quien fuera subdirector de LA CAPITAL, aportaron sus jugosas anécdotas aunque, en todos los casos, hay muchas más, como para otro suplemento.

“No llores por mí”

La colega Mariana Gérez bien sabe que una confabulación de infortunios pueden atentar contra una entrevista. Y lo demuestra en este relato:

Hace 12 años, previo a una elección legislativa, hacíamos un programa que se llamaba AQV (‘A quien votamos’) y lo grabábamos en exteriores. Todos fueron realizados en Torres de Manantiales, menos uno que, no recuerdo por qué motivo, se hizo en Villa Gainza Paz. El invitado en esa oportunidad era Francisco de Narváez, un candidato que medía muy bien en las encuestas (y de hecho ganó esa elección imponiéndose ante Néstor Kirchner por dos puntos). Cuestión que en el momento de la grabación sucedieron algunas situaciones impensadas. Cuando estaba todo dispuesto para comenzar el programa, y el invitado ya estaba sentado en el set, nos avisan que el director de cámaras había salido a buscar un café. Pasaba el tiempo y no regresaba. Ante la preocupación de varios del equipo, un técnico salió a buscarlo. Entró al café más cercano, preguntó y le informaron que alguien con esas características había ingresado y estaba desde hacía un rato en el baño. Efectivamente, nuestro director estaba descompuesto y no pudo volver de inmediato al lugar donde todos estábamos aguardándolo, ya con cierta preocupación.

Una vez que supimos que los retorcijones y el apuro habían pasado, nos dispusimos a grabar. Saludo inicial, comienzo del primer bloque, presentación del invitado, primera pregunta y … ¡zas! El inminente anuncio de ‘corten, hubo un problema técnico y no grabó’. Hasta ese momento, debo reconocer que el invitado se había mostrado bastante predispuesto a la espera (ya llevábamos más de una hora), pero creo que la indicación de reiniciar la grabación ya comenzaba a inquietarlo. Nuevamente todos preparados para volver a grabar, los técnicos chequearon que todo estuviese preparado y, atentos a la señal de ‘aire’ volvimos a empezar.

Mi rol era presentar el programa, la temática, y al invitado. Cuando comencé a hablar, e incluso a hacer referencia del lugar donde estábamos grabando, empecé a sentir una picazón en la garganta tan insoportable, que por evitar toser, un ojo (sí, uno solo) se me llenó de lágrimas y mientras Francisco De Narváez hablaba miraba cómo una inesperada lágrima rodaba en mi mejilla. Sinceramente yo quería disimular, pero mi incomodidad era tal que inevitablemente el entrevistado se dio cuenta. Por todos los medios intentaba aguantar la tos para no tener que volver a parar la grabación (que ya venía con demora e interrupciones). Mis compañeros me miraban, los camarógrafos me hacían señas, y mientras alguien intentaba acercarme agua, fue el propio De Narváez quien interrumpió su verba de campaña y me dijo ‘¿quiere una pastilla? Veo que está un poco ahogada’. Ahí todos soltaron la carcajada y yo dejé fluir mi imperiosa necesidad de toser. Obviamente tuvimos que cortar y volver a grabar. Y esta vez sí, la tercera fue la vencida”.

Mariana Gérez tiene vasto oficio en materia de entrevistas. Pero hay una que recuerda particularmente.

Mariana Gérez tiene vasto oficio en materia de entrevistas. Pero hay una que recuerda particularmente.

Una “piolada” que enojó a Rucci

Oscar “Coqui” Gastiarena fue víctima de su propia agudeza periodística en una de las notas más trascendentes de su vida. Y lo relata con lujo de detalles:

Una de las notas más importantes que me tocó realizar fue el último cumpleaños del general Juan Domingo Perón, en su residencia de ‘Puerta de Hierro’, Madrid. Yo dirigía LA CAPITAL y uno de mis compañeros, Juan Mario Duhalde, exquisito periodista, me contactó con la revista ‘Confirmado’ para que también les transmitiera detalles de la fiesta en una forma de abaratar costos del viaje. Por casualidad, viajé con la plana mayor de la CGT, encabezada por José Rucci y algunos dirigentes gremiales del interior del país. El viaje en Aerolíneas fue placentero; los problemas comenzaron al sobrevolar el aeropuerto de Barajas: la comitiva, encabezada por el jefe de la CGT Nacional, se mostraba visiblemente nerviosa por conocer quién los esperaría, quién les daría la bienvenida. Las conversaciones entre ellos parecían el juego del acertijo: “¿Nos esperará Isabelita o será López Rega?”. Yo, birome y libreta de apuntes en mano, trataba de retener la mayor cantidad de detalles.

Al final, ya en tierra, comprobaron que nadie los esperaba y yo con todos esos datos escribí una crónica, en donde, con cierto humor tóxico comentaba el miedo que transmitían Rucci, Triaca, secretario del sindicato del Plástico y la mayoría de los dirigentes. Y, (sinceramente) me pasé de vivo e hice una especulación: el próximo avión, de Ezeiza a Barajas, decolaría, a las 23 de Buenos Aires y la revista “Confirmado”, estaría a la venta, como temprano, a la cero hora del nuevo día. Mi teoría salió mal. El avión, cosa insólita, levantó vuelo en horario y la revista adelantó su llegada a los kioscos, incluso al de Ezeiza y varios dirigentes rosarinos, que habían tomado el último avión a Madrid, porque también iban al cumpleaños de Perón, antes de ascender compraron la revista “Confirmado” que incluía la primera nota con mi firma. Leyeron y releyeron mi descripción del viaje. Lo cierto es que desperté, desayuné y cuando bajaba por la escalera caracol del Hotel Agumar, escuché un grito (o alarido) que partió de un semicírculo formado por dirigentes que escuchaban a Rucci (entre ellos los rosarinos, recién llegados de Buenos Aires).

“Vos, che, vení para acá”. Rucci, esgrimía y revoleaba la revista con cara de indignación, rodeado por todo su séquito. Me acerqué y me recibió a los gritos.

“¿Vos, che, escribiste este artículo?”, preguntó. Y yo, tratando de demostrar que no estaba atemorizado, pregunté: “¿La nota está firmada?”
-Sí…
-¿Y quién la firma?
-Oscar Gastiarena…
-¡Ah!, entonces debo ser yo…
-No te hagás el gracioso porque yo estoy acostumbrado a viajar con periodistas que me consultan antes de publicar nada…
-Disculpame, pero vos debés estar acostumbrado a viajar con alcahuetes, no con periodistas…

Detrás mío escuché la corredera de una pistola. Miré y era Herminio Iglesias que esgrimía un arma. Pensé, no va a ser tan loco para dispararme en medio de tanta gente… Y se lo dije: “¿Y vos por qué hacés circo?, sino tenés h… para tirar”. Detrás mío estaba Norma Kennedy que gritaba como trastornada: “Bien, Negro… por fin alguien le puso freno a estos ‘cachafaces'”.

Rucci se puso de pie y me avisó: “Vos no vas a entrar a Puerta de Hierro. Te vas a quedar sin ir al cumpleaños del general. Te lo prometo”. Me había metido en un problemón.

Oscar "Coqui" Gastiarena en el comienzo de su viaje a España para cubrir el cumpleaños de Perón.

Oscar “Coqui” Gastiarena en el comienzo de su viaje a España para cubrir el cumpleaños de Perón.

Inicié el camino hacia mi habitación y me detuvo Norma Kennedy: “No te preocupes ni tengas miedo… Yo también tengo la entrada prohibida, pero me dieron un salvoconducto que vale oro. Vení, tomamos un taxi y vamos hasta las oficinas de Jorge Antonio (en Paseo de la Castellana)”. El representante de la empresa Mercedes Benz y amigo personal de Perón, nos hizo pasar a una amplia oficina de directorio: le explicamos el problema que había tenido y Jorge Antonio tomó una tarjeta personal, escribió nuestros apellidos y número de documentos y nos pidió que cualquier inconveniente o problema, se lo hiciéramos saber.

Llegamos a “Puerta de Hierro” acompañado por Von Simon, un colega enviado por Clarín con quien compartimos la habitación del hotel y pudimos entrar. En la sala de la residencia “no cabía un alfiler”. El que se paseaba nerviosamente, observando a los presentes, era José López Rega. En esos momentos llegó la comitiva de la CGT encabezada por Rucci que, cuando me vio, salió corriendo hacia el interior de la finca. Instantes después, a los gritos, apareció López Rega. Se me acercó “Lopecito” y apuntándome con el índice gritó: ¿Usted es el periodista?. Y yo, estúpidamente, haciéndome el gracioso le contesté: ¿Usted es brujo, adivino, quiromántico, augur y otras yerbas y no puede determinar si soy el periodista?. ¡Para qué!. Se puso a gritar como desaforado: “¡Policías, policías, detengan a ese hombre!”. Ingresaron dos policías que me tomaron por los brazos y las piernas y literalmente, me arrojaron a la calle por arriba de las rejas. Von Simon, mi colega de Clarín, en un gesto que siempre valoraré y recordaré, también abandonó la fiesta, haciendo causa común conmigo.

Salimos y nos dirigimos a las oficinas de Jorge Antonio para contarle la desagradable situación que habíamos vivido. Antonio se puso muy nervioso y agitaba sus manos (de gran tamaño) repitiendo “pobrecito el General, lo tienen secuestrado”. Esa noche con Von Simon nos trasladamos hasta una de las muchas Tascas (restaurantes) del centro madrileño. Nos instalamos en una mesa, hicimos el pedido y en ese momento se abrió la puerta de entrada e ingresaron los miembros de la patota encabezada por Rucci. Minutos después se acercó a nuestra mesa Jorge Triaca (dirigente del gremio del Plástico) que nos transmitió un mensaje: “Dice José (Rucci) que los invita a participar de su mesa”. Y yo, procediendo como un carrero, le respondí que le dijera a Rucci que se metiera la mesa “en el bolsillo”. De inmediato, sin haber probado bocado, nos levantamos y nos dirigimos al hotel.

Al llegar el conserje nos estaba esperando para transmitirnos un mensaje: “El General Perón, los llamó 4 o 5 veces para pedirles que regresen al cumpleaños”. Ya despuntaba la madrugada y nos fuimos a dormir. Al día siguiente me levanté y llené la bañera con sales que había en el baño. Las fui echando en el agua, provocando una espuma impresionante. En ese momento comenzaron a golpear la puerta de la habitación: lo hicieron con tanta insistencia que abandoné el baño y me dirigí hacia la puerta de la habitación. ¿Quién era? Rucci en persona. De mala gana le pregunté que quería. “Conversar con vos”, me dijo.

Terminé el baño y entre las dos camitas, sentado en una de ellas, estaba el secretario de la CGT. Yo desnudo, secándome. Adopté una pose desafiante. Y Rucci, ceremoniosamente, me dijo textualmente: “Mirá, nosotros nos pasamos hablando de pacificar el país y aquí en Madrid somos cuatro gatos y estamos divididos… y te vengo a dar un abrazo: vos escribiste con ‘mala leche’ la llegada del avión y yo, caliente por el escrito, también me porté vengativamente, pidiendo que no te dejaran entrar al cumpleaños”. Se levantó y me dio un fuerte abrazo.

Confieso que me emocionó hasta las lágrimas, no era un cuatro de copas, era uno de los dirigentes más importantes de la Argentina que se había dignado a reconciliarse con un ignoto periodista. Esa noche, en vísperas del retorno a Buenos Aires, nos juntamos para cenar. Comimos, fraternizamos, nos reímos y bastante alegres (por algunas copas de más) retornamos caminando al hotel. Semanas después, ya en Buenos Aires, los Montoneros descubrieron una de las viviendas de Rucci y lo mataron a balazos. Siempre recordé al líder del peronismo y de la CGT. Era un tipo humilde y franco.

Y se quedó helado, como los apuntes

Oscar Lardizábal recuerda su apego a las “hojas sueltas” y el protagonismo que tuvieron en episodios de su carrera. Aquí, sus dos historias:

Siempre tuve un apego a hacer las notas tomando apuntes en hojas sueltas. Demasiado apego. Con poco más de 20 años, ya en una de las primeras coberturas en la calle, entusiasta pero totalmente inexperto, debía cubrir la audiencia que el intendente Menozzi, el primero en Mar del Plata después del golpe del 76, daba a un grupo de empresarios. La reunión debía ser a puertas cerradas, por voluntad de los participantes, pero yo no reparé en esto y seguí en un rincón sombrío del despacho tomando apuntes, tratando de registrar todo lo que decían. Menozzi me miró fijo una vez. Y otra vez, segundos después. Hasta que al fin, me aclaró que la reunión era a puertas cerradas y que ni él ni sus interlocutores deseaban ver en el diario, al otro día, una versión taquigráfica de lo que habrían de conversar. Tuve que esperar afuera y recién ahí hablar con los empresarios. Primera lección: casi nadie dice al periodista aquello que habla en privado.

Mi obsesión por registrar datos y datos en papeles sueltos -para no perder detalle pero también por inseguridad, por no confiarse en la memoria- me tendió una trampa en un lugar increíble. Año 1979, invierno, tensión con Chile por el Beagle. Llega a la redacción una invitación de la Fuerza Aérea Argentina para integrar a un equipo periodístico en el operativo de aprovisionamiento a la Base Vicecomodoro Marambio, en la Antártida. Seríamos enviados el reportero gráfico Oscar Alfonso y yo. Tuvimos que hacer un curso rápido para saber cómo cuidarse del clima antártico, especialmente del frío extremo. Y viajamos en un Hércules casi sin asientos, al estilo de los paracaidistas, un Hércules que primero pasaba a baja altura por las islas en litigio de manera de “advertirles” a los chilenos y desde allí sí, ruta directa para estar dos jornadas en Marambio, cada una con apenas unas tres horas de vislumbre de un sol enorme pegado al horizonte.

Pensaba: no puedo perder detalles de una experiencia de este tipo. Y la birome corría como loca por los papeles con el problema, ya sobre la nieve, que debía usar dos pares de guantes especiales para evitar el congelamiento de los dedos. Muy difícil escribir así, y menos sobre papeles sueltos. ¿Por qué no habré llevado una libreta, un block, un cuaderno? Al fin el viento huracanado -te podías “sentar” sin silla, que el viento desde atrás te sostenía- hizo su broma de muy mal gusto: me arrancó todos los papeles de las manos mal enguantadas y en cuestión de segundos los vi alejarse volando hacia la nada.

¿Y ahora?, preguntaba mi angustia. ¿Cómo y qué voy a escribir? Al fin escribí todas las notas sin perder ninguno de aquellos detalles estampados con casi garabatos. Después de la angustia, acudió la memoria; memoria que no traiciona cuando estás viviendo a pleno una experiencia inolvidable. Mi recuerdo y afecto hacia la memoria del reportero gráfico Oscar Alfonso, ya fallecido.

Oscar Lardizábal junto al reportero gráfico "Chiche" Alfonso preparados para viajar a la Antártida Argentina.

Oscar Lardizábal junto al reportero gráfico “Chiche” Alfonso preparados para viajar a la Antártida Argentina.

“Creo en De Jesús”

Vicente “Cholo” Ciano es una usina de anécdotas. Pelé, Maradona y el desopilante desenlace de una picardía son tres de ellas:

Todavía, al día de hoy, muchos me cargan porque ando con el grabador grandote este por todos lados. Pero hay un porqué. Año 1974. Viajo a Alemania para cubrir el Mundial. El vuelo hacía escala en Brasil, donde subió nada más y nada menos que Pelé, que recién dejaba de jugar. Eran las 20.30. Debemos haber llegado a las seis de la mañana a Alemania. En ese lapso, Pelé habló con todo el mundo, se cansó de firmar autógrafos y de dialogar animadamente con medio avión. De hecho charlé con él, pero el grabador había quedado en la bodega del avión, en mi valija. Desde ese momento no me despego más del aparato. Es como mi bandoneón y yo

Una historia linda la viví con Diego Maradona en el mundial de Japón, de 1979, ganado por nuestra Selección. Cuando ganaron el último partido se vivieron horas de euforia. Le hice la entrevista para LU6 con Diego, y en el hotel se armó hasta un baile. Lo cruzo a Diego y le cuento que estaba por llamar a mi hijo Ariel, que tenía 8 años, y que sería un sueño si pudiese saludarlo. No era fácil conseguir la llamada y menos con esa diferencia horaria. Diego, desde el fondo de salón, me miraba esperando que le avisara cuando estuviese la llamada. Por fin la conseguí. Le hice una seña y se vino. Tomó el teléfono, tapó el auricular y me preguntó cómo se llamaba mi hijo. Entonces sí, la figura del fútbol mundial hablaba por teléfono con mi hijo. No lo podía creer. “Hola Ariel, este triunfo es para todos los argentinos pero especialmente para vos”, le dijo. Mi hijo nunca respondió. Se quedó mudo, impresionado. En el 81, Maradona viene con Boca a Mar del Plata a jugar el torneo de verano. En uno de los partidos llevo a mi hijo con unos amigos y nos acercamos hasta el vestuario. “¿Cuál es tu hijo Cholo?”, me preguntó. Se lo marqué y entonces se acercó y tocándole la cabeza le preguntó: “¿Te acordás Ariel cuando te llamé desde Japón?”. No sabés lo agrandado que estaba el pibe entre sus amiguitos.

Otra bárbara, en realidad un papelón, lo viví en una transmisión de boxeo en Canal 8. Presentábamos las peleas con el gran Helmer Uranga y esa noche se enfrentaban Roberto “Mano de Piedra” Durán y Esteban De Jesús, de Puerto Rico. La cosa es que arranca la pelea y no teníamos audio del canal cabecera, así que empezamos a hablar esperando la conexión. Termina el primer round y digo para mí ganó De Jesús 10 a 9. Uranga salta y dice para mí es 10 a 10. Segundo round, lo mismo. Para mí 10 a 9 y para Uranga 10 a 10. La pelea avanzaba y seguíamos sin conexión. En un descanso entra una asistente y se me acerca y me avisa al oído que la pelea venía en diferido y que había ganado De Jesús. Me agrandé, dije “ésta es la mía”. La cosa es que cae De Jesús pero yo le sigo poniendo fichas. Confío en su recuperación, y bla bla bla. Unos pocos rounds más tarde cae nuevamente, y mientras el árbitro le contaba yo seguía diciendo que seguramente se recuperaría y daría batalla. La cosa es que el arbitro llegó hasta 10 -podría haber contado hasta 300- y De Jesús no se levantó. Imaginate cómo estaba yo. No puede ser pensaba. Termina la pelea y vuelve a entrar la asistente, corriendo, al estudio. Y a los gritos me dice: “¡perdón, perdón Cholo, el que ganaba era el otro!”. Era demasiado tarde.

Vicente "Cholo" Ciano abrazando a un muy joven Diego Maradona en el Mundial de Japón.

Vicente “Cholo” Ciano abrazando a un muy joven Diego Maradona en el Mundial de Japón.

¿Y ustedes quiénes son?

“Susy” Scándali logró muchas notas exclusivas a lo largo de su carrera, pero una de ellas -surgida de una confusión- tiene un lugar destacado en la antología de sus recuerdos. Aquí, su narración:

Durante varias temporadas, me tocó ir todos los fines de semana a Pinamar. Era la plena vigencia del menemismo y los políticos recalaban en coquetos balnearios. El más concurrido era el CR.

LU6 acababa de incorporarse al multimedio, y allá íbamos, bien temprano, con el inefable Napoleón en su doble misión de chofer y técnico, quien montaba un estudio en la playa para acercarnos a los “famosos” que pasaban por el lugar.

Francis Mallman, Graciela Borges, Juan Alberto Badía (que en Pinamar tenía su radio todos los veranos), el escritor y periodista Víctor Sueyro y una jovencísima Nicole Neumann, fueron algunos de los que pasaron por nuestros micrófonos. A los políticos había que buscarlos en las carpas o en las lujosísimas mansiones que alquilaban por temporada. Recorrimos kilómetros por la arena con el fotógrafo, siempre el negro Luque, para sacarles algunas declaraciones a Eduardo Menem, Gustavo Béliz, Roberto Alemann, Fernando Galmarini, Carlos Corach o Romero Feris, entre otros. Y al propio presidente Carlos Menem, que una vez llegó a Pinamar a bordo de una Ferrari en tiempo récord. Sin respetar los límites de velocidad, claro está.

En uno de esos viajes, se nos pidió una entrevista con Antonio Cafiero. Era antológico el malhumor del político, que no solía dar notas. Por eso nos sorprendió la amabilidad con que nos recibió en su departamento de Villa Gesell: no hubo que convencerlo para que nos hiciera entrar y comenzar la nota. A los pocos minutos, sonó el timbre, y cuando molesto por la interrupción, a su pregunta (en tono intimidante) de quién era, le contestan del otro lado, “Revista Gente”, nos miró con furia. “¿Y ustedes quiénes son?”, nos encaró con bronca. Vuelvo a decirle -porque evidentemente no me había escuchado al principio-, que éramos de La Capital de Mar del Plata. Estaba visiblemente enojado: le había prometido una exclusiva a Gente, y pensó que nosotros éramos de ese medio, le molestó equivocarse y darle una nota a un diario regional, cuando tenía previsto hacerla para una revista de tirada nacional.

Pero el viejo líder era muy educado y asumiendo que había sido su error, le pidió al equipo porteño que volviera en un rato y seguimos con nuestra nota, aunque a él se le notaba el fastidio. Pero el entusiasmo le fue ganando. Cuando más de una hora después nos despedimos, era otra persona, afable, relajado, contento. En la despedida, me regaló su libro ‘Síntesis Bonaerense 1987-1991’, dedicado “A la inteligente compañera…”. De más está decir que es un recuerdo que atesoro. Afuera hacía rato que ya estaba esperando el equipo de Gente.

Ese verano, Alberto Lissy tocó su violín para mí en el parque de su casa de Cariló, el presidente Menem dejó un rato su partido de golf para darme una inesperada nota y Francis Mallman me enseñó la receta de un dulce que luego me regaló.

"Susy" Scándali entrevistando a Antonio Cafiero, quien parece no poder disimular su enfado.

“Susy” Scándali entrevistando a Antonio Cafiero, quien parece no poder disimular su enfado.