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Opinión 8 de mayo de 2016

Un arma para combatir el delito

Por Daniel Adler Fiscal General Federal de Mar del Plata

Una niña en situación de vulnerabilidad le dice a su maestra que no sabe de geografía y que no pudo estudiar. La docente no la desaprueba. Mira sus manos, sus ojos, de dónde viene y cómo vive. Le pregunta acerca  de las frutillas que día a día recoge en Sierra de los Padres. Le pide que hable de Bolivia, tierra de sus ancestros. A la niña se le ilumina la carita y termina enseñándole a la maestra sobre el “tostado”, una comida típica del altiplano, y le explica cómo se trabaja en el sector frutihortícola de Mar del Plata.

Frente al enciclopedismo,  soberbia tentación de saber todo sin saber para qué, se yergue la educación inclusiva. La primera observa al sujeto – el educando- a través del objeto ( el conocimiento).Por el contrario, la educación inclusiva mira primero a quién va destinado el conocimiento, qué posibilidades tiene la persona de desarrollar sus capacidades, cuáles son sus limitaciones, para qué le servirán sus conocimientos y cómo incidirá en su personalidad el aprendizaje.

Ante modelos signados sólo por la búsqueda de la excelencia para unos pocos, el modelo de inclusión abarca a todos y fortalece los lazos de solidaridad entre los miembros de la comunidad. La excelencia educativa se torna insuficiente cuando desde las formas sólo se legitiman y reproducen desigualdades, poniendo límite a las posibilidades a futuro.

No son sólo los logaritmos ni las arbitrariedades de la lengua ni el buen manejo del inglés ni la memorización de fechas de la historia o de las capitales del mundo lo que solidificará la autoestima del alumno y lo hará crecer como persona. Ponerse en lugar del otro, conocer qué es lo que sabe a través de su contexto y sacar de su sagrada interioridad lo mejor que se pueda dar son modos efectivos de desarrollar la enseñanza. Incluir requiere una necesaria empatía, tornando en efectivo lo afectivo.

Estas, entre otras, son algunas de las razones por las cuales la humanidad de la maestra Lucía Gorricho ha sido ponderada no sólo en nuestro ámbito sino en varias ciudades de nuestro país y del mundo. Frente  al fracaso de la pregunta quisquillosa que exige la currícula, se levanta un lema que establece que no importa tanto lo que hoy sepas sino lo que de aquí en adelante podrás saber para ayudar a mejorar tu realidad. “Tu crees que no sabes pero yo te demostraré que eso no es así, que puedes acceder al conocimiento”, parece haberle dicho a su alumna.

La educación inclusiva tiene un efecto colateral vinculado al área de mi materia específica: el fortalecimiento intelectual, afectivo y social de la persona dificulta que sea captada para el delito, ya sea como víctima o como futuro infractor de la ley penal. Esa educación, condimentada con una pizca de humildad y de amor, constituye una receta extraordinaria para el desarrollo material y moral de nuestro pueblo y, sin duda, la mejor arma para prevenir el delito.