Policiales

Sobre buenos, malos y otras mentiras

por Fernando del Rio

La sociedad es una entelequia, una construcción teórica que se desmiente a sí misma ante cada nuevo episodio en la que un individuo es el protagonista. Es una excusa, también, para que los ciudadanos se sientan parte de una misma cosa gravitante, pero que en la realidad no es la misma cosa para todos.

Porque no hay buenos y malos sino bondades y maldades relativas. De otro modo no podría entenderse algo de lo que está sucediendo en torno al lamentable caso policial en el que un comerciante mató a un ladrón de 19 años en esta ciudad. Los mundos enfrentados, las vidas de valores diferentes, el sentido de justicia de acuerdo a los intereses que toque, la impunidad, el dolor y todo aquello sujeto con banditas elásticas a la abstracción llamada “sociedad”.

En los últimos días un hecho similar, tan similar en su fondo que asombra, acomoda ideas y fija posturas a nivel nacional. Es el del médico que mató al ladrón que le intentó robar el automóvil. La secuencia es idéntica: un ladrón joven consigue un arma, sale a robar, elige a su víctima posicionada “socialmente” mejor que él -tiene bienes que él no tiene-, la intenta asaltar, la víctima defiende su propiedad, lo mata a tiros. Entonces una parte de la “sociedad” condena al muerto y otra parte de la sociedad (que es mucho más grande de lo que parece ser) pide condena para el “vivo”.

El último grupo, el que se hermana con el ladrón muerto, no solo exige condena para el que mató sino que se ofrece a llevarla a cabo. Venganza. Y al conocerse el mal augurio para el médico (en Mar del Plata, almacenero) se descubre que la sociedad no es lo mismo para todos. Que, también, cada sector tiene sus propios códigos que incluyen hasta un idioma fronterizo.

De un lado creen que lo mejor es San La Muerte, fumar marihuana y tomarse unos vinos. De ese mismo lado se cree que escribir con fonemas y sin reglas ortográficas no tiene nada de grave -ni por asomo-, que subir fotos a redes sociales con armas o que las chicas apunten sus teléfonos a un espejo y hagan “trompita” para verse más sexies es marca registrada. Pero fundamentalmente creen que no está mal conseguir dinero de uno que más tiene por medio del delito. Lo dicen sus canciones “de repente entra en mi mente // momento que ya no se van a hacer presente // por hacer la plata de una forma diferente”.

Del otro lado creen que los santos paganos son un espanto y que el culto católico está bien. Creen que el clonazepán recetado por la prepaga es la solución en lugar de fumar marihuana, creen en las burbujas del champagne y no en el tetra, y creen que sus hijos hablarán bien toda la vida, sin saber que pasan de año porque tienen al día la cuota de la escuela privada. Pero también creen que la propiedad privada no se roba como hacen los negros, aunque con los impuestos y el negreo en sus comercios piensan diferente. “No es lo mismo no pagar impuestos que robarle plata a un trabajador”, argumentan mientras chasquean la lengua. Eso sí, ninguno gastaría parte de su tiempo, su economía ni su patrimonio para emparejar las cosas.

Es probable que la vida en comunidad esté perdida por estos enfrentamientos, sin contar la dominación impuesta desde las instituciones, que, justamente, aprovechan que la misma “sociedad” tenga expresiones tan opuestas.

“El chorro bien muerto está” contra “era un re pibe, alto guacho, un ran con un re corazón” o “hay que matarlos a todos” contra “te voy a matar como una víbora (dirigido al comerciante)”.

Y el que crea que esto es la lucha entre las clases sociales profetizada un siglo atrás deberá revisar ese concepto porque ahora es proletariado contra proletariado, burgueses contra burgueses, y todos contra todos. Un comerciante civilizado defiende sus bienes -moderados, mínimos al lado de los de las burguesías- de las garras bárbaras de un joven de 19 años.

La realidad que desnudan casos como estos es demoledora y acaba con la esperanza de un mundo mejor, si es que todavía algún utópico sigue pensando de ese sesentista modo.

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