CERRAR

La Capital - Logo

× El País El Mundo La Zona Cultura Tecnología Gastronomía Salud Interés General La Ciudad Deportes Arte y Espectáculos Policiales Cartelera Fotos de Familia Clasificados Fúnebres
Opinión 12 de septiembre de 2016

Tres epígrafes sobre Sarmiento

Por Fabrizio Zotta

Domingo Faustino Sarmiento.

I. “Valentín y Domingo”

Se llamaba Faustino Valentín. El calendario así lo quiso, aunque luego la devoción familiar llevó a cambiar de santo, y adoptar Domingo como el primer nombre del recién nacido. Su acta de bautismo constata que nació “en el año del Señor de mil ochocientos once, en quince del mes de Febrero, en esta Iglesia Matriz de San Juan de la Frontera”. Se me dirá que San Valentín es el 14 de febrero, y así es. Pero esta es otra de las tantas vaguedades de la historia que sabemos de nuestros padres fundadores. Proveniente de una familia muy humilde, era el quinto de quince hermanos y el único varón que sobrevivió a las penosas condiciones de vida que podían prodigarle sus padres: don José Clemente Sarmiento y doña Paula Albarracín.

Desde su aparición en la vida pública del país, Sarmiento se convirtió en una referencia obligada para los hombres que compartían su pensamiento político –muy pocos, por cierto- y también para los que lo detestaban, sin más. Esto era entendible: una figura como él, vigorosa y vehemente en sus convicciones no podía despertar sentimientos de tibieza; por el contrario, fue hasta su muerte el centro del blanco de la construcción nacional y política argentina. En su larga vida, Sarmiento fue siempre un autodidacta, sus lecturas, el manejo de lenguas extranjeras y su enorme calidad como escritor son mérito de sus esfuerzos personales. “Un país donde ha escrito Sarmiento ya puede hablar de literatura”, dijo Abelardo Castillo, y tiene razón.

Pero mucho antes de eso, cerca de los 16 años, trabajaba como ayudante de un ingeniero francés, Víctor Bareau, y le quedaba tiempo para poder estudiar. Fue en aquella época cuando un suceso lo deslumbró: fue testigo de la entrada de la muchedumbre salvaje de Quiroga en San Juan. Nadie podía saber entonces todo lo que aquellos incidentes provocaron en el brillante joven que miraba desde la ventana.

II. “La falsa cita”

A los 28 años, Sarmiento dirigía El Zonda. El gobierno prohibió la edición del periódico (que solo llevaba seis números) y encarceló a su director. Argumentaban que se sentían insultados por el joven erudito que ya había tejido contactos con los intelectuales de Buenos Aires, entre ellos Esteban Echeverría, quien ya había publicado sus Palabras Simbólicas, como discurso inicial del Salón Literario, texto que Sarmiento leería, trascribiría y difundiría después. Este encono con el gobierno lo obligó a abandonar el país y viajar a Chile. Era el año 1840.

Allí tiene lugar el célebre episodio de la frase pintada con carbón sobre una roca. Sarmiento “estropeado, lleno de puntazos y golpes”, como lo narra en Facundo, escribió “On ne tue point les ideés”, en señal de protesta y desprecio a las “soldadescas y mazorqueros” que lo habían maltratado. “El gobierno, a quien se le comunicó el hecho, mandó una comisión encargada de descifrar el jeroglífico, que se decía contener desahogos innobles, insultos y amenazas. Oída la traducción: ¡Y bien! –dijeron- ¿Qué significa esto?”, dice con malicia el autor.

Esta cita de Fortoul es la única que está traducida al castellano en todo el Facundo, que contiene numerosas frases en lengua extranjera y que, incluso, es capaz de citar a Shakespeare en francés, posiblemente porque así había llegado “Ricardo III” a manos de Sarmiento.

A los hombres se degüella, a las ideas no”, dice Sarmiento que significa la frase, y que en eso consistía su afrenta final al país antes de su primer exilio. Pero la traducción es falsa. En realidad la frase de Fartuol significa más o menos textualmente “las ideas no se matan.” Para reforzar la intención de su frase, el autor francés utiliza la palabra point, que significa negación absoluta. “On ne tue” puede traducirse como “no se puede matar”, ya que la primera persona del plural es utilizada de manera impersonal, sin referirse a sujetos determinados. Es evidente que Sarmiento necesitaba encontrarle un viso local a esta frase e introdujo una licencia: los que temía que querían degollarlo estaban en el Río de la Plata, cerca de él, pero lejos de Fartuol.

III. “El marketing presidencial”

En una crítica de Alberdi al Facundo se deja constancia de que el primer ejemplar del texto venía acompañado de una foto de su autor “en traje de presidente”. Una rareza, ya que todavía faltaban más de 20 años para que ese acontecimiento se produzca. Es conocida la anécdota según la cual Sarmiento percibió en su viaje a los Estados Unidos, a fines de la década de 1840, el poder de la imagen y de la palabra, tras encontrarse con el impulso a estos medios que se había dado en el país del norte. Por eso, hacia 1851, hizo imprimir imágenes con su rostro y firma que sentenciaban: “Domingo F. Sarmiento, futuro presidente de la República Argentina”. El manejo publicitario que Sarmiento hizo de su imagen es comparable, aunque sin la espectacularidad dada por el poder y el apoyo popular, con la que hizo Rosas de la suya, a partir de la instalación simbólica de imágenes latentes, con estandartes y distintivos, que acompañaban el ejercicio de la propaganda propia.

IV. Epílogo

“Soy de bronce, soy un tacho de bronce; pero como ha estado tanto tiempo al fuego, ya está un poco gastado y muy abollado también”, escribió Sarmiento antes de morir. Quiso ver salir el sol y murió antes de que amanezca. Era el 11 de septiembre de 1888.