El País

Un segundo grito sagrado

Por Maximiliano Abad *

Las acciones se miden por sus consecuencias. Al referirme, en una fecha tan emblemática para los argentinos, al último golpe contra la república y las libertades públicas en nuestro país, no puedo menos que revisar cuáles fueron las implicancias que tuvo, para todos, el horror que hoy cumple 40 años.

Las consecuencias del golpe son incalculables, porque no se agotan en el plano político. Son de esos hechos que transforman para siempre la vida de un país, porque impregnan todas las capas de su existencia. Nada es igual luego de marzo de 1976, y creo que es oportuno resaltarlo, a cuatro décadas de la usurpación del poder por parte de la Junta militar.

Luego de aquel fatídico golpe, la política tuvo que reinventarse. Hubo que repensar sus fundamentos y reconstruir la base republicana del sistema político. En ese contexto emerge un hombre que proponía desde su campaña un rezo laico, una plegaria de libertad: el preámbulo de la constitución, con el que Raúl Alfonsín cerraba cada discurso. Ese texto tenía ya 130 años, y sin embargo parecía que su sentido era otro. Alfonsín entendió el mensaje de la época y la condujo hacia un renacimiento político, del que la Historia le hizo reconocimiento en vida, y le concedió el respeto de la posteridad, más allá de banderías partidarias.

La justicia también necesitó años para ponerse de pie luego de perder su característica fundante, que es la independencia. Todavía hoy vemos los estertores de un sistema que fue corrompido hasta niveles inimaginables y que generó una forma de ser y una práctica, una manera de entender las leyes y sus vínculos con el poder, que tienen repercusiones negativas en la vida pública todavía hoy.

En el plano económico la situación no es diferente. La economía no logra salir, 40 años después, de los ciclos a los que nos condenó un plan sistemático, que incluyó, además de la violencia política, una concepción económica, con la figura de Martínez de Hoz como ícono del desastre. Cargamos aún el peso de aquellas decisiones: muchas de las raíces de lo que nos sucede hoy tenemos que buscarlas en ese tiempo de irracionalidad.

La dignidad y la moral del pueblo argentino también son otras. Porque, más allá de las circunstancias, fuimos capaces de generar reacciones que aún son ejemplos en el mundo entero, y que tienen que enorgullecernos. De lo más trágico, del duelo más horrible, nacieron las Madres y las Abuelas, como si fueran una flor que surgió de las piedras. Dos agrupaciones incólumes que han atravesado todo tipo de trato y destrato: desde la ignorancia a su desesperación, al genuino interés por su causa, a la pretensión de algunos sectores de utilizar políticamente su lucha; pero las Madres y las Abuelas son de todos los argentinos. Han vivido lo inenarrable, y sólo por eso merecen respeto, reconocimiento y todos los honores.

Esa dignidad también la tuvieron las agrupaciones políticas que se reorganizaron, que sobrevivieron a la muerte de sus amigos, familiares, compañeros, maridos, esposas y hermanos para seguir construyendo desde la política. Es el caso de H.I.J.O.S y muchos otros grupos que surgieron posteriormente, y que contribuyeron a que las nuevas generaciones comprendan que hay cosas a las cuales no se debe volver, generando conciencia, participando y comprometiéndose. Miles de jóvenes militando, tanto dentro de las universidades como en las calles, siempre creyendo en la libertad.

La cultura, la educación, los símbolos de Patria. Nada de eso es igual. Porque ahora no hay Patria sin verdad, memoria y justicia para los delitos de lesa humanidad. Porque en las escuelas se habla, aunque sea solamente hoy, sobre el peligro del fanatismo, sobre la desprotección de un Estado que mata en vez de garantizar la vida y la seguridad. Porque tenemos miles de libros, de películas, de animaciones, de canciones, que circulan sin censura y que nos recuerdan de dónde pudimos salir. Sea desde la escuela o desde el rock, los más chicos saben qué pasó, y ese es el primer paso para no repetirlo.

La concepción de los derechos humanos también cambió en Argentina. Muchas veces tan vaciados de un sentido concreto que se convirtieron en una consigna hueca, pero con un lugar muy claro en el actual pensamiento argentino. Con aquel Juicio a las Juntas, ejemplo único en el mundo donde la justicia civil juzgó violaciones a los derechos humanos -y en un momento histórico en que hacerlo implicaba un gran coraje político- la Argentina logró un hito en el respeto y valoración de las libertades individuales, que se completa con la derogación de las leyes de punto final y obediencia debida, la reapertura de los juicios, y la imprescriptibilidad de estos delitos.

Las consecuencias de un hecho así son incalculables. Pero no hay duda que una de ellas es el valor de lo perdido. Decía George Orwell en su inmortal novela 1984 que nadie puede pensar en las palabras que no conoce, y por supuesto tampoco entender el valor de lo que nunca tuvo. En este país vivimos ya la ausencia de República, de garantías, de política. Vivimos la violencia irracional, las desapariciones forzadas, los asesinatos. Bajamos al fondo del abismo del terrorismo de Estado, y la corrupción moral de un gobierno ilegítimo. Supimos lo que es vivir indefensos, con miedo y sin tener a quien acudir. Y sólo así pudimos valorar lo que perdimos como sociedad –casi que debo decir-como humanidad.

No volvamos nunca a 1976. No olvidemos nunca de donde pudimos salir. Que suene hoy y siempre, en cada argentino, un segundo grito sagrado: Nunca más.

* Diputado provincial Cambiemos

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