Teatro sin palabras, con máscaras y en torno a una cama, la propuesta de “Al borde del silencio”
Este viernes volverá al escenario de Cuatro Elementos "Al borde del silencio", la última creación del destacado director y docente José Luis Britos. "Es el primer espectáculo en el que no me importa que el público saque el celular en la función", comentó.
Escena de "Al borde del silencio".
Una cama en el centro del escenario estructura las acciones de los personajes. Lo singular es que todos llevan máscaras enteras que cubren la totalidad del rostro y por lo tanto, no gesticulan, tampoco hablan. El silencio enhebra lo que va pasando. Y la música ejecutada en vivo por Mauro Romero y Federico Tarquini del dúo Rotar potencia cada momento.
Ese es el planteo de la obra “Al borde del silencio”, que tiene dramaturgia y dirección de José Luis Britos y que, como espectáculo teatral, se mueve entre la ambigüedad y la extrañeza y por lo tanto juega a desactivar el ruido con el que solemos vivir.
“En otros espectáculos me enojaba mucho con la gente que pelaba el celular en plena función. Ahora digo, bueno, no se están bancando ese silencio”

“Tenía como premisa trabajar con máscara entera, que hace que la palabra no sea necesaria -arrancó Britos-. Diferenciamos, no es que los personajes no pueden hablar sino que no necesitan hablar, que es diferente. Nos basamos en situaciones en donde no es necesaria la palabra. Y no es necesaria cuando no hay nada que decir porque se dijo todo o porque no tiene sentido agregar una palabra”.
En esa indagación, el elenco y el director junto a los músicos empezó a trabajar en situaciones que suceden en el ámbito de la intimidad, alrededor de esa cama.
“El silencio se fue imponiendo solo, al punto tal que si me preguntás de qué habla el espectáculo, yo creo que habla del silencio fundamentalmente”, agregó el destacado director y docente, que desde hace años investiga en la potencialidad que encierran las máscaras y que también las construye, tal como hizo con estos objetos que se usan en la obra.
“Mi profesora de yoga me dijo ‘Ah, te metiste en una… porque no solo no das todo digerido sino que no explicás nada, no le das a los personajes la palabra’, que tiende a clausurar y que de algún modo tranquiliza. Más en estos tiempos en que los discursos son gritos y no admiten metáfora, no hay lugar para el silencio”, analizó Britos.
Además, otra característica de “Al borde del silencio” es que no hay roles centrales en el seno del elenco. Más bien es una propuesta coral en la que todos los integrantes se ponen a merced de la “maquinaria” teatral.
“Mi dramaturgia, cuando tengo oportunidad de construirla, siempre tiene que ver con cierta democratización, me parece que significa algo políticamente. No hay personajes protagonistas y personajes secundarios. No solo nos expresamos políticamente de acuerdo al contenido del espectáculo, sino a otra cantidad de variantes, y entre esas está lo coral como una idea de que entre todas y todos estamos construyendo ese acontecimiento, que es colectivo y solidario”, marcó el también director de obras como “Viajeros de toda sinrazón” y “Como cardos violetas”.
-Para algunas personas puede ser desconcertante lo que planteás, ¿te inquieta eso, que el público se sienta perdido?
-Al principio sí, porque yo soy de pensar mucho en el público. La verdad que no me puedo abstraer de eso. Al principio me inquietaba, ahora lo disfruto porque pienso que es una buena provocación para el público de golpe desconectar con la vorágine de sonidos, de imágenes, de movimiento que nos propone la vida misma y toda la parafernalia de estímulos que tenemos. Aquietar y conectar con lo que yo creo que es un ritmo mucho más cercano al humano, a la escala humana, al ritmo natural de las cosas. Y si incomoda, es parte… me parece que el teatro está bien que incomode, no al punto de una provocación violenta, porque no es mi estilo. Es el primer espectáculo, por ejemplo, en el que no me importa que el público saque el celular. En otros espectáculos me enojaba mucho con la gente que pelaba el celular en plena función. Ahora digo, bueno, no se están bancando ese silencio, no se están bancando que no le expliquemos nada, que no se lo demos digerido.
-Debajo de la máscara, los personajes aparecen sigilosos, con miedo.
-Hay un tiempo que impone la máscara. Esta clase de máscaras que usamos están dentro de las máscaras expresivas, más propias del melodrama. Transitan esa zona donde lo dramático se puede volver cómico o lo cómico se puede tornar dramático. Pero es cierto que se mueven con otro tiempo y eso es parte del entrenamiento. Lo que los hace sigilosos en realidad es que cuando uno habita una máscara no puede imponerle la propia dinámica, tiene que estar abierto a que la máscara te indique por dónde ir. Entonces, encontrás un intermedio que es casi como una negociación entre el objeto máscara y lo que ya trae el intérprete. Habitar la máscara para mí es encontrar ese punto medio donde la máscara no homogeneiza, no es que con la misma máscara todos se van a comportar iguales, no se pierde la singularidad del intérprete, pero al mismo tiempo es una lección de humildad para los actores y las actrices porque no le tenemos que imponer a la máscara lo que la máscara no viene a proponer. En realidad la idea es encontrar una síntesis entre ambas, entre la máscara y quien la aporta.
-Además, la máscara aporta una cuota de misterio a lo que se ve.
-Totalmente. La máscara tiene este doble juego que oculta y revela. Hay algo que nos pone en estado de sospecha, de misterio, de una verdad no totalmente revelada, y eso tiene que ver con el objeto máscara porque en realidad es cierto que hay algo que se está ocultando y también es cierto que se vuelven mucho más transparentes los cuerpos. En el entrenamiento, en la pedagogía, esto es sumamente visible. Lejos de quedar oculto y protegido, quedás mucho más expuesto con la máscara y eso es un trabajo que hay que acompañar del rol docente.
-La música aparece como clave…
-Fue un laburo superinteresante. Uno de los músicos, Federico Tarquini ya había laburado en la obra “Como cardos violetas”. En este caso, él integra con Mauro Romero el dúo Rotar y se pusieron de entrada a imaginar y crear música de acuerdo a las escenas que íbamos generando. Hicieron un trabajo de creación a la par y de interpretación, al punto tal que yo no puedo hacer funciones sin ellos. Es decir, son dos integrantes más del elenco. La música se está ejecutando en vivo, por más que obviamente ahora hay muchas cosas grabadas o preconfiguradas.
-¿Cómo llegás a la máscara como objeto a indagar en la escena?
-Empiezo a entrenar con la máscara hace 10 años con Marcelo Savignone, que después vino a dar seminarios. Empecé entrenando con máscaras. A través de otro maestro que es Alfredo Iriarte, un uruguayo radicado en Argentina y fabricante de máscaras, aprendí ese otro trabajo, porque Marcelo solo da entrenamiento. En algún punto sentí que empezaba a integrar la realización con el entrenamiento con mi propia versión, porque vengo de formaciones muy diversas. Y eso es lo que estoy proponiendo en principio en seminarios de duración variable. Yo he ido fabricando en estos años y tengo alrededor de 70 o 80 máscaras de distinto tipo. Así se empezó a generar un grupo de entrenamiento. Así aparecieron las ganas, el deseo y la necesidad de avanzar un poquito más y hacer un espectaculo. En este caso es la primera vez que dirijo un espectáculo basado en el trabajo de máscaras.
El elenco de la obra está formado por Alberto Scoppa, Ale Grollino, Andrea Masari, Constanza Verna, Dolores Perata, Jorge Figueroa, Miriam Martin, Mora Jalil, Santiago Horianski, con diseño sonoro y música en vivo de Federico Tarquini y Mauro Romero, diseño de luces de Gustavo Martincic y asistencia de dirección de Noe de Ada.
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