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Opinión 10 de diciembre de 2016

Un año de Arroyo: a alegrarse, lo que viene no puede ser peor

Carlos Arroyo termina un año que, aunque su particular autovaloración le impida reconocerlo, ha sido un verdadero Vía Crucis. Ahora deberá repensar, observar y decidir.

Por Adrián Freijo
(www.libreexpresion.net/)

No pudo ser peor para el intendente el año que termina. Fracaso tras fracaso, conflicto tras conflicto, disparate tras disparate, Carlos Arroyo rifó en doce meses un prestigio personalque, con el solo argumento de su gesto adusto y sus medias palabras, le había llevado años construir.

Tras esta primera etapa algo ha quedado en claro: jamás se preparó para gobernar, y ello es demasiado evidente para siquiera someterlo a discusión.

Desconocía los instrumentos básicos de gestión, lo que quedó en claro cada vez que abría la boca y lo hacía para anunciar cosas que no estaba en su capacidad resolver. La seguridad, la reactivación del puerto, el cambio de las reglas comerciales y tantas otras mega causas que anunció no son, ni serán por mucho tiempo, incumbencia municipal.

Ni siquiera conocía el verdadero estado de las finanzas municipales, algo que pone de manifiesto como ninguna otra cuestión la impericia y la improvisación: durante toda la campaña ese fue el caballito de batalla en sus escasas apariciones y el argumento de base de sus colaboradores. Es claro que si algo supiese o hubiese intentado saber,no debió permitir el disparate que su Secretario de Hacienda concretó cuando le otorgó a los municipales un aumento que no solo superaba lo que se arreglaba en el resto de la provincia sino que no había forma alguna de cumplir, salvo con la ayuda externa que además no estaba asegurada ni nadie intentó asegurar.

Tanto es así que todavía tuvo tiempo, en su pérdida de contacto con la realidad, de emprenderla contra Mauricio Macri -a quien ninguneó feo- y María Eugenia Vidal -a la que trató de burra- sin siquiera sospechar que a ellos debería llegar, mendicante y sumiso, a suplicar una salvación que ya se percibía en forma de incendio en la ciudad.

Párrafo aparte para el equipo de ¿colaboradores? que supo armar. Su egocentrismo político y su falta de visión del trabajo de conjunto lo empujaron a sucesivos errores que le estallaron en la cara en forma de papelón. Renuncia tras renuncia, escándalo tras escándalo, “el gabinete de lujo” se convirtió en tema de mofa pública y en radiografía de la desorientación del gobierno de los planes secretos. Solo los parientes más cercanos, beneficiados por sueldos dignos de un CEO de la multinacional más encumbrada, quedaron cerca de un líder sin liderazgo y un proyecto sin contenido alguno.

Tutores, interventores, veedores, carceleros y espías  llegaron a estas playas a lo largo de un año en el que además, digan lo que digan los protagonistas, existió un “no va más” bramado por la gobernadora en Chapadmalal y que aún está vigente y con fecha de vencimiento. Todos ellos volvieron a su tierra vencidos, con el rabo entre las patas y con la convicción de que es imposible ayudar a quien no se deja ayudar.

Seguramente lo que viene no puede ser peor. Si Carlos Arroyo no cambia, si no acepta esa introspección que lo lleve a darse cuenta de que todos no pueden estar equivocados, si no se convence de su carácter de intendente de una ciudad –algo tan lejano a sus sueños infantiles y maduros de desembarcos heroicos, batallas triunfantes y ejércitos a “paso de ganso” desfilando frente a su encapotada figura– y se rodea de quienes sepan administrar, trabajen en lo cotidiano y le comuniquen a los vecinos esa sensación de cumplimiento  que la gente espera, su futuro es corto y seguramente al finalizar el año que comienza ya no sea parte activa de esta historia.

Depende de él, solo de él; y tal vez esto sea por estas horas lo que más preocupa a quienes queremos que, con Arroyo o sin Arroyo, Mar del Plata salga del pantano en el que se encuentra.



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