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Opinión 7 de julio de 2019

Se debate la estrategia para crecer con el mundo

Mauricio Macri y Jair Bolsonaro.

por Jorge Raventos

Que el presidente de Bolivia, Evo Morales -una figura de la izquierda latinoamericana que compartió liderazgo con el venezolano Hugo Chávez- haya saludado como una gran noticia el acuerdo del Mercosur con la Unión Europea y lo haya considerado un motivo de envergadura para que su país se sume al bloque que lideran Brasil y Argentina, demuestra que no es ninguna muestra indefectible de “progresismo” definir de sobrepique ese convenio como “un castigo” o “una tragedia. Esto último hicieron, sin siquiera tomar un tiempo para analizar el tema en profundidad, Alberto Fernández y Axel Kicillof, candidatos a Presidente y a gobernador bonaerense del Frente que anima Cristina Kirchner.

Fernández, Kicillof y Pavlov

Más que una respuesta meditada y racional, esas frases parecen responder, más bien, a reacciones pavlovianas, a un reflejo condicionado que se asienta en un fondo ideológico ya anacrónico, constituido por prejuicios autárquicos y estatistas labrados en la primera mitad del siglo XX.

Las fórmulas y recetas de ese modelo anacrónico anclan a la opción que en la boleta encabeza Alberto Fernández a una postura vieja y le impiden navegar hacia alguna postura de convergencia.

Esas fórmulas han sido un obstáculo para que la Argentina tenga de sí misma una visión estratégica que le permita entender con realismo el mundo en el que vive.

Basta observar a los países vecinos para constatar que en ellos no se ha cancelado el conflicto o la discusión política e ideológica. Allí la discusión entre partidos y corrientes (entre izquierda y derecha, si se quiere) no se apoya en anacronismos, sino que parte de coincidencias básicas ligadas a cuestiones de esta era, y diverge en acentos o matices de aplicación.

Escuchar a Perón

Perón sabía decir que “la política puramente interna ha pasado a ser una cosa casi de provincias; hoy todo es política internacional, que juega dentro y fuera de los países”. Macri está esforzándose por hacerla jugar dentro de la Argentina, porque allí encuentra el suelo que mejor lo sostiene. Y, al hacerlo, empuja a sus adversarios a ubicarse, a suerte o verdad, en ese escenario.

Alberto Fernández viajó a Brasil a reclamar la liberación de Lula Da Silva. Loable misión. Podría haber aprovechado para consultar por qué el PT -tanto con Lula como con Dilma Roussef – trabajaron por un acuerdo con la Unión Europea. En Brasil ni los seguidores de Lula Da Silva, ni el centro que se orienta con Fernando Henrique Cardoso, ni por cierto las corrientes que apoyan al presidente Bolsonaro discuten si su país debe participar o no de los organismos internacionales políticos y económicos, o si deben impulsar y aprovechar la expansión del comercio libre. La Convergencia de izquierda que gobernó Chile integró a su país en la OCDE (el club de las democracias capitalistas avanzadas) y convirtió a Chile en la nación de América Latina que más tratados de libre comercio ha suscripto. Un programa compartido por el centroderecha que ahora gobierna. Ya se ha visto lo que piensa Evo Morales.

Hay sectores de Argentina que siguen cohibidos por una ideología bienpensante cuyos resultados finales han sido malos. Esa ideología supone que la integración económica en el mundo es dañina. Es notable que ni siquiera la presencia regional de líderes respetados y prestigiosos pueda, con sus conductas y sus ideas, oxigenar suficientemente el debate local.

La famosa “primarización”

Alberto Fernández se ha referido críticamente a “la primarización” que supuestamente los acuerdos con la Unión Europea determinarían. El argumento de la “primarización” estuvo detrás de la pelea que el gobierno K dio contra la producción rural en 2008. Fernández se fue de aquel gobierno porque estaba en contra de aquella pelea. Volver sobre el argumento básico de “la primarización” parecería indicar que aquella oposición era únicamente táctica. Es reencender la imaginaria incompatibilidad entre campo e industria. Amén de ignorar que la producción agraria de hoy (que conecta desde biotecnología a informática, pasando por servicios y economía del conocimiento) sólo metafóricamente puede definirse como primaria.

La buena noticia de que el país es una potencia agroalimentaria fue largamente juzgada como una suerte de maldición; la soja fue reputada de yuyo que condenaba a la Argentina a la “reprimarización” económica y no como una ventaja competitiva que nos abría la puerta a ulteriores pasos productivos y de agregado de valor. Durante el largo gobierno K (que Fernández compartió y abandonó) tal postura no impidió (más bien estimuló) el usufructo rentístico de esa ventaja, la confiscación parcial de sus beneficios por la caja central y la derivación de buena parte de esos recursos por canales parasitarios e ineficientes, cuando no corruptos. Sobre ese uso rentístico se asentó -hasta que terminó claramente desquiciado- el llamado “modelo” K.

Con el conocimiento de que el país no sólo alberga su vigor agroalimentario, sino también enormes recursos en materia de combustibles no convencionales (los segundos del mundo), minerales tradicionales y litio (esencial para el desarrollo de la nueva generación de vehículos híbridos), ¿en qué proyecto estratégico se enmarcará su explotación?¿Se impondrá, una vez más, la combinación de autoincriminación (por poseer y extraer esos recursos) y conducta rentística? ¿Se seguirá aconsejamdo el aislamiento económico como remedio contra la pobreza?

Diagnósticos muy errados

Está a la vista que el pronóstico que aseguraba que los países periféricos serían víctimas de la globalización, y que ésta sólo beneficiaría a los países centrales no parece haber acertado. En Estados Unidos y Europa se quejan ácidamente porque, con la globalización, la ocupación y los salarios caen dentro de sus propias fronteras mientras crecen en los países emergentes que participan activamente de la economía mundial, de su comercio y su flujo de inversiones. China, India y Vietnam crecen más velozmente que Estados Unidos, Francia o Italia.

Aunque a veces se defiende el aislamiento invocando como excusa la pobreza o la exclusión de muchos sectores, la verdadera base de las resistencias a la apertura son los sectores que defienden ventajas adquiridas en un modelo económico autárquico agotado, de cuyo agotamiento son consecuencia, si bien se mira, la marginalidad y la pobreza de los grandes conurbanos, a los que se niegan oportunidades productivas y sociales sustentables.

Una Argentina amurallada no puede combatir eficazmente la pobreza. No hay forma eficiente de sostener en la realidad ningún proyecto de justicia social sin encarar el desarrollo económico del país en las condiciones actuales, reales de una economía mundial crecientemente integrada. Una Argentina que está entre las economías más cerradas del mundo, enclaustrada tras la fórmula de “vivir con lo nuestro” estará condenada a la decadencia.
Tanto en el caso de la brecha social, como en materia económica y política, hay que poner adentro lo que está afuera.

Del Mercosur al mundo

El país necesita un sistema político renovado que se haga cargo de esta situación. Y en ese sistema hay lugar para fuerzas críticas. Pero deben ser capaces de criticar mirando el presente y el futuro, desligándose de los anacronismos.

La asociación estratégica del Mercosur con la Unión Europea representa una oportunidad para avanzar. Brasil y Argentina parecen dispuestos a recuperar el espíritu con el que el bloque nació, en 1995, durante las presidencias de Fernando Collor de Melo y Carlos Menem. Ese proceso empezó con un objetivo: potenciar en bloque, sinergéticamente, las ventajas comparativas de cada socio para competir mejor en el mundo. La idea no era amurallar el espacio a la competencia, sino ganar competitividad a través de la ampliación de oportunidades y los mercados. Ese objetivo fue quedando en el camino: el Mercosur facilitó el comercio y bajó fuertemente las restricciones dentro del bloque, pero se cerró como unión aduanera protegiendo al bloque de la competencia externa con un alto arancel común.

En las condiciones actuales, con Brasil y Argentina empujando juntos, el proceso de integración puede avanzar con velocidad y traducirse en inversión externa, creación de trabajo e incorporación de las producciones nacionales en cadenas de valor mundiales. La habitual referencia a las pymes como excusa para oponerse a estos procesos omite un dato sustancial: es a través de las cadenas transnacionales como las pymes amplían su acceso al mercado internacional, convirtiéndose en proveedoras de partes para productos que se comercializan en el exterior. Esto ya ocurre en la industria automotriz, por caso, y conectarse con Europa (y luego el mundo) como mercado no cierra oportunidades, sino todo lo contrario.

Asociación estratégica e instituciones

Mirado desde otro punto de vista, el vínculo con el mundo (en este caso, la relación del Mercosur con la Unión Europea) promueve efectos no sólo económicos, sino sistémicos: interpela también lo político, lo social, lo cultural y lo institucional. Las sociedades más integradas tienen estímulos más fuertes para mejorar su comportamiento colectivo (y restricciones más marcadas frente a los desvíos).

En la España de los años ’80 del siglo pasado, cuando se recorría aún la transición posfranquista, el lúcido coraje de Felipe González llevó a que su país ingresara en la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Eso suponía abandonar la postura histórica del Partido Socialista Obrero Español, su propia fuerza política, que había postulado todo lo contrario: la ruptura con la OTAN. González y los suyos comprendieron que la mejor manera de transformar sus instituciones (largamente encapsuladas en el aislamiento franquista; por caso sus fuerzas armadas) era formar parte de una asociación amplia, con relacionamientos jurídicos elaborados, reglas de juego firmes y un marco normativo que induce comportamientos homologables, reformas destinadas a esa homologación y que , en principio, desalienta las arbitrariedades.

La asociación del Mercosur con la Unión Europea es una decisión de significado comparable a aquella que en definitiva adoptó la España de González.

Por su envergadura, llevar este proceso a buen puerto requiere acuerdos y convergencias. En mayo de 2018, todavía desde el otro lado del mostrador, Miguel Pichetto le advertía al oficialismo: “El gobierno solo no puede”. Macri terminó aceptando la advertencia. Que sigue siendo apropiada más allá de la incorporación al gobierno del propio Pichetto.



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