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Opinión 1 de octubre de 2020

Trump y Biden reprobados

Por Raquel Pozzi

El primero de los tres debates presidenciales entre los candidatos D. Trump y J. Biden en Estados Unidos demostró el claro ejemplo de la anti-política con retóricas vacías de contenidos y de propuestas concretas. El debate se transformó en el enfrentamiento por las “apariencias” en donde las verdades veladas que emanaba de cada candidato en sus alocuciones no representaron ni cubrieron las necesidades y expectativas de la ciudadanía en general. El modo de auto-exhibición determinado por un lenguaje de ruptura con el deseo cotidiano fue arriesgado y la incapacidad de los representantes quedó expuesta al no lograr develar y aclarar cuáles son los intereses de sus representados. La proliferación de exclamaciones que remitían a lugares comunes renunciando no sólo al lenguaje coloquial sino a la construcción de pensamientos relevantes, decepcionó. No hay vara que pueda medir la baja trascendencia del debate y mucho menos la perfomance de los candidatos.

De D. Trump se esperaba el show-marketing al cual tiene acostumbrado no sólo a sus fieles seguidores sino a sus detractores, las interrupciones constantes confirmaron la habilidad del candidato para desestructurar a su rival y conducirlo por el camino de la torpeza y lo grotesco, sin embargo del candidato demócrata no se consideraba que fuese conducido por D. Trump sino lo contrario, que demostrase la capacidad de orientar el debate y de dominar la escena arrebatando el timón a quien capitanea actualmente el máximo poder. Nada de esto sucedió, sólo fueron sutiles intentos de J. Biden para forzar una imagen que no es la propia, al contrario, profundizaba sus propias debilidades.

El moderador Chris Wallace fue moderado por el actual presidente lo cual activó las alarmas para los organizadores debido a las innumerables interrupciones que el candidato republicano asestó contra J. Biden. La importancia de los tópicos establecidos para este primer debate fueron soslayados con agravios personales, no obstante muy contadas escenas fueron claves: la negativa de Trump a reconocer el resultado de las elecciones y Biden defendiendo el derecho al voto y el reconocimiento del resultado.

Tanto D. Trump como J. Biden son los representantes del sistema bipartidista norteamericano y los aúna el hecho de mantener no sólo el sistema político sino también el reaseguro de la alternancia en el poder político aunque ambos representen alianzas sociales y económicas diferentes con orientaciones ideológicas y geopolíticas distintas en un contexto internacional dónde la hegemonía mundial se debate entre Estados Unidos y la República Popular de China sin desmerecer otras potencias emergentes.

La construcción de liderazgo político

Uno de los fenómenos sociales y políticos más estudiado es el “liderazgo político” que impregna todas las relaciones sociales. Desde la multiplicidad de disciplinas se ha abordado la temática. En las últimas décadas ha surgido el enfoque del “nuevo liderazgo” integrando la dimensión personal con el liderazgo político; el poder de comunicación y la consecución de objetivos políticos que le conceden el título de líder: aquella persona dotada de visión con capacidad de conectar y comunicar con sus fieles seguidores, una especie de presuposición de naturaleza negociadora.

En el caso de los liderazgos políticos en sistemas democráticos la idea se concentra en accionar en torno a retos estratégicos recurrentes que el líder político debe afrontar concentrándose en la construcción de identidades políticas con capacidad de movilización y la promoción de determinadas políticas públicas vinculadas directamente con la búsqueda del bien común de sus seguidores.

Este entramado teórico sólo nos ayuda a no perder la noción, aunque sintéticamente, de la construcción de liderazgo político. Lamentablemente ninguno de los dos candidatos ha podido en esta primer contienda retórica construir identidades políticas y mucho menos promocionar políticas públicas, lo que implica dejar abierto el debate sobre la crisis de liderazgo político que detenta la máxima potencia de las democracias liberales y el espejo rasgado dónde se miran otros líderes para mantener o potenciar sus propios liderazgos.



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