Sobre telemedicina y conexión humana: la experiencia del Cetec de la Escuela Superior de Medicina
Por Marianela Balanesi*
Entre los desafíos y novedades que la pandemia trajo a la historia de vida de cada uno, en mi caso, como enfermera, abogada y orgullosa y novata docente de la Escuela Superior de Medicina de la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMdP), me ha tocado, de la mano de un grupo de otros docentes y seres humanos -a quienes voy aprendiendo a respetar profundamente, coordinar con una frecuencia de dos veces a la semana, a un grupo de estudiantes de medicina (algunos avanzados, otros de los primeros años) que colaboran en el Programa “Cetec” (Centro de Telemedicina COVID 19).
El programa se articula con la Municipalidad y la Provincia. Nuestra Escuela Superior de Medicina, tiene asignada, entre otras, la función de llamar, brindar pautas de cuidado, ofrecer ayuda, evacuar dudas, contener (para ello nos auxilian también estudiantes de la Facultad de Psicología) y obtener los datos de sus contactos estrechos en un esfuerzo para sumar algún aporte para contener a esta pandemia.
Una pandemia que desde que llegó, viene interpelándonos en busca de respuestas solidarias y colectivas que no terminamos de concretar. El interés individual parece seguir ganando esta batalla: no acabamos de entender que la solución es mucho más profunda y sustancial que quedarnos encerrados versus salir a ganar el mango, dejar de dar clases versus seguir sosteniéndolas, o conseguir vacunas en un mercado que sigue beneficiando a los países más ricos. Hay más, mucho más. Pero nos cuesta entenderlo. La mezquindad siempre se impone. El de al lado sigue siendo otro que solemos registrar solo para advertir lo afortunado que hemos sido al no haber corrido la misma suerte de aquel que la está pasando un poco (o mucho) peor.
Sin embargo, decía, allí están estos estudiantes, que no dejan de sorprenderme. Pisando los 50 años, mi espíritu se debate entre el pesimismo que por momentos me lleva a creer que todo está perdido y la creencia firme e inamovible de que hay un potencial de grandeza al cual todos los seres humanos hemos sido llamados.
Evidentemente, sigo inclinándome hacia la segunda opción, y elijo aferrarme a situaciones y circunstancias que me lo siguen demostrando.
Y esta es una de ellas. Escuchar y observar a estos chicos en acción. Los “escucho escuchar”, activa y empáticamente. Los veo visiblemente conmovidos en algunas oportunidades. Veo máscaras protectoras empañadas. Risas de alegría. Chistes para distender una situación difícil. Frustraciones expresadas de las maneras mas diversas y originales, cuando se topan con situaciones complicadas con soluciones que se demoran o no llegan debido a un sistema de salud que pelea denodadamente para evitar el colapso total. Los percibo queriendo cambiar el mundo y “hacer algo”. Los habilito a que propongan ideas creativas a problemas simples, en la convicción –que no pienso derribarles- de que todo suma, aunque no se solucione el mundo. Los veo tender puentes.
Y sobre todo, los siento conectar. De humano a humano, con cada persona detrás de cada llamado. A mí eso, solo eso, me llena de esperanza.
Ese día en particular, me pidieron ayuda. C. la estudiante de psicología, había contactado a una persona que se encontraba muy angustiada y se vio un poco desbordada porque le hacía preguntas muy vinculadas al cuidado en una terapia intensiva (su esposa estaba internada en el HIGA) que ella no sabía responder.
Respiré hondo y me dispuse a llamarlo (por lo que me anticipó, imaginé que no iba a ser sencillo). Marcamos su número y me atendió P. de 45 años. En el medio del campo, dijo estar. Se escuchaba viento. Me contó que su mujer, de 47 años, estaba internada muy grave en la Terapia Intensiva. Que la tenían en el respirador. Que la “habían dado vuelta” porque otra vez se había complicado. Y que el no entendía nada de nada. Intenté evacuar sus dudas. Una de ellas era en relación a la medicación. Como su mujer es diabética, el estaba preocupado porque creyó que no estaba recibiendo la medicación que la mantiene estable. Le explique que mientras está internada, seguro se estarían ocupando de ello.
Me preguntó cómo podía tomar la medicación si tenía un tubo en la garganta, le contesté que seguro recibía la medicación por otra vía, “a través del suero”, le dije, para que entendiese. También le conté para que la “daban vuelta”, explicándole que con eso intentaban mejorar su oxigenación. Estoy segura que ya había recibido esta explicación por parte de los profesionales de la UTI del Hospital. Probablemente no entendió. O estaba en shock cuando se lo explicaron.
Enseguida me preguntó por números y probabilidades. Le dije que yo no tenía manera de darle esos datos. Que no conocía la historia clínica de su mujer, que los números siempre eran fríos, que era mejor siempre aferrarse a la esperanza. Ya ambos con la voz entrecortada, me agradeció nuestra intervención. Y sin mucho más que decir, cortamos la llamada.
En ese momento, advertí que estaba experimentando lo que siempre trato de transmitir a mis alumnos: a veces, muchas veces, solo se trata de acompañar.
“Cuando los seres humanos (ya sea en el rol de profesionales, pacientes, técnicos, gestores, administrativos, familiares) nos sentimos vistos y respetados, cuando nos sentimos seguros (en vez de amenazados), contentos (en vez de frustrados) y conectados (en vez de aislados), salen a la luz nuestros mejores recursos: los profesionales de la salud trabajan alineados con su vocación y con su mejor capacidad técnica y los pacientes se encuentran en el mejor estado que pueden estar dentro de los límites de su diagnóstico” (Britos Pons, G, 2017).
El “Cetec puede parecer un simple dispositivo de telemedicina: llamar por teléfono, dar pautas y a otra cosa. Sin embargo, cuando hay “motivación compasiva”, cuando ponemos en juego esa “(…) sensibilidad y apertura al sufrimiento de los demás sumado a la intención genuina de aliviarlo” (Gilbert et al, 2017) (sensibilidad y apertura que todos tenemos dentro, oculta bajo las múltiples capas protectoras bajo las cuales nos vamos acorazando), cada encuentro, aún el de la palabra mediada por un dispositivo telefónico que no nos deja mirar a los ojos ni expresarnos gestualmente, se transforma en un encuentro significativo.
Me tocó experimentar lo que observo hacer a estos estudiantes todos los días. Y a la tristeza que a todos, esa tarde en el CETEC nos provocó esa llamada, se sumó una especie de orgullo y esperanza que volvió a encender la luz de mi túnel oscuro (imagino, en el que todos estamos metidos hoy día).
La luz la encienden estos estudiantes con sus gestos. Y tengo la certeza que de que el día que empiecen a ejercer como médicos habrán aprendido a hacerlo desde esa vulnerabilidad compartida (esto de saber que nada nos conecta mas que el dolor, el sufrimiento y la muerte) que ejercitan a diario a través del sencillo gesto de un llamado telefónico.
En cuanto al sr. P , me consta que se sintió comprendido y acompañado en la tristeza infinita que le causa el hecho de que su compañera de toda la vida (así lo expresó), la mamá de su único hijo, estuviese peleando por su vida en una Terapia Intensiva, conectada a un respirador, afectada por este virus.
Un virus minúsculo y descarado, que además de llevarse tantas vidas, vino a poner en jaque todo un sistema de creencias que aún intentamos defender con argumentos que siguen respondiendo a nuestro egoísmo y a no asumir, de una vez por todos, que el otro, ese otro que sufre, también soy yo mismo.
A los docentes y coordinadores: Víctor, Andrea, Laura, Sole,. Lorena, Lourdes. A los estudiantes: Abril, Solana, Luciana, Franco, María Paz, Juan Cruz, Cintia, Anabella, Romina, Graciela. Gracias!
*Abogada, Licenciada en Enfermería, Esp. en Enfermería Neonatal. Docente de la Escuela Superior de Medicina de la UNMdP.
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