Sobre la videovigilancia: no siempre mirar es ver
por Tobías Schleider (@tobiasschleider)
La vigilancia a través de videocámaras se ha convertido, en las últimas décadas, en una medida considerada estándar en la prevención del delito. Su aumento vertiginoso se originó en Gran Bretaña, pasó por los Estados Unidos y, desde allí, se expandió al mundo. Hoy las cámaras se consideran parte de la vida cotidiana, se dan por sentadas por la población y están sujetas a una atención muy superficial por parte de la opinión pública, en general, y de la prensa, en particular.
Entre los objetivos declarados para la instalación de videocámaras se destacan la reducción de los delitos, o el temor a ser víctima de ellos; una mejora de la seguridad pública, o de la protección de la propiedad privada, y la conversión de ciertos espacios públicos en lugares disfrutables en paz. Pero lo cierto es que son más las dudas que las certezas a la hora de determinar el éxito de las estrategias de videovigilancia en la consecución de esos fines. Desde los primeros estudios al respecto hasta nuestros días, los especialistas se han mostrado escépticos acerca de la eficacia de estas técnicas (y preocupados por sus implicancias en la privacidad de las personas, algo fundamental, pero que no será tratado aquí).
En un primer momento, la expansión de la videovigilancia era atribuible a su impacto social. Pero hoy se conoce más acerca de por qué puede ser más efectiva en ciertos contextos que en otros. Y esto colabora con un enfoque más racional a la hora de definir su instalación, orientación y funcionamiento operativo.
Pocos meses atrás, un equipo liderado por Eric L. Piza (J. J. College – City University of New York) revisó 40 años de estudios sobre la eficacia de la videovigilancia. Sus conclusiones son interesantes y útiles para desterrar mitos y reforzar algunas ideas. Las principales, que sin planificación, la videovigilancia es inocua –o hasta contraproducente– para la prevención de delitos y violencia; y que sin información sobre delitos y violencia, la planificación es imposible.
Hoy puede afirmarse que todo plan para instalar un sistema de videovigilancia o expandir uno preexistente habrá de tener en cuenta que:
- los aspectos estratégicos son más relevantes que los geográficos: importa más (y antes) el para qué que el dónde;
- los esquemas que incorporan otros recursos además de las cámaras se asocian con efectos más concretos y extendidos que aquellos que se basan solo en ellas;
- los sistemas con monitoreo a cargo de operadores capacitados de manera adecuada han evidenciado resultados positivos; mientras que los efectos de aquellos con monitoreo pasivo (sin operadores permanentes) u operadores mal entrenados han sido muy escasos.
Por último, debe recordarse que, en el ámbito de la seguridad, no hay reemplazo mejor de los espejitos de colores que un conjunto de monitores alineados. Los discursos que prometen tener la vida de los ciudadanos al alcance de los ojos olvidan lo evidente: no siempre mirar es ver.
Schleider es profesor y consultor en seguridad ciudadana – UNMDP, UNS, ILSED.
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