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Opinión 15 de mayo de 2025

Todos juntos, como sostiene León XIV

Por Eduardo Duhalde

Las primeras palabras de León XIV, luego de ser electo Papa, reiteran preceptos que remiten directamente a un principio fundamental de Francisco. El nuevo Papa llama a la unión. Sostiene “todos juntos”. Se trata de un mensaje dirigido a la Humanidad, no sólo a una religión, a una secta, a un sistema o a una doctrina política.

Frente a un mundo que en poco tiempo ha acelerado el nivel de conflictos, e inclusive de guerras, en casi todos los continentes, el llamado de León XIV apunta a superar las razones esgrimidas para escalar los enfrentamientos. Por lo tanto, como lo sostenía antes Francisco y ahora León XIV, para privilegiar la vida de los pueblos sobre los intereses materiales de unos pocos, es preciso estar “todos juntos”.

Emilce Cuda, una teóloga argentina especializada en moral social católica, nos recuerda en una entrevista reciente con Pablo Touzón, en Revista Supernova: “cuando el papa Francisco nos dice que hay que cambiar, que hay que pasar de la Cultura de la Muerte a la Cultura del Encuentro, nos habla de un diálogo social para el cual necesitamos hacer comunidad y construir organización”.

Estas palabras estaban dirigidas a quienes privilegian el conflicto y ejercen, consecuentemente, la violencia en las relaciones humanas y políticas. A quienes privilegian sus intereses individuales por encima de las necesidades de los pueblos. A quienes están dominados por el egoísmo.

En Argentina, la realidad de las últimas décadas pone en evidencia cómo la pelea ha generado la decadencia progresiva en todos los órdenes de la sociedad y de la Nación. Y, lejos de tomar conciencia y de asumir responsabilidad por esa decadencia, la dirigencia política profundiza más y más la pelea, expresión de los egoísmos personales y de sectas.

El nivel de conflictos, enfrentamientos, insultos y descalificaciones que prevalecen en las relaciones políticas se ha acrecentado y cada vez resulta más imposible pensar que los intereses del pueblo argentino vuelvan a ser privilegiados y que se pueda unir a esa dirigencia -tanto oficialista como opositora- para encontrar la solución a los problemas todos juntos. Hoy, la unidad se nos presenta como una utopía inalcanzable. Nos domina la pelea y la violencia que emana de ella.

Este imperio de la pelea impide ver un futuro. Cada vez es menos duradera la esperanza de que un cambio superficial -de bandería política o de liderazgo individualista- pueda resolver los problemas que aquejan a la mayoría de los argentinos. Mientras predomine el individualismo no habrá salida ni futuro para la Argentina.

El país necesita iniciar una nueva etapa y para eso es preciso acabar ya mismo con la pelea y conformar un movimiento que nos lleve a la unidad nacional. Sólo así habrá posibilidad de constituir un gobierno de consenso y de promover un programa de desarrollo que conduzca a resolver efectivamente los problemas que hoy padecemos.

El único gobierno de unidad nacional de la historia argentina se conformó a inicios de 2002, en medio de la mayor crisis económico-social de la democracia. Mientras los conflictos y problemas se agudizaban en todos los órdenes -y luego de devorarse cuatro presidentes en una semana- me tocó asumir la conducción del país.

Lo hice con la condición de que se me eligiera en la Asamblea Legislativa por mayoría absoluta, como prueba del encuentro que yo proponía, y que me acompañaran todas las fuerzas políticas para constituir un gobierno de unidad nacional. Ese fue el acuerdo que hice con el doctor Raúl Alfonsín y que me impulsó a enfrentar la gravedad de aquella crisis.

En un tramo del discurso de asunción dije: “No son horas de festejos sino horas de esperanza”. La profundidad de la crisis no daba lugar a celebración alguna. Pero habíamos dado el primer gran paso esperanzador: habíamos constituido un gobierno de unidad e iniciábamos, todos juntos, el camino que nos llevaría en pocos meses a salir del pantano y dar inicio a un proceso de desarrollo sustentado en la producción y el trabajo.

En aquél discurso dije también que pondríamos a la Argentina de pie y en paz y que en las siguiente elección presidencial no me presentaría como candidato. Sostuve, convencido, que si pedía apoyo de todos los sectores para empujar juntos el carro, no podía usufructuar de todo ese apoyo para un fin personal, como es una candidatura. Constituimos un gobierno de unidad con el fin único de trabajar para el pueblo argentino y no para una persona, una fracción o un partido.

Con el mismo fin conformamos la Mesa del Diálogo Argentino -impulsada por la Iglesia Católica y el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)- y de la que formaron parte todos los partidos, organizaciones laborales, empresariales, diversas entidades de la sociedad civil, universitarias, entre otras.

Es lamentable que aquella experiencia exitosa y única, no se haya tomado nunca en consideración por quienes gobernaron en las dos últimas décadas y gobiernan hoy. Siguen enfrascados en sus egoísmos que sustentan la pelea, la violencia y la corrupción. Pero soy optimista, como siempre lo he sido. Una nueva generación asumirá, seguramente, la tarea de poner fin a la pelea, la violencia y la corrupción.

 

(*) Ex presidente de la Nación.